Mt 25, 1-13
Con esta parábola, Jesús quiere hacernos caer en la cuenta de la necesidad de estar siempre en vela. Estar preparados y en vela ¿para qué? Los hombres de manera espontánea esperamos y deseamos siempre aquello que sea una buena noticia para nosotros, aquello que alegre nuestro corazón. El labrador anhela la lluvia necesaria para que sus campos den frutos, el estudiante desea ardiente la buena toca y no suspender, el enamorado ansía con todas sus fuerzas que la persona de la que está enamorado corresponda a su amor… No hace falta que reciban instrucciones de nadie para vivir estos deseos. Les brota de lo profundo de su corazón.
Si hemos tenido la suerte de que Jesús haya salido a nuestro encuentro y nos haya convencido que nos ama intensamente, que con su luz puede iluminar nuestras tinieblas, que quiere caminar con nosotros si le dejamos… ¿cómo no vamos a desear que venga a nosotros con más intensidad?, ¿cómo no vamos a madrugar cada día ansiando su presencia?, ¿cómo no vamos a estar al pie de la puerta para que cuando llegue le abramos y pueda cenar con nosotros?