Mc 10, 28-31
Cuando el amor se quiere valuar en bienes materiales, pierde su sentido. Cuando la amistad se reduce a intercambio de favores y a exigencias de correspondencia, no se ha entendido.
Pedro y los discípulos a pesar de haber dejado todo, a pesar de seguir a Jesús, a pesar de escuchar sus palabras y de contemplar sus milagros llenos de generosidad y de gratuidad, siguen pensando en recompensas y en méritos conseguidos. Parecería que las palabras lapidarías de Jesús: “le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios” hubieran sido dichas para ellos y que ni siquiera se dieran cuenta.
No han entendido el sentido del servicio, del amor y de la gratuidad. No pueden reducirse las relaciones con Dios a una especie de comercio o de retribución conforme a las leyes del negocio y de la ganancia.
Una persona que vive para el servicio no estaría preocupada por defender sus posesiones y sus propios intereses. Imaginemos a los esposos o a la familia siempre haciendo cuentas de los favores prestados, reclamando sus derechos y exigiendo sus ganancias. Esta actitud pronto acabaría con la amistad, la confianza y hasta con el amor.
Es la respuesta que da el Padre Misericordioso al hijo «bueno» que reclama que nunca le ha ofrecido un becerro para la fiesta y que en cambio le hace fiesta al hijo vividor que retorna a la casa. «Todo lo mío es tuyo», es decir, no estés haciendo cuentas, porque en amor y dones todo lo has recibido. Siempre en amor nos supera nuestro buen Padre Dios.
Quizás tendríamos que aprender a mirar toda nuestra vida como un regalo para descubrir cuánto nos ama Dios. Entonces no estaríamos reclamando las pobres acciones que nosotros le hemos ofrecido, sino estaríamos disfrutando de ese amor y tratando de corresponder con nuestro cariño.
Las recompensas ofrecidas por Jesús, que muchos han querido tomarlas literalmente, tendríamos que descubrirlas en el amor que a diario recibimos de nuestro Padre Dios. Gracias, Padre Bueno, por tanto amor.