Miércoles de la XI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 6, 1-6; 16-18

Después de que Elías fuera arrebatado al cielo, a Eliseo le salía de las entrañas esta pregunta ¿Dónde está Dios? Es una pregunta constante en todo drama humano.

Recurriendo al antiguo catecismo del Astete, la respuesta que daba a esta pregunta era: “Dios está en el cielo, en la tierra y en todas las cosas”. De pequeños, nos hacían repetir esta respuesta de memoria, probablemente sin pararnos a pensar qué significaba.

En resumen, Dios está presente en todas las cosas, en cada situación humana, sea de alegría o de tristeza, de dolor o de gozo, en cada situación en la que se bendiga a Dios, Él está presente.

Está presente, mientras nosotros sufrimos, por medio de la cruz asumiendo nuestro dolor, y por medio del amor siendo para nosotros palabra de aliento y consuelo. Está presente cuando dedicamos nuestras manos al servicio de la caridad, siendo alimento para los más necesitados. Está presente por medio de nosotros cuando es el perdón lo que ofrecemos en medio de las tensiones.

Es el momento de buscar una respuesta adecuada a nuestra necesidad actual. La pregunta “¿Dónde está Dios?” se ha de transformar en otra cuestión: ¿Dónde quiero que esté Dios en mi vida? Porque en definitiva no es una cuestión de ubicación de Dios, sino de cómo me sitúo yo ante Dios. ¿Dónde sitúo a Dios en mi vida?

No es una pregunta que suponga una respuesta cómoda. La opción por Dios necesita de la incomodidad. Aunque por raro que nos parezca, requiere que nos desquicie. La búsqueda personal que supone la presencia de Dios es comprendida cuando salgo de mi estado de bienestar e intento responder afirmativamente a su llamada.

Oración, ayuno y solidaridad

El Evangelio comienza diciendo: “Cuidado de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”. A veces, eso que llamamos nuestra justicia se transforma en desquite, venganza, narcisismo… Es como tomarse la justicia por su cuenta. No podemos pretender ser un escaparate donde se exponen nuestras formas de vidas, pero de alguna forma lo somos, cuando queremos ofrecer un testimonio del amor de Dios.

La propuesta de Jesús es la oración en silencio, apartada, sin escaparates, una oración sincera, que tenga que ver sólo contigo y con Dios. Este tipo de oración necesita de una justa intimidad, porque requiere de la lealtad y la fidelidad, de la constancia y la cercanía.

Otra propuesta de Jesús es el ayuno. No por razones terapéuticas, sino como una manera de sentir en tu piel las necesidades del pobre: hambre, desnudez, vulnerabilidad, desconsuelo… Sentir en tu piel las necesidades del pobre nos ayuda a comprender su situación, y a medir nuestras fuerzas y recursos para el compartir.

Y la limosna, entendida como el servicio solidario que prestamos desde la caridad, compartiendo con los más necesitados nuestros recursos, practicando así las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, consolar al triste…

En este tiempo hemos de dirigir la mirada en nuestras posibilidades de fe y compromiso por Dios, que nos alienta al servicio de la caridad. Por eso, nuestra presencia, y nuestra manera de nombrar a Dios será desde la solidaridad, y la alegría del compartir. Esta ha de ser nuestra oración.