Jueves de la II semana de Pascua

Jn 3,31-36


Es interesante el binomio que utiliza san Juan en este pasaje. Fijémonos que
dice: «El que cree, tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no la
tendrá». De manera que no basta creer, sino que es necesario obedecer. 

De lo que hay en el corazón habla la boca, es un refrán que con frecuencia escuchamos y que tiene mucha razón. 

¿De qué habla Jesús? Siempre está hablando de su Padre. Toda su actuación, su palabra, su testimonio son en relación con la voluntad de su Padre. Quién no conoce al Padre, no puede entender la forma de vivir de Jesús. La forma de vivir de Jesús es contraria a los intereses del mundo. 

Hoy decimos que el mundo necesita espiritualidad, pero después lo queremos saciar con migajas de espiritualidad, con descansos psicológicos, con terapias, pero sigue el corazón vacío. Nos hemos enfocado tanto en las cosas materiales que ya miramos muy poco al cielo. 

La primera lectura de este día podría ser un ejemplo típico de estas dos formas de vivir. Los discípulos quieren vivir conforme a la voluntad de Dios, pero para las autoridades judías parece sorprendente la actitud de quienes prefieren afrontar los peligros y las dificultades y que se atreven a decir que primero hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. 

Nosotros hemos reducido la espiritualidad a un ámbito intimista que no tendría mucho que ver con la realidad. Los apóstoles entienden que toda la realidad está impregnada de Dios, que Dios tiene primacía. Y no es que la realidad del hombre este peleada con Dios, todo lo contrario, entre más fiel es el hombre a Dios, más se realiza como persona. 

La clara e irreconciliable oposición que presenta Juan el Bautista ante los que le discuten como oposición entre Dios y el mundo no quiere decir que la parte corporal no cuenta o a duras penas se sobrelleva, sino es la vocación del hombre que es consciente que a buscar a Dios, al acercarse a Dios encuentra  la plena realización. 

Así presenta Juan el Bautista a Jesús y así se convierte en su testigo. 

Hoy, nosotros también, debemos ser testigos de la resurrección del Señor buscando la vida eterna, no en oposición a la vida diaria, sino dando el verdadero sentido a cada momento de nuestra existencia como camino de encuentro y de regreso al Padre. 

¿Cómo estamos viendo cada instante de nuestra vida? ¿Cómo ponemos la voluntad de Dios a nuestro actuar diario?

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