Lunes de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 2,11-19. Mt 19,16-22

Cuando observo a los jóvenes embelesados por los adelantos de la ciencia y de la técnica; cuando persiguen sin dudar los modelos musicales, de bailes y de moda; cuando chicos y grandes se van alejando de las costumbres religiosas y se asimilan a nuevos estereotipos que ofrecen otras culturas, no puedo menos de recordar e imaginar el espectáculo que nos ofrece la primera lectura.

En el libro de los jueces, el pueblo de Israel se enfrenta a situaciones completamente nuevas, debe conquistar la tierra prometida, pero al mismo tiempo debe mantenerse fiel a Dios. La tarea no es fácil: se trata de encontrar el propio espacio, de custodiar y ahondar la propia identidad, proporcionándole un rostro significativo; pero al mismo tiempo convivir con otros pueblos, con sus ritos y tradiciones, con sus cultos tan sugestivos, sus instituciones… y todo tiene un atractivo para un pueblo nómada, vagabundo y con un solo Dios. Y caen en la tentación.

El libro de los Jueces es un continuo movimiento de alejamiento, pecado, infidelidad, conversión y ayuda divina a través de estos personajes que quieren reconducir al pueblo a su amor original. Descalabros y momentos sublimes, van de la mano.

Mi cuestionamiento es ¿por dónde vamos nosotros? La fascinación de las nuevas culturas nos puede llevar, al igual que a los israelitas, a infidelidades, nuevos ídolos y a olvidarnos de Dios. ¿Suscita también hoy el Señor nuevos “jueces” que reconduzcan al pueblo al amor primero? ¿Cómo pueden los jóvenes conservar una gran identidad y una fidelidad a su Dios, a su patria, a su tierra, a su gente, si parecen desarraigados y sometidos por una cultura de oropel? Es una gran tarea que a todos debe cuestionarnos.

Los jóvenes necesitan valores de referencia que los sostengan en el momento de la lucha, del fracaso y del triunfo. Y el más grande valor, y el mejor sostén es ese amor que Dios nos tiene. Buscamos poner en el corazón de cada joven las palabras que Dios dice a cada uno de los jueces: “No tengas miedo, yo estoy contigo”.

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