Jn 10, 22-30
Jesús estaba en el templo, cerca de la fiesta de la Pascua. En aquel tiempo, «los judíos, rodeándolo, le preguntaban: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Le hacían perder la paciencia y con cuánta mansedumbre «Jesús, les respondió: Os lo he dicho, y no creéis». Y seguían diciendo: “¿Pero eres tú? ¿Eres tú?” – “Sí, lo he dicho, pero no creéis”. «Porque no sois de mis ovejas». Y eso, quizá, nos suscita una duda: ¿yo creo y formo parte de las ovejas de Jesús? Si Jesús nos dijese: “No podéis creer porque no formáis parte”: ¿hay una fe previa al encuentro con Jesús? ¿Qué es ese formar parte de la fe de Jesús? ¿Qué es lo que me detiene ante la puerta que es Jesús?
Hay actitudes previas a la confesión de Jesús. También para nosotros, que estamos en el rebaño de Jesús. Son como “antipatías previas”, que no nos dejan avanzar en el conocimiento del Señor. La primera de todas es la riqueza. Y muchos de nosotros, que hemos entrado por la puerta del Señor, luego nos paramos y no avanzamos porque somos prisioneros de las riquezas. El Señor fue duro con las riquezas: fue muy duro, muy duro. Hasta el punto de decir que era más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja que un rico entrase en el reino de los cielos. Es duro esto. Las riquezas son un impedimento para avanzar. Entonces, ¿debemos caer en el pauperismo? No. Pero tampoco ser esclavos de la riqueza, no vivir para la riqueza, porque las riquezas son un señor, son el señor de este mundo y no podemos servir a dos señores. Y las riquezas nos frenan.
Otra cosa que impide avanzar en el conocimiento de Jesús, en la pertenencia a Jesús, es la rigidez: la rigidez de corazón. También la rigidez al interpretar la Ley. Jesús reprocha a los fariseos y doctores de la Ley esa rigidez. Que no es fidelidad: la fidelidad es siempre un don de Dios; la rigidez es una seguridad para mí mismo. Rigidez. Eso nos aleja de la sabiduría de Jesús; te quita la libertad. Y muchos pastores hacen crecer esa rigidez en las almas de los fieles, y esa rigidez no nos deja entrar por la puerta de Jesús. ¿Es más importante observar la ley como está escrita o como yo la interpreto, que es la libertad de avanzar siguiendo a Jesús?
Otra cosa que no nos deja avanzar en el conocimiento de Jesús es la pereza. Esa indolencia… pensemos en aquel hombre de la piscina: 38 años allí. La pereza. Nos quita la voluntad de ir adelante y todo es “sí, pero… no, ahora no, no, pero…”, que te lleva a la apatía y te vuelve tibio. La pereza es otra cosa que nos impide avanzar.
Otra que es bastante fea es la actitud clerical. El clericalismo se pone en el lugar de Jesús. Dice: “No, esto debe ser así, así y así” – “Pero el Maestro…” – “Deja tranquilo al Maestro: esto es así, así y así, y si no lo haces así, así y así no puedes entrar”. Un clericalismo que quita la libertad de la fe de los creyentes. Es una enfermedad esta; fea, en la Iglesia: la actitud clerical.
Luego, otra cosa que nos impide avanzar, entrar para conocer a Jesús y confesar a Jesús es el espíritu mundano: cuando la observancia de la fe, la práctica de la fe acaba en mundanidad. Y todo es mundano. Pensemos en la celebración de algunos sacramentos en algunas parroquias: ¡cuánta mundanidad hay allí! Y no se entiende bien la gracia de la presencia de Jesús.
Estas son las cosas que nos frenan formar parte de las ovejas de Jesús. Somos “ovejas” que siguen todas esas cosas: las riquezas, la pereza, la rigidez, la mundanidad, el clericalismo, de modos, de ideologías, de formas de vida. Falta la libertad. Y no se puede seguir a Jesús sin libertad. “Pero a veces la libertad se pasa de la raya, y uno resbala”: sí, es verdad. Es cierto. Podemos resbalar yendo en libertad. Pero peor es resbalar antes de andar, con esas cosas que impiden comenzar a andar.
Que el Señor nos ilumine para ver dentro de nosotros si hay libertad de pasar por la puerta que es Jesús e ir más allá, para ser rebaño, para ser ovejas de su redil.