Lc 6, 43-49
Las enseñanzas evangélicas de las dos pequeñas parábolas que hoy hemos escuchado son muy claras. La primera denuncia el peligro de la hipocresía, habla de cuando la conducta exterior no coincide con la interior. La segunda denuncia una fe a la que no corresponde una vida.
Hay frutos buenos, es decir, comestibles, aprovechables, y hay otros que no lo son, no pueden servir de alimento o más aún, son dañinos. Jesús aclara dónde está la bondad o maldad, que se traducirá en frutos buenos o malos: en lo más interior y radical, en el corazón mismo.
«La boca habla de lo que está lleno el corazón», lo acabamos de escuchar.
Puede existir otra fractura o distanciamiento entre nuestra teoría y nuestras praxis, entre lo que conocemos y tal vez predicamos y lo que realmente hacemos, entre la fe como iluminación recibida y la caridad como realidad que se expresa. El Señor lo expresó como la distancia entre decir: «Señor, Señor” y el no hacer lo que Él nos dice.
Esta posibilidad hay que revisarla continuamente. La palabra ilumina, el sacramento vivifica, no lo olvidemos.