Mt 9,18-26
La carta a los Hebreos dice: «Jesucristo es el mismo de ayer, de hoy y por siempre». Sin embargo nuestro mundo tecnificado y lleno de agitación y de autosuficiencia nos ha llevado a crear una imagen reducida del Señor. El
evangelio de hoy, con dos pasajes en los cuales Jesús, por medio de dos grande milagros nos muestra no solo su poder sino su identidad como Hijo de Dios, como verdadero Dios, debía llevarnos de nuevo a reflexionar en la imagen que tenemos sobre él.
Muchas veces pensamos que trabajamos solos, que debemos resolver todos nuestros problemas solos, que debemos recurrir a Jesús solo cuando las cosas han llegado a tal grado que no podemos más (enfermedad, crisis económica, etc.). Sin embargo la verdad es que Jesús nos acompaña con su poder y su amor a lo largo de todo nuestro día. El es capaz de cambiar el rumbo de nuestra actividad y de toda nuestra vida… es Dios, es el Emmanuel, el «Dios con nosotros».
El elemento común en estos dos episodios es la fe: Tanto el Jefe de la Sinagoga como la mujer con el flujo de sangre, fueron capaces de reconocer en Jesús, al verdadero Dios, al Dios que cambia la historia y la lleva a la plenitud. Dejemos que Jesús tome el control de nuestra vida cotidiana; nos sorprenderemos de ver su poder obrando en nosotros todos los días.