Martes de la XI semana del tiempo ordinario

Mt 5, 43-48 

“La venganza es dulce”, dice un dicho popular que todos hemos escuchado y quizás en alguna ocasión lo hayamos dicho o al menos pensado alguno de nosotros.

El mal que recibimos, con frecuencia no sólo nos hace el daño de ese momento en que lo recibimos, sino que se nos queda en el corazón, crece y hace mucho daño.

Hay tantas personas que viven con resentimiento y amargadas por heridas que recibieron desde su niñez y con frecuencia de personas que amaban o que debían amarlas.

En el Antiguo Testamento parece indicar que la venganza es buena y aceptable, ya que hay frases que se atribuyen esa venganza hasta el mismo Dios.

¿Es lícito vengarse? ¿Tenemos que quedar pasivos ante las injusticias y los agravios? Cristo rompe esta práctica y nos recuerda que sólo el verdadero amor puede romper la cadena de violencia. Ya también en los primero acontecimientos del Génesis, la Palabra de Dios nos presentaba que la violencia no puede ser solución a la violencia.

Cuando Caín espera una condena por la sangre de Abel, el Señor le dice que nadie lo podrá matar porque recibiría un castigo mayor. Es decir, no se soluciona el problema de sangre con más sangre.

Jesús nos dice y nos enseña con su práctica que el odio no se puede vencer con el odio, sino con el perdón y el amor. Es fácil amar a los que nos aman, es fácil tratar bien a los que nos tratan bien, pero es difícil perdonar las ofensas, es difícil aceptar a los que se equivocan, y con frecuencia éstos están muy cerca de nosotros: nuestros familiares, los vecinos, los compañeros de trabajo, de escuela.

Si hay rencor, envidias y venganzas, el ambiente se vuelve hostil y desagradable. Está en nuestras manos transformar nuestros ambientes y hacerlos armoniosos y pacíficos.

El modelo que nos propone Jesús es mismo Padre Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos. Nada de adversarios, nada de discriminaciones, nada de venganzas. Es el único camino para romper la cadena de violencia.

¿Seremos capaces de seguirlo? ¿Seremos capaces de perdonar? ¿Seremos capaces de reconciliarnos?

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