Viernes de la VI Semana de Pascua

Hech 18, 9-18

Jesús ya les había advertido a sus Discípulos que iban a ser perseguidos y que los llevarían a los tribunales, pero también les aseguró que Él mismo estaría con ellos y que el Espíritu Santo les daría palabras y sabiduría a las que no podrían hacer frente sus enemigos.

Pablo, es este pasaje, es nuevamente testigo de que este aviso y esta promesa de Jesús se realizan en la vida de aquel que lo testifica con su palabra y con su vida.

Jesús nos dice hoy a nosotros también como lo hizo con Pablo: «No tengan miedo de hablar con valentía. Hablen y no callen, yo estoy con ustedes.» Es pues necesario que lo anunciemos con valentía en nuestras oficinas, en nuestros barrios, en las escuelas y universidades, etc.

Si el mundo de hoy vive en esta oscuridad y soledad, que lo empuja a buscar el mal que lo destruye, es porque nosotros los cristianos hemos estado por mucho tiempo callados. Es necesario despertar de nuestro letargo y ponernos a hablar del amor de Jesús; es necesario anunciarlo y dejar que se transparente en nuestra vida, aunque esto nos lleve a tener problemas. Estamos seguros que de la misma manera que Dios libró a Pablo y a sus compañeros, así también lo hará con nosotros.

Jn 16, 20-23

En la lectura del Evangelio de hoy, podemos apreciar que nosotros debemos decirnos la verdad: no toda la vida cristiana es una fiesta. No toda. Se llora, tantas veces se llora.

Cuando estás enfermo; cuando tienes un problema en tu familia con un hijo, con una hija, la esposa, el marido; cuando ves que el sueldo no alcanza hasta fin de mes y tienes un hijo enfermo; cuando ves que no puedes pagar la cuota del crédito inmobiliario de la casa y se deben ir…

Tantos problemas, tantos que nosotros tenemos. Pero Jesús nos dice: «No tengas miedo. Sí, estaréis tristes, lloraréis y también la gente se alegrará, la gente que está contra ti»

También hay otra tristeza, la tristeza que nos llega a todos nosotros cuando vamos por un camino que no es bueno. Cuando, por decirlo sencillamente, vamos a comprar la alegría, la alegría, esa del mundo, esa del pecado, al final hay un vacío dentro de nosotros, hay tristeza.

Y ésta es la tristeza de la mala alegría. La alegría cristiana, en cambio, es alegría en esperanza, que llega.

Pero en el momento de la prueba nosotros no la vemos. Es una alegría que es purificada por las pruebas y también por las pruebas de todos los días: “Vuestra  tristeza se cambiará en alegría”

Pero cuando vas a lo de un enfermo o a lo de una enferma que sufre tanto es difícil decir: «Ánimo. Coraje. Mañana tendrás alegría». No, no se puede decir. Debemos hacerla sentir como la hizo sentir Jesús.

También nosotros, cuando estamos precisamente en la oscuridad, que no vemos nada: «Yo sé, Señor, que esta tristeza se cambiará en alegría. No sé cómo, pero lo sé».

Un acto de fe en el Señor. Un acto de fe.

Para comprender la tristeza que se transforma en alegría Jesús toma el ejemplo de la mujer que da a luz: Es verdad, en el parto la mujer sufre tanto, pero después, cuando el niño está con ella, se olvida

Lo que queda, por tanto, es la alegría de Jesús, una alegría purificada. Esa es la alegría que queda. Una alegría escondida en algunos momentos de la vida, que no se siente en los momentos feos, pero que viene después, una alegría en la esperanza.

Éste, por tanto, es el mensaje de la Iglesia de hoy: no tener miedo

Jueves de la VI Semana de Pascua

Hech 18, 1-8

El comienzo de la lectura del libro de los Hech lo podríamos tal vez leer solamente como una crónica: Pablo fue de tal a tal ciudad, encontró a tales personas, etc.  Pero debemos leerlo también con un sentido teológico.  Aquella frase: «el verbo se hizo carne» se prolonga, es la Palabra de Cristo, su Evangelio, su gracia, lo que se va encarnando en lugares, en hechos, en personas concretas.

Claudio había expulsado a los judíos de Roma.  Este hecho negativo va a tener una consecuencia feliz para el cristianismo.  Oímos el encuentro de Pablo con Aquila y Priscila; ellos serán colaboradores y amigos.

Dice Pablo: «salúdenme a Priscila y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús.  Ellos expusieron su vida para salvarme.  No sólo yo debo agradecérselo, sino también todas las comunidades de la gentilidad».  Hoy diríamos que Priscila y Aquila son unos «apóstoles laicos» ejemplares e indispensables.

Pablo decide pasar a predicar a los paganos.  La Iglesia sigue creciendo.

Jn 16, 16-20

Jesús, al despedirse de sus apóstoles, hora triste de separación, los consuela presentándoles una consecuencia de su partida: el don del Espíritu Santo; Jesús lo presenta como Consolador- Testigo y Maestro.

Los discípulos se extrañan: «¿Qué quiere decir con eso de que `dentro de poco ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver’?»

Más allá de la separación que representa su Pasión y Muerte y luego su Ascensión, habrá una presencia diferente y nueva de Cristo, su gracia, su doctrina, sus sacramentos, sobre todo su Eucaristía.  Será una presencia más profunda y universal.

Debemos apreciar y aprovechar todos estos modos de presencia que hacen a la Iglesia.  De estas presencias nos alegramos, aunque esto no impide que tendamos hacia la presencia definitiva y ya sin necesidad de signos.

«Ven Señor Jesús» será el grito de la Iglesia en todo su peregrinar hacia el encuentro definitivo con su Señor.

Vivamos estas realidades en nuestra Eucaristía de hoy.

Miércoles de la VI Semana de Pascua

Hech 17,15-16. 22-18, 1

Pablo está en Atenas, la capital cultural del mundo antiguo, la sede y centro de la sabiduría de la época.

Su celo por Cristo resucitado lo lleva a dar su testimonio en el Aerópago, el centro de la sabiduría.

Pablo hablaba de Cristo a los judío con textos de la Biblia, a estos sabios paganos les hablará con la sabiduría humana, desde su religiosidad natural.  «Al Dios desconocido», decía aquel altar erigido para no fallar a alguna de la multitud de divinidades que en aquella ciudad se veneraban.

Apela al sentido de la naturaleza y de la creación, pero al llegar al punto culminante de su predicación: Jesús muerto y resucitado, Pablo encontró el rechazo, las burlas y el desprecio «de esto te oiremos hablar en otra ocasión».  Los sabios aeropagitas decían: otro más de esos locos, predicadores de religiones exóticas.  Pero este fracaso, casi total, fue una lección para Pablo.  Ya no usará más este método; dice de su apostolado en Corinto: «… mi palabra y mi mensaje no se basaron en discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y de su poder, para que la fe de Uds. no se funde en sabiduría humana, sino en el poder de Dios».

Jn 16, 12-15

Venimos escuchando el mensaje de despedida de Jesús.  El habla a sus discípulos del don del Espíritu Santo.  Hoy el Señor nos presenta al Espíritu Santo como el Maestro que culmina la obra de Cristo.  Jesús se había presentado a sí mismo como la verdad, pero los discípulos no habían podido comprenderlo.  Ahora, el Espíritu los iluminará en su camino y les hará comprender a Cristo para que puedan continuar la misión a la que los envía el Señor.

El Espíritu es indispensable para la unión con Cristo.  Cristo es indispensable para llevarnos al Padre.  Esto lo vivimos en la liturgia y, principalmente, en la Eucaristía.  Abrámonos al Espíritu, unámonos a Cristo y vayamos al Padre.  Que esta sea nuestra verdad, nuestra vida y nuestro testimonio.

Martes de la VI Semana de Pascua

Hech 16, 22-34

El Señor había dicho a sus discípulos que sufrirían al igual que Él, persecuciones y contradicciones.  El dar testimonio del Señor es seguir su propio camino de entrega y despojamiento como expresión de amor a Dios y a los demás.

Pablo y Silas, molidos a azotes, con los pies en un cepo, cantan himnos al Señor, ¿qué pensarían los otros presos al escucharlos?, ¿locos?, ¿fanáticos?

Con mayor razón pudieron ser tachados de esto mismo al no aprovechar la ocasión para huir.

La reacción del carcelero, «¿qué debo hacer?», es la consecuencia de tantas  cosas extraordinarias.

Y luego el camino de la Iglesia, la evangelización, «les explicaron la palabra del Señor y el rito sacramental», «se bautizó él con todos los suyos», y el convivio familiar.  La Iglesia se va construyendo.

Jn 16,5-11

Jesús está a muy poco tiempo de su muerte, los discípulos lo presienten y la tristeza los agobia.

De nuevo aparece la paradoja de la Pascua: de la muerte brota la vida, la gloria, de la humillación.

«Les conviene que Yo me vaya»; el don del Espíritu Santo es la coronación y el completamiento de su obra.  Él es el testigo supremo cuyo testimonio será indispensable para que los apóstoles y los discípulos puedan darlo también.

El que está a punto de ser muerto con la muerte más dolorosa y humillante, el considerado blasfemo y pecador, el vencido y muerto, se va a convertir en el victorioso, en el viviente con una vida nueva y perfecta, en el Santo de Dios, santificador de sus hermanos.  A esta alegría invita Jesús a sus discípulos.  Nos invita a nosotros.

Lunes de la VI Semana de Pascua

Hech 16,11-15


En el pasaje que acabamos de leer podemos apreciar cómo para Pablo toda ocasión es una oportunidad para hacer conocer el Evangelio. De hecho, busca insistentemente que se presente esta oportunidad.

Sin embargo nosotros, muchas veces, actuamos de modo contrario: cuando sale a la conversación algún tema de fe o de religión preferimos escabullirnos, con la típica excusa: «En cuestiones de política y religión no se pude discutir pues nunca se llega a nada».

Pensemos que si este hubiera sido el pensamiento de los primeros cristianos, todavía nosotros viviríamos en la ignorancia del amor de Dios. Quizás nosotros no nos sintamos llamados como Pablo a ir a buscar «por las orillas del río» a aquellos que no conocen a Jesús, pero lo que por vocación universal tenemos los bautizados es el aprovechar toda oportunidad que se presenta para anunciar el amor de Dios.

Aprovecha hoy todas las oportunidades que Dios te presente para hacer conocer el amor de Dios. Recuerda que la fe nace de la predicación.

Jn 15,26-16,4

Al estarnos acercándonos ya a la fiesta de Pentecostés, la liturgia nos ofrece textos y testimonios que nos ayudan a comprender, valorar y anhelar la venida del Espíritu en medio de nosotros.

La primera lectura nos presenta a Pablo trabajando arduamente, predicando la palabra, navegando; sí, hace mucho trabajo, pero quien abre el corazón de Lidia para que acepte la palabra es el Espíritu. El evangelio nos muestra la promesa de Jesús de enviarnos al Espíritu Consolador. Les anuncia a sus discípulos que sufrirán y los expulsarán de las sinagogas, que los amenazarán de muerte, pero que tienen que ser fuertes y encontrar esta fortaleza en el Espíritu Consolador.

Así con las palabras de Jesús entendemos como normal la serie de ataques y descalificaciones que sufre quien se entrega completamente al evangelio, pero lo que nos debe preocupar y cuestionar es si realmente estamos siendo fieles al Espíritu.

Nosotros, los cristianos no somos una organización social o meramente humana, que se rige por los estatutos y los estándares de aceptación.  La piedra de toque será la aceptación del Espíritu. Tendremos que abrir los corazones y dejarnos invadir por el Espíritu.

Con frecuencia queremos escudarnos en las seguridades de una estructura y quedamos anquilosados en tradiciones y costumbres que van perdiendo el verdadero sentido de seguidores de Jesús. El Concilio Vaticano II fue una fuerte llamada y una irrupción del Espíritu que sacudió desde sus cimientos a la Iglesia, pero posteriormente nos vamos otra vez acomodando y estableciendo.

Necesitamos pedir con fe y confianza ese Espíritu que venga a renovarnos y llenarnos de su impulso para ser fieles a Jesús a pesar de las críticas y las acusaciones. Si sufrimos por el Evangelio, tendremos la consolación del Espíritu que nos traerá la verdadera paz.

Sábado de la V Semana de Pascua

Hch 16, 1-10; Juan 15, 18-21

Se ha hecho proverbial la sentencia del Señor cuando dice que «el siervo no puede ser superior a su señor».

Y si al Señor («que acaba de lavar los pies a sus discípulos») el mundo le ha odiado hasta llevarle a la cruz por «pasar haciendo el bien», a sus seguidores les sucederá lo mismo.

El mundo que vive tranquilo en su oscuridad, no puede soportar el escozor de la luz que proviene de Cristo-Jesús.

Por eso, cuando el ciego de nacimiento fue iluminado por la fe en Cristo, se le expulsó de la sinagoga porque confesó que Jesús era Hijo de Dios; y cuando los Apóstoles iluminados por la luz del Espíritu en Pentecostés, proclaman a voz en grito el mensaje de salvación, serán perseguidos porque se han salido de las normas del mundo y viven bajo la luz de Dios.

El odio existente en el mundo es la antítesis del amor expresado por el Evangelio de Jesús. El evangelio de hoy nos dice claramente lo que cada día estamos experimentando y ya lo estaba viviendo la comunidad cristiana del evangelista Juan: aquellos que vivan bajo la luz del evangelio sufrirán incomprensión y persecución de los que viven en la oscuridad de los criterios de este mundo.

El evangelio da un gran salto. Un trasvase transcendental, cultural… Pasa por vez primera de Asia a Europa. En el año 49 d.C. Pablo visita la antigua ciudad de Neápolis. Actualmente se llama Kavala. Es una populosa ciudad marinera, que recuerda a cualquiera de nuestras ciudades bañadas por la cultura y el agua del Mediterráneo.

Una pequeña iglesia ortodoxa conmemora el evento. El evangelio se abre paso, traspasa fronteras, naciones, tierra y mar, se hace universal porque el Espíritu Santo no deja de empujar a la Iglesia y porque hay también apóstoles valientes, que se atreven a dar el salto, es decir, que están atentos a escuchar la voz de los más pobres, que hoy como ayer siguen gritando al corazón: «Ven y ayúdanos».

Que no le pongamos puertas al campo de la evangelización. Nosotros somos los portadores de esa buena noticia.

La Santa Cruz

La cruz, para el cristiano, se considera el signo de la salvación.  En el bautismo hacen sobre nosotros la señal de la cruz; con este signo recibimos constantemente la bendición de Dios y con él nos santiguamos.  La cruz es el símbolo cristiano, el signo que exponemos en público y en privado.

Sin embargo, no debemos olvidar el escándalo de la cruz.  La cruz es, al mismo tiempo, signo de salvación y signo de contradicción.  Esta contradicción nos sale al paso siempre que la cruz nos afecta personalmente: en una enfermedad grave, en el dolor, en los desengaños, fracasos, golpes de la vida, en la desgracia, en las catástrofes y en el encuentro con la muerte.

¿Por qué eligió Dios la cruz como camino de redención y entregó a Cristo, el más inocente de todos los hombres a la muerte de cruz?

¿Por qué crucificaron a Jesús que lo único que predicaba era el amor de Dios y que invitaba a los hombres a amarse, que curaba a los enfermos, ayudaba a los pobres y luchó contra la violencia?  La respuesta es que Jesús por vivir una vida ejemplar, entró en conflicto con los dirigentes políticos y religiosos.  Jesús fue condenado por el Sanedrín por razones religiosas: Poncio Pilato lo mandó ejecutar en la cruz como rebelde político.  El mismo Jesús sabía que iba a morir de muerte violenta  y sabía que su muerte era necesaria para salvar a los hombres.

Jesús padeció todo tipo de indignación en su camino hacia la cruz: detención injustificada, traición de sus apóstoles, huida de los amigos más íntimos, interrogatorios inhumanos, torturas, acusaciones falsas, burlas, caídas bajo el peso de la cruz.  Pero la cruz es un signo de esperanza.  El mensaje de la cruz no se puede separar de la resurrección.  La cruz pone al descubierto el pecado, la injusticia y la mentira y revela el amor, la justicia y la verdad de Dios.

La muerte de Cristo en la cruz sirvió como rescate de nuestros pecados.  La muerte de Jesús sirvió para liberarnos de nuestros pecados, del demonio, de los poderes del mundo y sobre todo de la muerte.

Recordemos hoy esas palabras del Viernes Santo cuando alzando la cruz en la Iglesia se dice: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.  ¡Venid a adorarlo!»

Como signo de victoria, la cruz es también signo de esperanza.  En nuestro mundo existe todavía odio, violencia, mentira, muerte.  Hay que seguir pidiéndole a Dios que nos libre de todos estos pecados.  Sólo por el camino de la cruz alcanzaremos la victoria sobre el pecado.  Hay que seguir a Cristo, pero para ello tenemos que recordar esas palabras que nos dice Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga».

San José Obrero

Hoy se nos invita a contemplar a San José como trabajador y obrero, que con sus manos sostuvo a la Sagrada Familia. Muchas asociaciones y grupos también recuerdan hoy el Día del Trabajo y se solidarizan con las personas que no tienen trabajo o que sus condiciones laborales no corresponden a la dignidad de un hijo de Dios.

Duele la situación de tantas personas, sobre todo jóvenes o padres de familia que no tienen la oportunidad de estudiar ni de trabajar, o de aquellas otras personas que aunque tienen trabajo su sueldo es raquítico e injusto, o las condiciones en las que trabajan son muy deficientes.

Hoy es un día especial porque a contemplar a José y a Jesús como trabajadores, deberíamos de revalorar el trabajo, no solo como un medio de sustento sino también como un elemento muy importante en la realización personal.

En la actualidad sobre todo en las ciudades, hemos llegado a una situación en la que parece que el trabajo nos absorbe todo el tiempo y no nos deja espacio para otras actividades. Las madres de familia, los papás, los mismos hijos tienen que ocupar casi todo el día en actividades laborales y se van endureciendo y haciendo insensibles a las necesidades de los demás.

La cultura actual propone estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y la dignidad del ser humano. El poder, la riqueza y el placer se han transformado por encima del valor de la persona en la norma y el criterio decisivos en la organización social. Se mira a la persona como una tuerca más del engranaje de la producción. Tendremos que esforzarnos mucho para realzar, en estas situaciones, el valor supremo de cada hombre y de cada mujer.

Toda la sociedad debería de estar encaminada a procurar una vida digna para cada uno de sus ciudadanos.

Que este día nos comprometamos a buscar estructuras más justas; que hagamos de nuestros trabajos una fuente de vida y dignidad para cada una de las personas; que luchemos contra toda injusticia en el campo del trabajo. Trabajemos con entusiasmo, pero mirando nuestras labores como un acercamiento a Dios Padre que siempre trabaja, que sostiene la vida, que nos cuida como hijos.

Martes de la V Semana de Pascua

Hech 14, 19-28

La gran oposición a la predicación de los apóstoles Pablo y Bernabé en esta primera misión llega al culmen de la lapidación.  En la lista de «trofeos» de su apostolado, Pablo mencionará esta lapidación (2Cor 11,25), que era el castigo especial para los blasfemos.  Esta gran tribulación no doblega a los apóstoles que pasan a Derbe, siguen predicando y de allí van a Listra, Iconio y Antioquia, es decir se meten en la boca del lobo. ¡Precisamente en Listra los habían atacado los judíos!, y a pesar de ello vuelven allí a seguir predicando.

El mensaje que transmiten es muy alentador, Pablo y Bernabé animan a los discípulos «diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios».

En cada comunidad, Pablo y Bernabé «designaban presbíteros»  Estos presbíteros no eran en todo idénticos a los actuales miembros del segundo orden de la jerarquía, pero allí está el origen de los sacerdotes.

Los apóstoles regresaron a Antioquia dando cuenta de su trabajo.

Jn 14,27-31

Escuchamos el discurso de despedida de Jesús a sus discípulos.  El evangelio empezaba diciendo Jesús: «La paz les dejo, mi paz les doy.  No se la doy como la da el mundo».

¿Qué idea tenemos de la «paz»?  Muchas veces creemos que la paz es no ruido o nada que nos moleste; cuando estamos en un lugar silencioso y confortable decimos: «Qué paz».  Hablamos también de la paz de los sepulcros; ausencia de guerra; decimos: “déjame en paz».  Todo eso es apreciable, pero Jesús habla de algo más.  La paz bíblica es la síntesis de todos los bienes, de la plenitud y la armonía.  La paz es fruto de la resurrección: «Les he dicho todo esto para que tengan paz en mí (Jn 16,11).  Esta paz es producto de un esfuerzo, de una lucha continua, por esto también dirá Jesús: «no vine a traer la paz sino la lucha».

Tratemos de vivir según esa paz que Cristo vino a traer, la paz del corazón, la paz del espíritu.

Lunes de la V Semana de Pascua

Hech 14,5-18

Este pasaje nos muestra, por un lado, que no siempre la adversidad es algo negativo, sino que forma parte del misterioso plan de Dios.

Es gracias a esta persecución que se desata en Iconio que Pablo y Bernabé predicarán el evangelio en otras ciudades. Esto es importante recordarlo sobre todo cuando las cosas en nuestra vida no van como nosotros lo esperábamos, y más aún cuando por estas circunstancias nos vemos obligados a dejar un trabajo, una ciudad, o una asociación.

Debemos siempre pensar que Dios nos está ahora brindando la oportunidad de llevar la buena nueva del Evangelio a otras comunidades, de llevar la alegría y la salvación a quienes aún viven en la oscuridad del pecado.

Por otro lado nos habla del peligro que tenemos de ser vencidos por la adulación de la gente que viendo nuestra vida y las obras que Dios realiza en y por nosotros, lleguemos a pensar que somos nosotros y que efectivamente somos merecedores de la gloria que solo pertenece a Dios.

Seamos, pues, cautos, y en toda obra buena que realicemos, demos siempre la gloria al único que le pertenece: a Dios.

Jn 14,21-26

El pasaje del Evangelio de hoy es la despedida de Jesús en la Última Cena. El Señor acaba con estos versículos: «Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Es la promesa del Espíritu Santo; el Espíritu Santo que habita en nosotros y que el Padre y el Hijo envían. “El Padre enviará en mi nombre”, dice Jesús, para acompañarnos en la vida. Y lo llamamos Paráclito. Ese es el oficio del Espíritu Santo. En griego, el Paráclito es el que sostiene, acompaña para no caer, te mantiene firme, está cerca de ti para apoyarte. Y el Señor nos ha prometido ese apoyo, que es Dios como Él: el Espíritu Santo.

 ¿Qué hace el Espíritu Santo en nosotros? Lo dice el Señor: «Os enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho». Enseñar y recordar. Ese es el oficio del Espíritu Santo. Enseñar: nos enseña el misterio de la fe, nos enseña a entrar en el misterio, a captar un poco más el misterio. Nos enseña la doctrina de Jesús y nos enseña cómo desarrollar nuestra fe sin equivocarnos, porque la doctrina crece, pero siempre en la misma dirección: crece en la comprensión. Y el Espíritu nos ayuda a crecer en la comprensión de la fe, a entenderla más, a penetrar lo que dice la fe. La fe no es estática; la doctrina no es estática: crece. Crece como crecen los árboles, siempre iguales, pero más grandes, con fruto, pero siempre igual, en la misma dirección. Y el Espíritu Santo evita que la doctrina se equivoque, evita que se frene, sin crecer en nosotros. Nos enseñará las cosas que Jesús nos enseñó, desarrollará en nosotros la comprensión de lo que Jesús nos enseñó, hará crecer en nosotros, hasta la madurez, la doctrina del Señor.

 Y la otra cosa que dice Jesús que hace el Espíritu Santo es recordar: «Os recordará todo lo que os he dicho». El Espíritu Santo es como la memoria, nos despierta: “Acuérdate de esto, acuérdate de aquello”; nos mantiene despiertos, siempre atentos a las cosas del Señor, y nos hace recordar también nuestra vida: “Piensa en aquel momento, piensa cuando encontraste al Señor, o piensa cuando dejaste al Señor”. Una vez oí decir que una persona rezaba ante el Señor así: “Señor, yo soy el mismo que de niño, de chaval, tenía aquellos sueños. Luego fui por caminos equivocados. Ahora tú me has llamado. Pero soy el mismo”. Es la memoria del Espíritu Santo en tu vida: te lleva a la memoria de la salvación, a la memoria de lo que enseñó Jesús, y a la memoria de tu vida. Y esto me ha hecho pensar –lo que decía ese señor– en un bonito modo de rezar, mirando al Señor: “Soy el mismo. He caminado tanto, he errado mucho, pero soy el mismo y tú me amas”. La memoria del camino de la vida.

El Espíritu Santo nos guía en esa memoria; nos guía para discernir qué debo hacer ahora, cuál es la senda correcta y cuál la equivocada, incluso en las pequeñas decisiones. Si pedimos luz al Espíritu Santo, nos ayudará a discernir para tomar buenas decisiones, las pequeñas de cada día y las más grandes. Nos acompaña, nos sostiene en el discernimiento. El Espíritu nos enseñará todo: hace crecer la fe, nos introduce en el misterio… El Espíritu nos recordará todo: nos recuerda la fe, nos recuerda nuestra vida, y el Espíritu, en esa enseñanza, en ese recuerdo, nos enseña a discernir las decisiones que debamos tomar. A eso, los Evangelios le dan un nombre al Espíritu Santo: sí, Paráclito, porque te sostiene, y otro nombre más bonito: es el Don de Dios. El Espíritu es el Don de Dios. El Espíritu es precisamente Don. “No os dejaré solos, os enviaré un Paráclito que os sostendrá y os ayudará a ir adelante, a recordar, a discernir y a crecer”. El Don de Dios es el Espíritu Santo.

 Que el Señor nos ayude a proteger este Don que Él nos dio en el Bautismo y que todos llevamos dentro.