Juan 6, 52-59
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado»: Jesús recuerda que ya los profetas habían anunciado esto: «Serán todos discípulos de Dios». Es Dios quien atrae al conocimiento del Hijo. Sin eso no se puede conocer a Jesús. Sí, se puede estudiar, también estudiar la Biblia, y conocer cómo nació, qué hizo: eso sí. Pero conocerlo por dentro, conocer el misterio de Cristo es solo para los que son atraídos por el Padre.
Eso es lo que le pasó a este ministro de economía de la reina de Etiopía. Se ve que era un hombre piadoso y que se tomó tiempo, entre sus muchos asuntos, para ir a adorar a Dios. Un creyente. Y volvía a su patria leyendo al profeta Isaías. El Señor llama a Felipe, lo envía a aquel sitio y le dice: «Acércate y pégate a la carroza», y oye al ministro que está leyendo a Isaías. Se acerca y le hace una pregunta: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». «Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?», y pregunta: «¿De quién dice esto el profeta?». “Te ruego, sube a la carroza”, y durante el viaje –no sé cuánto tiempo, yo pienso que al menos un par de horas– Felipe le anunció a Jesús.
Esa inquietud que tenía este señor en la lectura del profeta Isaías era precisamente del Padre, que atraía a Jesús: lo había preparado, lo había llevado desde Etiopía a Jerusalén para adorar a Dios y luego, con esa lectura, preparó su corazón para revelarle a Jesús, hasta el punto de que, en cuanto vio agua, dijo: «Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?». Y creyó.
Y esto –que nadie puede conocer a Jesús sin que el Padre lo atraiga – es válido para nuestro apostolado, para nuestra misión apostólica como cristianos. Pienso también en las misiones. “¿Qué vas a hacer en las misiones?” – “Yo, a convertir a la gente” – “Quieto, ¡tú no convertirás a nadie! Será el Padre quien atraiga esos corazones para reconocer a Jesús”. Ir en misión es dar testimonio de la propia fe; sin testimonio no harás nada. Ir en misión –¡y son buenos los misioneros!– no significa hacer granes estructuras, cosas… y quedarse así. No: las estructuras deben ser testimonios. Puedes hacer una estructura hospitalaria, educativa de gran perfección, de gran desarrollo, pero si esa estructura no da testimonio cristiano, tu trabajo allí no será una labor de testigo, una labor de auténtica predicación de Jesús: será una sociedad de beneficencia, muy buena –¡muy buena!–, pero nada más.
Si quiero ir en misión, y esto lo digo si quiero hacer apostolado, debo ir con la disponibilidad de que el Padre atraiga a la gente a Jesús, y eso lo hace el testimonio. Jesús mismo se lo dijo a Pedro, cuando confiesa que Él es el Mesías: “Bienaventurado eres, Simón Pedro, porque eso te lo ha revelado el Padre”. Es el Padre quien atrae, y atrae también con nuestro testimonio. “Haré tantas obras, aquí, acá, allá, de educación, de esto, de lo otro…”, pero sin testimonio son cosas buenas, pero no son el anuncio del Evangelio, no son sitios que den la posibilidad de que el Padre atraiga al conocimiento de Jesús. Trabajo y testimonio.
¿Y qué puedo hacer para que el Padre se preocupe de atraer a esa gente? La oración. Y esa es la oración para las misiones: rezar para que el Padre atraiga a la gente a Jesús. Testimonio y oración van juntos. Sin testimonio y oración no se puede hacer predicación apostólica, no se puede hacer el anuncio. Darás una bonita prédica moral, harás tantas cosas buenas, todas buenas. Pero el Padre no tendrá la posibilidad de atraer a la gente a Jesús. Y ese es el centro, el centro de nuestro apostolado, que el Padre pueda atraer a la gente a Jesús. Nuestro testimonio abre las puertas a la gente y nuestra oración abre las puertas al corazón del Padre para que atraiga a la gente. Testimonio y oración. Y esto no es solo para las misiones, es también para nuestra labor como cristianos. ¿Doy testimonio de vida cristiana, de verdad, con mi estilo de vida? ¿Rezo para que el Padre atraiga a la gente a Jesús?
Esta es la gran regla para nuestro apostolado, siempre, y de modo especial para las misiones. Ir en misión no es hacer proselitismo. Una vez, una señora –buena, se veía que tenía buena voluntad– se me acercó con dos chicos, un chico y una chica, y me dijo: “Este chico, Padre, era protestante y se ha convertido: yo lo he convencido. Y esta chica era animista, “y la he convertido”. Y la señora era buena, buena. Pero se equivocaba. Yo le dije: “Mira, tú no has convertido a nadie: es Dios quien toca el corazón de la gente. Y no te olvides: testimonio, sí; proselitismo, no”.
Pidamos al Señor la gracia de vivir nuestra labor con testimonio y con oración, para que Él, el Padre, pueda atraer a la gente a Jesús.