
Isaías 26, 1-6.
El profeta está viendo la «liberación» del pueblo y vislumbra la vida dichosa que se realizará en la ciudad santa porque «Dios está con ellos». Será un pueblo justo que conservará la paz porque vivirá en lealtad con Dios.
El profeta Isaías ofrece un himno de acción de gracias a Dios porque ha invertido la situación del pueblo: ha derribado la ciudad encumbrada y soberbia y ha exaltado a los pobres y humildes. El Señor ha favorecido a los que confiaban en Él, de ahí su firmeza y su fuerza.
En la lucha entre los que se oponen al establecimiento del reino mesiánico («ciudad soberbia») y los pobres que lo esperan y lo anhelan vencerán éstos, el pueblo justo, porque Dios les envía al salvador. Así, los pies de los pobres se sobrepondrán a los opresores.
Las promesas del Señor se cumplirán: los enemigos serán derrotados y reinará una paz perfecta por la fidelidad de los humildes.
La ciudad pagana, que ha confiado en «sus murallas», yace ahora en montón de ruinas.
La ciudad de Dios se levantará fuerte e invencible, protegiendo a los que viven dentro de su lealtad a Dios y su esperanza en el «ungido» del Señor. No necesita murallas.
Mt 7,21.24-27
Cuando escucho estas palabras de Jesús, vienen a mi mente las imágenes de personas que parecían llenas de éxito cuando la vida les sonreía, sin embargo, en un momento de su vida aparecieron los problemas, las enfermedades y los fracasos comerciales, y todo se derrumbó. Aquello que parecía tan sólido quedó hecho polvo. Las seguridades que pretendían tener eran aparentes y su éxito solo radicaba en cosas materiales.
Jesús en este día nos presenta opciones muy diversas y propuestas de éxito muy diferentes. El éxito o el fracaso se encontrarán en la medida que escuchemos sus palabras, las dejemos penetrar en nuestro corazón y las llevemos a la práctica. Y atención, no se trata de que hagamos bellas predicaciones, ni siquiera que entonemos bellas oraciones, Cristo basa la verdadera felicidad y el verdadero éxito en la práctica de su Palabra.
Ya Isaías, en la primera lectura, hacia una comparación entre la ciudad fuerte, bien cimentada que confía en el Señor, que busca la justicia y la otra ciudad que se eleva orgullosa y altiva que la reduce al polvo para que la pisen los pies de los humildes.
Es tiempo de Adviento y es tiempo de revisión y de conversión; es tiempo de reconocer en dónde están nuestros cimientos. ¿No es cierto que muchas de nuestras tristezas y desengaños van de la mano con ambiciones terrenas y egoístas? ¿No es cierto que nos preocupamos más del qué dirán que de lo que hay en nuestro interior?
En el tiempo del Adviento busquemos espacios para escuchar la Palabra de Dios en el silencio y el recogimiento. Demos tiempo y espacio a Dios y escuchemos lo que quiere de nosotros y después enderecemos nuestros caminos, hagamos rectas nuestras sendas y esperemos la llegada de Jesús.
Este tiempo se presta tanto para el silencio y la reflexión, como para las superficialidades y el derroche. Es triste que Navidad pase como un tiempo de fiestas y comidas de empresas, y que no demos tiempo ni espacio para acoger a la Palabra que se ha hecho carne.
Dios ha pronunciado su Palabra con tanto amor que se hace tierno Niño acurrucado entre pañales. Pero para que esta Palabra anide en nuestro corazón necesitamos abrirnos a ella, acogerla y hacerla vida concreta, tangible y real.
El hombre, la sociedad, la civilización, que se funda en la Palabra de Jesús no perecerá nunca porque está basada en valores firmes e imperecederos. Jesús es la roca perpetua, como dice Isaías. Y por la fe en Cristo-Jesús nos hacemos firmes e invencibles, a pesar de los vientos contrarios que soplen sobre nuestras vidas.
Para ello es preciso acoger la Palabra de Jesús con fe y practicarla con decisión y alegría. Preparemos así nuestra Navidad.

