Lunes de la III semana de Pascua

Hech 6, 8-15; Jn 6, 22-29

¿Por qué seguimos a Jesús? A veces encuentro personas que se sienten confundidas porque han puesto su confianza en Dios y no sienten que les corresponda a sus aspiraciones. Le han ofrecido oraciones, veladoras, novenas, y a pesar de que lo han hecho “con todo su corazón”, Dios parece no escucharlas. Entonces se desaniman y caen en depresión a tal punto que quieren renegar de Dios. Y es que lo que piden parece del todo legítimo: la salud propia o de un ser querido, encontrar trabajo, que el marido o el hijo dejen de beber, etc. ¿Estaremos equivocados al poner toda nuestra confianza en Jesús? El Evangelio de este día puede ofrecernos algunas pistas. 

Cuando los discípulos y la gente vieron lo que había hecho Jesús y cómo había multiplicado los panes hasta saciar la multitud, pretendieron hacerlo rey. Sin embargo, Él no acepta esta respuesta de la gente y se niega a ser nombrado rey. En el pasaje de este día, las multitudes nuevamente vuelven a buscar a Jesús, pero reciben un reproche: “Ustedes no me buscan por haber visto los signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse”.  ¿No puede Jesús saciar el hambre de toda la humanidad? ¿No podemos buscarlo para que solucione nuestros problemas? Éste no es el plan de Jesús ni pretende convertirse en comerciante que a cambio de unas monedas o de unas oraciones se ponga a nuestra disposición. Nos lo dice hoy claramente, lo que Él busca es que hagamos las obras de Dios y para eso debemos tener una fe firme, constante y más allá de los intereses humanos. 

No nos quiere chantajear ni manipular con dádivas o condicionamientos, nos ofrece su amor sin límites, y quiere que nosotros vivamos en la atmósfera de ese amor y que de allí saquemos fuerzas para transformar nuestro mundo. No podemos seguir a un Jesús milagrero, sino a este Jesús que nos ama, que nos acepta como somos y que nos devuelve nuestra dignidad de personas para que seamos sujetos que construyen un mundo nuevo. Seremos responsables de hacer una nueva humanidad, siempre en su compañía y claro que con su presencia y su fuerza, pero no sin nuestra participación. 

Nuestra oración no es para obligar a Dios a que nos haga nuestros gustos, sino para ponernos en su presencia y que nosotros podamos hacer su voluntad. Que este día examinemos cómo seguimos a Jesús y si tenemos intereses no muy claros, permitamos que Él entre en nuestro corazón y nos purifique para juntos, conforme a su voluntad, transformemos nuestro ambiente en un mundo conforme a sus sueños.

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