Miércoles de la XI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 6, 1-6. 16-18

Unos de los peligros que nos ofrece la sociedad moderna es la superficialidad. Las relaciones se han vuelto tan rápidas, tan distantes y tan ocasionales que dan la oportunidad de aparecer como lo que uno no es.  No es raro que en los datos que se ofrecen a través del internet se cambie la personalidad, las fechas y hasta el nombre.

Se vive de ilusión y de fantasía, se teme aparecer como realmente es uno.  Esto se da sobre todo en el mundo de los jóvenes y a través de las redes del internet,  pero también se da en todos los ámbitos.  Hemos hecho de la vida una apariencia.

Jesús, hoy, nos invita a buscar lo que es valioso y a que miremos en lo profundo de nuestro corazón.  No importa nuestra apariencia, ni de los antiguos fariseos que ostentaban falsedades ni de los modernos personajes huecos que no aparecen como lo que son.  Lo importante es lo que Dios ve: el interior de cada persona.

¿Qué hay en tu interior?  Quizás frente a los demás luzcas como una persona de éxito y lleno de felicidad, pero ¿eso es lo que hay en tu corazón?

Para los fariseos, era la apariencia de la bondad, del ayuno y de la oración.  Hoy, quizás esos valores quedan atrás, pero no ha quedado atrás la hipocresía y el querer manifestarse como lo que no se es.

San Pablo le recuerda a los Corintios que para poder dar algo se necesita sembrar, que el que siembra poco, cosecha poco.  Y este ejemplo que parecería sólo del campo, tiene su actualidad en medio de nosotros, también hoy hay quien sólo es hoja y no tiene fruto; también hoy hay quien hace ruido y no tiene sustancia.  Pero san Pablo añade algo importante: la alegría verdadera.

¿Cómo están tan contentos los jóvenes comunicándose con personas que ni conocen y viven a kilómetros de distancia?  En cambio son fríos y calculadores con su propia familia y con quienes están cerca.  Es que es más fácil aparentar.

San Pablo insiste en que debemos dar, y dar con alegría y prontitud y de buena gana.  Que esta alegría y generosidad sean el distintivo del discípulo de Jesús y dejemos a un lado las apariencias.

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