Viernes de la IV Semana de Pascua

Jn 14, 1-6

Bello evangelio, animosa buena noticia. Hay que superar toda angustia porque Jesús les habla de las muchas moradas, estancias, posibilidades, que Dios les tiene preparados, nos tiene preparados. Jesús les habla en forma críptica. Ellos van a estar con Él. Pero dónde. Tomás, siempre tan intrépido, se convierte en voz del grupo: No sabemos a dónde vas. Pero, ¿te vas? No sabemos el camino. Y Jesús con una firmeza inusitada le responde, propia del que habla con autoridad, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Tres formulaciones que cierran el círculo de la duda. Camino. Verdad. Vida. Atrevido Jesús, ¿no? Pero se trataba de darles seguridad, ya que estaban inmersos en una duda profunda. No sabían, como nosotros muchas veces, por dónde tirar, qué camino seguir.

Necesitamos, como los discípulos, contundencia, seguridad, alguien que nos señale el camino. Debemos repetirnos muchas veces: Señor, danos la valentía de escuchar tu paso silencioso por los senderos de este mundo. Sin esa valentía es posible que no podamos seguirte en medio de tantas encrucijadas. Kant decía que: “Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar”.

Pascua, sino queremos ser unos insensatos, nos habla continuamente de la resurrección y las apariciones de Jesús y de las dudas, miedos e incertidumbres de los discípulos. El tiempo litúrgico pascual es un tiempo difícil para predicar. No caben en él moralismos ni moralejas de las parábolas. Los sacerdotes nos sentimos más cómodos en el tiempo ordinario. Pascua, siendo fundamental, se nos hace largo, porque muchas veces las palabras, tan desgastadas, no parecen convencer, no somos capaces de trasmitir el gozo de la resurrección. A veces es mejor ser cautos y dejarnos de efusiones que pueden resultar vacías al pueblo cristiano.

En este tiempo pascual es cuando la fe se pone a prueba sin más que la confianza en su Palabra, en lo que los discípulos vivieron de forma temerosa, titubeante. Por eso necesitaron de la llegada del Espíritu prometido como empuje y fortaleza interior. Igual que los discípulos, también nosotros hemos de esperar a Pentecostés, aunque ya podemos ir anticipando cada día su vivencia.