Miércoles de la II semana de Pascua

Jn 3,16-21


San Pablo en su carta a los romanos no sale del asombro en cuanto al desmedido amor de Dios, pues dice: «Por un hombre bueno alguien estaría dispuesto a dar su vida, pero Dios probó que nos ama, dando a su Hijo por nosotros que somos malos». 

¿Quién puede entender un amor como este, un amor que no reclama sino que se goza en dar, y en dar incluso lo que más ama? Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a nosotros, pobres pecadores. 

Hay quien se aleja de la religión y de Dios porque quieren una mayor libertad. Quizás mucho culpa la hemos tenido nosotros al presentar un Dios, y al mismo Jesús, como si nos ataran y encasillaran en estructuras y mandamientos inflexibles. Pero hoy Jesús nos presenta un rostro de Dios completamente diferente: Es un Dios de amor que nos ama hasta el extremo de entregarnos a su Hijo con la finalidad de que tengamos vida y una vida plena. 

Esta página del Evangelio la deberíamos de meditar una y otra vez hasta que calara muy hondo el nuestro corazón. Dios me ama hasta el extremo. 

No viene Jesús para condenar, sino para dar vida y salvación. Dios no entrega a su Hijo al mundo para hacer justicia sino para dar amor. 

Qué equivocados estamos cuando ofrecemos nuestros dones para satisfacer a un Dios que está eternamente enojado. Si pudiéramos experimentar este grande amor que Dios nos tiene, cambiaríamos muchas de nuestras actitudes y formas de relacionarnos con Él. 

Cuando miramos la vida como si fuera un logro nuestro, cuando nos atribuimos los logros y los triunfos, cuándo pareciera que estamos compitiendo con Dios, estamos muy equivocados, porque Dios está de nuestro lado y camina con nosotros. Para eso ha enviado a su Hijo y creyendo en Él alcanzaremos vida eterna. 

Hay muchas formas en que vamos limitando la vida y coartando la libertad porque nos hemos vuelto egoístas y ambiciosos y queremos todos los bienes sólo para nosotros y no somos capaces de comprender nuestros límites de tiempo y de historia. 

Jesús viene a caminar en nuestra historia y a abrir el horizonte. Cuando creemos en Él, cuando amamos como Él, cuando nos dejamos llevar de su presencia, podremos vivir de manera plena. 

Muchas veces he pensado que el hombre camina en la oscuridad por su propio gusto, cuándo podríamos caminar en la luz de Jesús, pero a veces tenemos miedo a la transparencia, a la luz y a la verdad. 

Este día podemos colocarnos frente a Jesús y decirle que gracias porque se ha hecho rostro del amor del Padre, porque se ha hecho caricia para cada uno de nosotros, y porque lejos de condenarnos, viene a ofrecernos salvación.

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