Sábado de la VII Semana de Pascua

Hech 28, 16-20. 30-31; Jn 21, 20-25

Hoy es día en que se pone término a varias cosas.  Nuestra primera lectura fue la conclusión del libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por san Lucas.  El pasaje evangélico fue la conclusión del Evangelio según san Juan.  Mañana con la solemnidad de Pentecostés, se termina el Tiempo Pascual.  Y sin embargo, la Iglesia tiene que seguir adelante hasta que el Señor vuelva en su gloria.

Cualquier término que experimentemos no es más que el preludio de algo superior en el plan divino.  San Lucas termina su relato sobre los apóstoles con san Pablo en Roma.  Pero bien sabemos que, desde Roma, la fe se extendió a todo el mundo.  San Juan pone el punto final a su Evangelio diciendo que, si todo lo que hizo el Señor Jesús se escribiera detalladamente, no habría espacio en el mundo entero para contener los libros que se escribieran.  De modo que su Evangelio no era la última palabra sobre Jesús.  Por eso, los santos y los sabios nos han bendecido con libros y sermones acerca de Jesús.

El gran acontecimiento de la Pascua de la resurrección de Jesucristo, aun cuando haya sucedido hace vente siglos, no es un acontecimiento del pasado.  El Señor resucitado sigue con nosotros y, si bien es cierto que mañana terminaremos de celebrar la Pascua, seguiremos celebrando esa misma Pascua durante todos los domingos del año.

En relación con Dios, que es eterno, no existen las terminaciones.  En Dios, que es infinito, no hay límites de bondad.  La inmensa verdad y la suprema belleza de Dios, tal como nos fueron reveladas en Jesucristo, no podrán agotarse nunca.

Como pueblo de fe tenemos un gran don aquí en la tierra; pero lo que debemos esperar ardientemente, se encuentra más allá de todo lo que podamos imaginar.

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