Mt 9, 27-31
El camino del Adviento es un camino de luz. Desde nuestras oscuridades y nuestra ignorancia caminamos hacia Cristo, luz verdadera que ilumina este mundo.
Los dos ciegos pueden ser un símbolo de lo que somos nosotros cuando todavía no reconocemos a Jesús. Nuestra existencia está marcada por la oscuridad del egoísmo y de tantos caprichos que nos empobrecen y nos limitan. Permanecemos sumidos en la oscuridad de nuestro pecado y de nuestra ambición, nos atamos a las tinieblas y no somos capaces de reconocer al hermano y de vivir el amor.
En la narración los dos ciegos deben entrar en la casa donde se encuentra Jesús y nos enseñan que sólo se logra la luz si se busca a Jesús entre los hermanos y nos acercamos a Él para entrar en comunión con Él, escuchando su Palabra.
La curación de los ciegos es enseñanza de la profunda transformación que el Evangelio obra en nuestra persona cuando nos dejamos iluminar, cuando la acogemos con alegría y con fe. Entonces tenemos nuevos ojos para mirar nuestros caminos.
Hoy nosotros, igual que esos ciegos, vayamos detrás del Maestro, supliquemos que nos regale su luz para nuestras vidas y que, una vez iluminados nosotros, nos comprometamos a difundir su luz y su alegría.
Nuestro mundo tan ciego y tan turbado por las estructuras de muerte, requiere la presencia de Jesús que dé sentido y luz a nuestras vidas. Como los ciegos del pasaje, veámonos revestidos de la piedad de Cristo, acogidos en la casa, tocados por su mano misericordiosa.
Supliquemos insistentemente: “Hijo de David, compadécete de nosotros”, para que con una nueva luz miremos nuestra realidad y aprendamos a estimar lo que para el mundo es despreciable, pero que Cristo lo prefiere: los humildes, los pobres, los oprimidos.
Señor Jesús, concédenos tu luz.