Martes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 12-19

Jesús compone su equipo y luego se encuentra rodeado por una gran multitud de gente que llegada para escucharlo y ser curada porque de Él brotaba una fuerza que sanaba a todos. Son las tres relaciones de Jesús: Jesús con el Padre, Jesús con sus apóstoles y Jesús con la gente. Jesús oraba al Padre por los Apóstoles y por la gente.

Nosotros nos llamamos católicos, nos decimos cristianos, y a veces asumimos actitudes de orgullo y vanagloria como si fuera una proeza lo que estamos haciendo.

¿Por qué el Señor nos ha llamado a seguirlo y nos consideras sus discípulos?  Siempre ha sido un gran misterio, pues descubro que hay otros mejores que yo, más dedicados, más inteligentes, más generosos y a ellos, aparentemente, no los ha llamado por este camino.

El texto de San Lucas, no nos ayuda mucho a descubrir este misterio. Jesús antes de escoger a sus amigos más cercanos, se pasa la noche oración para indicarnos la importancia de estos elegidos, pero después se pone a llamar a personas comunes y corrientes, nada extraordinarios. Unos, pescadores, otros hombres del campo que apenas saben hablar, algún cobrador de impuestos y hasta algunos extremistas llamados zelotes.

Toda una gama de personajes considerados no propiamente extraordinarios, si no, como diría después San Pablo: » los pequeños, la escoria, los despreciables»

Por alguna razón, solo podemos decir que en esta decisión se encuentra la locura de amor y el deseo de enseñarnos cómo se construye su Reino: Con los pequeños, con los olvidados, con los despreciados.  Y desde ese momento de la elección, tendrá un particular acercamiento a ellos para enseñarles cómo se construye el Reino.

El pasaje de San Lucas, continúa mostrándonos un breve resumen de lo que era la vida de Jesús: Oración, oración continua y constante, cercanía con las multitudes que venían de lejos a buscarlo,  curación de enfermos, expulsión de demonios y manifestación de poder. Como si quisiera dar a sus apóstoles una primera enseñanza de lo que espera que ellos continúen.

San Lucas insistirá en que el apóstol, el discípulo de Jesús, deberá ser alguien que lo haya acompañado, que haya recorrido todo el camino con Él, que suba a la cumbre del Calvario, que sea testigo de la resurrección.

No importa mucho los nombres o las posiciones, importa aprender de la cercanía de Jesús, por eso sí ahora nosotros nos decimos cristianos, tendremos que imitar a Jesús en todo su recorrido: Su oración, su lucha por la vida, su entrega plena, su alegría de vivir, su aceptación de la Cruz, su resurrección.

¿Realmente somos discípulos de Jesús?

Lunes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 6-11

En nuestro mundo moderno, en donde las «agendas» van guiando el rumbo y el orden de nuestro día, se puede caer también en la tentación de programar la caridad.

Jesús en este pasaje es criticado por sanar a un hombre en el día de reposo.

¿Cuántas veces nosotros, en nuestras mismas familias, en nuestro trato con los hijos, con el esposo o la esposa, o con los padres, ponemos también esta excusa, para no servir, para no hacer la caridad?

Es triste que esto suceda y que muchas veces la caridad tome el lugar de «cuando haya tiempo», que el servicio a nuestros hermanos tenga que tomar también su turno, máxime cuando se refiere a una situación de apremio como puede ser la salud.

Es triste que la esposa o los hijos tengan que «tener cita» para ser atendidos y escuchados.

No dejes que tu agenda gobierne tu vida, sé tú, como Jesús, dueño de tu tiempo, especialmente en tu relación con tus seres queridos.

Sábado de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 1-5

Lo que hoy escuchamos en el Evangelio lo hemos ya oído muchas veces; pero la palabra de Dios, escuchada sincera y humildemente, aunque sea muy sabida, siempre nos dirá algo nuevo y vital.

A los fariseos les parecía que los discípulos habían fallado seriamente a la ley de Dios que prohibía ejercer un oficio en sábado, el día de Yahvé.  Hoy esto nos parece ridículo, sólo se trataba de unos cuantos granos arrancados y comidos.  Pero nosotros podríamos caer también en actitudes muy similares.  Por ejemplo, antes había discusiones sobre si la gotita de agua que habíamos pasado al lavarnos la boca o que había entrado en ella cuando veníamos, bajo la lluvia, a la Iglesia; se cuestionaba si esto impedía o no la comunión, porque así se rompía el ayuno eucarístico.

Jesús da dos respuestas, una que habla de que la ley no es absoluta ni cerrada, para hacer notar que en la ley hay un espíritu y una letra; aquél no se debe dañar cambiándolo o disminuyéndolo; la letra está al servicio del espíritu.

Y, sobre todo, un segundo argumento muy importante principalmente para los primeros cristianos que habían crecido en el judaísmo: Jesús es «dueño del sábado».  Y hay una nueva ley.  Ahora está el día del Señor, el domingo y ya no el sábado, el sábado de la antigua ley.

Viernes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 5, 33-39

Esta parábola llena de significado nos presenta por un lado el hecho de que el cristiano, una vez que ha decidido vivir de acuerdo al evangelio no puede ya tener los mismos patrones de vida, pues en muchas ocasiones estos serán incompatibles con el mensaje de Jesús.

Por ello muchas veces hay que cambiar de ambientes, de lecturas, de conversaciones, incluso de amistades.

Por otro lado nos hace ver como el cristianismo, visto desde afuera, es decir desde el lado del mundo, de la banalidad de la vida cómoda, puede parecer no solo «extraño» sino incluso falto de vida y sabor.

No faltan los comentarios en los cuales se critica a los cristianos como personas aburridas y sin gozo (la verdad quien da esta impresión no está viviendo realmente la vida cristiana). Sin embargo, la vida cristiana es el vino añejo, nadie piensa que pueda ser bueno, pero una vez que se prueba no se quiere dejar.

Quien ha tenida la experiencia de dejarse llenar por Dios no querrá nunca más experimentar la vaciedad del mundo.

Pídele a Jesús que llene tu vida con su amor… ¡no te arrepentirás!

Jueves de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 5, 1-11

Cuando las cosas no caminan como nosotros quisiéramos, a pesar de nuestros esfuerzos, podemos adoptar muchas  actitudes: echar las culpas a los otros, decir que las circunstancias son adversas, pero lo más triste será llenarnos de miedo y decir que ya no podemos hacer nada.

Me parece sorprendente, el inicio del seguimiento de los discípulos, como nos lo narra San Lucas. Después de haber predicado la palabra a la multitud, le pide Jesús a Pedro que lo lleve mar adentro y que echen sus redes para pescar.

No nos dices algo san Lucas de lo que estuvo diciendo Jesús en su predicación a la orilla del lago, pero si nos hace notar cual es la actitud de Simón cuándo recibe esta invitación: “trabajaron toda la noche y no pescaron nada”. Todos sabemos lo que eso significa: Cansancio, fastidio, pero más que nada frustración. Sin embargo, Simón, no se niega a cumplir lo que Jesús le pide, pero advierte: “confiando en tu palabra” 

¿Cuál había sido la palabra anterior de Jesús? Imposible de saberlo, pero la que ahora escucha Simón va muy en consonancia con su trabajo y de lo que realmente sabe y sin embargo confía en la palabra de Jesús.

Hoy Pedro, un experimentado pescador, se pone a escuchar lo que para un hombre de su experiencia resultaría una ilógica petición la cual proviene de un Carpintero. El resultado es la pesca milagrosa.

Cuando reflexionamos en todas las situaciones difíciles por las que estamos pasando, cuando hemos intentado superar miedos y fracasos, nuestra tentación sería cruzarnos de brazos y decir “no se puede”, sin embargo, el mandato de Jesús para nosotros es el mismo que le hizo a Simón: “rema mar adentro”, vuelve a meterte en lo profundo, rema nuevamente mar adentro e inténtalo otra vez, pero no igual que en las anteriores, que eran con tus propias fuerzas y en la oscuridad de la noche, no. Ahora hazlo a la luz de la Palabra de Jesús y poniendo toda tu fe en que con Él es posible.

Creo que estas palabras de Jesús son para nosotros, precisamente en esos momentos difíciles por los que estemos pasando. En nombre de Jesús iremos remando nuevamente con más entusiasmo, pero ahora lo haremos a su estilo y confiando en su palabra.

Debemos, pues, por un lado, escuchar más seguido y con mucha atención la Palabra de Jesús que tenemos en los evangelios y por otro lado reconocer que esa palabra no es la de cualquier hombre, no es simplemente la palabra del Carpintero de Nazaret, sino que es la palabra de Dios, la cual tiene poder.

Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Jesús, una vez entrado en la casa de Simón Pedro, ve que su suegra está en cama con la fiebre; inmediatamente le toma la mano, la cura y la hace levantar.

Luego del ocaso, cuando terminado el sábado la gente puede salir y llevarle a los enfermos, sana a una multitud de personas afectadas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y espirituales.

Jesús, ha venido al mundo para anunciar y salvar a cada hombre y a todos los hombres muestra una particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: lospobres, los pecadores, lo endemoniados, enfermos y marginados, revelándose médico de almas y cuerpo, buen Samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana.

Tal realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad.

Jesús, enviando en misión a sus discípulos, les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión.

“Los pobres y los enfermos estarán siempre con vosotros”, enseña Jesús, y la Iglesia continuamente los encuentra por su camino, considerando a las personas enfermas como un camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y para servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.

Cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la Palabra de Dios y la fuerza de la gracia a aquellos que sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se cumpla cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, con ternura.

Recemos a María, “Salud de los enfermos”, para que toda persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la atención de quien le está cerca, la potencia del amor de Dios y la consolación de su ternura materna.