Miércoles de la IV semana de Pascua

Jn 12,44-50

Ahora hay luces potentes que nos ciegan y deslumbran, en tiempos de Jesús las luces eran mucho más débiles, pero mucho más necesarias. Ahora nos hemos acostumbrado a las luces artificiales y vivimos mucho más tiempo  alumbrados por ellas que por la luz natural. Quizás por eso mismo no le damos importancia. Pero el día que por cualquier motivo se “ha ido la luz”, nos sentimos inútiles, pues casi nada puede funcionar: ordenadores, aparatos, cocina, teléfonos, motores, nos sentimos perdidos. 

Quizás esto nos ayude a entender porque Cristo nos dice que Él es la luz y que ha venido para que todo el que crea en Él no viva en tinieblas. Sin Él nada podemos hacer. La luz manifiesta las obras. 

Cuando caminamos en la oscuridad tropezamos con todos los objetos y nos produce temor. Cuando caminamos en la luz, aunque haya los mismos o peores obstáculos, podemos esquivarlos sin tropezar. Con Cristo podemos caminar y avanzar a pesar de que haya problemas y dificultades. Con Cristo no tememos aunque estemos amenazados. Claro que hay quien prefiere vivir en las tinieblas. 

Al amparo de la oscuridad se dice la mentira, se roba, se engaña, se vive una vida falsa y doble. La luz viene a descubrir todas estas falsedades y descubre a quien hace el mal o vive en la mentira. No es que la luz condene, sino que la luz pone en evidencia a quien hace el mal. 

La luz fortalece, esclarece y ayuda, pero necesitamos dejarnos iluminar. Hoy pensemos en Cristo como luz que nos ilumina a cada uno de nosotros. Donde quiera que este día vayamos sintamos ese resplandor que nos acompaña, que nos ilumina y que nos hace discernir lo bueno de lo malo, lo que ayuda, une y fortalece. ¡Que Cristo sea verdaderamente nuestra luz! 

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