Viernes de la VI semana de Pascua

Jn 16, 20-23

La alegría de Dios es algo duradero, no es temporal ni esporádica… no se parece, de hecho, a la que el mundo y sus pasatiempos pueden producir. La razón es que esta alegría es interior pues es producida directamente por el Espíritu Santo. 

¿Eres feliz? Es una pregunta a la que no fácilmente respondemos. Casi siempre podemos decir si estamos contentos por algún acontecimiento o por la situación que estamos pasando, pero la felicidad va más allá de esos momentos. La felicidad de vivir es quizá la aspiración más honda y determinante de todo ser humano. 

La mercadotecnia, los anuncios, el capital y el consumo se aprovechan de esta aspiración tan fuerte del ser humano, ofreciéndonos soluciones inmediatas y fáciles que prometen alcanzar la felicidad con el bienestar material. La promesa que hoy hace Jesús a sus discípulos va más allá. Promete que van a ser tan plenamente felices que nadie les podrá quitar su alegría. Una dicha tan completa que no necesitará justificantes ni explicaciones porque encuentra su fuente en el corazón. 

No habla Jesús de que no habrá problemas ni dificultades, ni dolor, todo lo contrario, hace saber a sus discípulos que el logro de esta felicidad exige pasar dolores semejantes a los del parto de una madre. 

Para alcanzar la plena alegría se tienen que superar los obstáculos y los dolores propios de este camino. En la Biblia la alegría es siempre una señal del Nuevo Mundo, del mundo prometido, pero nos dice que nace de la tribulación. 

El sufrimiento es casi como una ley de la vida desde el nacimiento, pero ¿el sufrimiento y los obstáculos son capaces de quitarnos la felicidad?  ¿Cómo puede estar en el inicio de la construcción del Reino el dolor y el sufrimiento? 

Sería falso decir que Dios se sirve del sufrimiento como una etapa para instaurar su Reino, pero sería igualmente falso afirmar que sólo con creer evitaremos el sufrimiento y el dolor. Es más, vivir el Reino produce siempre esas luchas, esa oposición que desencadenan las estructuras del mal. Pero eso no debe quitarnos la paz interior y la verdadera felicidad. 

Contemplemos a Jesús, nadie ha encontrado más oposición y dolores que Él, sin embargo, es un Hombre plenamente feliz porque vive en plena armonía interior. 

Pidamos hoy al Señor que nos enseñe a ser felices y que nos conceda la armonía interior.

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