Jueces 6,11-24a; Mt 19,23-30
Hay personajes en la Biblia que parecería que están hablando en nuestros tiempos. Hoy en la primera lectura nos encontramos a Gedeón que, al recibir el saludo del Ángel del Señor, “El Señor está contigo valiente guerrero”, da una respuesta que a muchos de nosotros nos gustaría hacer: “Perdón, Señor mío. Si el Señor está con nosotros, ¿por qué han caído sobre nosotros tantas desgracias? ¿Dónde están aquellos prodigios de los que nos hablaban nuestros padres?… Ahora, en cambio, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado”.
Palabras duras y de desconsuelo, que sin embargo muchos tenemos ahora a flor de piel, cuando vemos las desgracias que se han dejado caer sobre nuestro pueblo. Y nos dan ganas de enumerar una a una todas las tragedias que estamos sufriendo: la crisis económica, la violencia, la sequía, los torrenciales aguacero e inundaciones, los accidentes, y un muy largo etcétera que nos llevaría a más quejas y sollozos.
Me gusta mucho la respuesta que le da el ángel porque nos la da también a nosotros: “Usa la fuerza que tienes, para salvar a Israel. Yo soy el que te envía”. Aunque el Señor es poderoso, se confía a las pobres fuerzas de Gedeón para salvar a su pueblo. Aunque el Señor es poderoso se confía también hoy a nuestras pobres fuerzas para hacer salir de estas situaciones angustiosas a nuestro pueblo. Pero nos pide que tengamos en cuenta que “Él es el que envía”.
Quizás nosotros tengamos la tentación de Gedeón que se dice el más pequeño, de una de las familias más humildes y pide señales. A él le son concedidas. Nosotros tengamos la fe suficiente para saber que Dios está con nosotros, pero también tengamos el optimismo y la generosidad necesarias para saber que se requiere poner todo lo que somos y todo lo que tenemos para lograrlo.
No ganamos nada con más quejas y lamentos, se necesita trabajar honradamente y luchar contra toda injusticia y mentira. No tengamos miedo, “el Señor es el que nos envía”.
Contrastante con esta lectura se nos presenta el pasaje evangélico donde Jesús reprocha la confianza puesta en los bienes materiales que hacen al hombre engreído y tan ampuloso que no puede entrar en el Reino de los cielos. ¿Dónde ponemos nosotros nuestra confianza?