Sábado de la Octava de Pascua

Hch 4, 13-21; Mc 16, 9-15

Resurrección y evangelización. ¿Cómo unir estos dos sustantivos principales del evangelio de hoy? Resurrección significa vida, triunfo sobre la muerte, fundamento de nuestra fe, confianza en quien un día nos prometió que nos salvaría del pecado. Y evangelización quiere decir dar, enseñar, transmitir comunicar a los demás la resurrección y enseñanzas del Señor.

No es una casualidad las apariciones tan continuas de Cristo a los suyos. Ni tampoco lo es la última frase (mandato) que Cristo nos dejó al final de este evangelio de: “Id al mundo entero y predicad el evangelio”. Si Jesús resucitó y se les aparece continuamente a sus apóstoles es porque les quiere dejar bien claro que el gozo que experimentan debe ser transmitido a los demás hombres. Es un gozo que no puede permanecer encerrado en la caja de su egoísmo junto con los demás gocecillos y alegrías de uso personal. Es una dicha tan grande que es imposible guardarla en sí mismos y no transmitirla.

Esta misma alegría deberíamos experimentar nosotros de la resurrección. Alegría que no puede quedarse en una sonrisa exterior. Sino que nos debería de llevar comunicar a los demás las enseñanzas de Cristo durante su vida pública y su resurrección. Y estas enseñanzas de Cristo hoy día no son otras más que los retos actuales que nos presenta el santo Padre a todos los cristianos del nuevo milenio. La evangelización en la defensa de los derechos del hombre, el respeto a la vida de cada ser humano, la búsqueda de una paz social y familiar, etc.

Hemos comprendido lo que es la resurrección del Señor si tomamos en serio su mandato de “Id al mundo entero y predicad el evangelio”. Predicad los nuevos retos para este milenio nuevo que recorremos.

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