Miércoles de la Feria después de Navidad

Jn 1, 35-42

El texto del evangelio nos narra la vocación de los primeros discípulos en el cuarto evangelio que se despega de la narración sinóptica. La escena comienza con Juan Bautista acompañado de dos de sus discípulos, uno de ellos Andrés, hermano de Pedro, del otro no sabemos su nombre. El Bautista al ver a Jesús, lo señala ante sus discípulos como el Cordero de Dios. Lo está identificando, así como el siervo de Yahvé (Is 42,1-4; 53,1-9) que quita el pecado del mundo, como el cordero pascual, símbolo de la liberación con su sangre de la décima plaga y de la salida de Egipto de la esclavitud (Ex 12, 1-14).

Juan se convierte así en mediador entre sus discípulos y Jesús. Él les ayudará a que reconozcan al Nazareno en medio de sus búsquedas, y con ello provocará el deseo de los discípulos de ir con Él: ¿Maestro, dónde vives? La respuesta de Jesús no es teórica: Él les invita a realizar la experiencia personal y a recorrer su propio camino: ¡Venid y veréis!

Jesús también nos dice a nosotros hoy estas palabras: ¡Venid y veréis! ¿A qué lugares acudimos para vivir la experiencia del encuentro con Él?

En el relato de vocación vemos cómo en las llamadas a los primeros discípulos aparecen mediadores, Juan Bautista, Andrés. Ellos ayudan a identificar la voz de Dios, a descubrir la identidad de Jesús. En muchas ocasiones nosotros también necesitamos la mediación de los hermanos para distinguir la voz de Dios o de Jesús en medio de los ruidos de nuestro mundo, y poder así escuchar sus llamadas. En los diferentes momentos de nuestra vida nos encontramos con hermanos “señaladores” o “indicadores” de Jesús o del Padre, que por nosotros mismos no reconoceríamos. Pero también nosotros podemos ser mediadores para llevar hasta Dios a otros hermanos, para que lo reconozcan presente en su historia o para que descubran el bien que su presencia puede hacer a sus vidas. Lo que hemos recibido gratis, hemos de darlo gratis (Mt 10, 8b). ¿Qué medios utilizamos para descubrir a Dios activo y presente en nuestro mundo? ¿Cómo podemos ser mediadores para llevar a otros a su encuentro?

Martes de la Feria después de Navidad

Jn 1, 29-34

Hay una fábula que dice que los huevos de un águila fueron a dar a un gallinero.  Empollados por una gallina nacieron las pequeñas águilas creyéndose polluelos.  Caminaron, se alimentaron y trataron de cantar como las propias gallinas.  El día que con espanto vieron a un águila volar por las alturas, solamente suspiraron y continuaron su vida como gallinas, olvidándose que estaban llamadas a surcar los espacios.

Las lecturas de este día quisieran que nosotros cristianos dejáramos de vivir acorralados, con miedo y con vida de gallina.  Las lecturas nos recuerdan nuestro origen, nuestro linaje y nuestra misión.

La primera carta de san Juan no se cansa de repetirnos que hemos nacido de Dios, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que en verdad lo somos, aunque el mundo no lo reconoce porque tampoco lo ha reconocido a Él.  Y san Juan aún nos lleva más lejos al afirmar: “ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado como seremos al fin, cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”

Así san Juan nos lanza a dejar el corral de gallinas, a recordar nuestra dignidad de águilas y abrir nuestras alas con los riegos de la aventura y lanzarnos a surcar los espacios.

Desde las alturas el mundo se ve diferente, desde nuestra dignidad de hijos de Dios, el mundo aparece distinto.  Si seguimos pegados al suelo, con la cabeza agachada, con la mirada clavada en tierra, no descubriremos nuestra verdadera identidad y nuestra verdadera dignidad.

En el mismo evangelio san Juan nos presenta a Jesús y su personalidad.  La descubre en el bautismo en el río Jordán, cuando desde los cielos abiertos, Juan el Bautista ve posarse al Espíritu sobre Jesús y da testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.

Jesús, Hijo de Dios, viene a hacernos partícipes de la misma dignidad.  Hoy reconociéndonos hijos de Dios, levantemos nuestra mirada, emprendamos nuevos vuelos y vivamos nuestro día como valentía, dignidad y amor de acuerdo a nuestro linaje.

Recuerda: eres valioso, eres hijo de Dios.  Vive siempre, en todo momento, en toda circunstancia como hijo de Dios.

Lunes de la Feria después de Navidad

Jn 1, 19-28

Hay una pregunta crucial que todos alguna vez nos hemos hecho: “¿Qué dices de ti mismo?”. Contestar a esta pregunta nos enfrenta con nuestra realidad más honda y exige de nosotros un ejercicio de humildad y sinceridad auténticas. Porque todos vivimos esclavos de la imagen, la autoimagen y la imagen que los demás se hacen de nosotros. En esta era de la globalización, nos hemos creado necesidades que nos sitúan en la superficialidad y la banalidad, que no nos permiten profundizar y discernir qué es lo que en la vida cotidiana me ayuda a dar la mejor versión de mí mismo.

Juan Bautista nos muestra hoy el camino para alcanzar esa conciencia sobre uno mismo que no nos aleje de lo que en verdad somos, sino que nos permita conectar con nuestro yo más profundo para potenciar los talentos que Dios nos ha dado y para integrar los límites y debilidades que toda vida humana lleva consigo.

Tres veces contesta Juan Bautista “No lo soy”, a los que ya creían en él como Mesías o el Profeta que Dios enviaría delante de Él. “Yo soy la voz”, una voz que nos invita a la conversión y a pasar del “otro lado del Jordán” a la tierra prometida. Por eso él sabe situarse en el lugar correcto, a los pies del que viene a abrir un camino de liberación y sanación para todos nosotros.

Si estás en la otra orilla, y te sientes alejado, desesperanzado, triste, abatido, solo, hundido, descartado, ¡no temas!, esta buena noticia es para ti. Reconoce quién eres, reconoce Quién habita dentro de ti y ponte en camino para cruzar el Jordán de tu vida y pasar a la tierra prometida de la vida eterna, la vida plena, que goza de todo lo bueno, bello y verdadero que hay en el mundo y que es para ti.

VII DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Jn 1, 1-18

Rico, muy rico en verdades sublimes este conocido prólogo del evangelio de San Juan. Destaquemos algunas de ellas. La primera y principal, de la que parten las demás, es que la Palabra, Jesús, ha venido hasta nuestra tierra. Todo un Dios que viene hasta nosotros y nos ofrece lo que más necesita nuestra persona. “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Vida y luz, una luz que disipa nuestras tinieblas. Lo pasamos mal cuando no vemos claro, cuando las oscuridades prevalecen sobre las claridades. Dios nos ha dotado a los hombres de libertad y usando de ella podemos cometer el enorme error de rechazar a Jesús y la vida y la luz que nos brinda. Pero a cuantos le reciben, y nosotros queremos recibirle “les da el poder de ser hijos de Dios, si creen en su nombre”.  Enorme el amor que Jesús nos tiene que le lleva a hacernos hijos de Dios. Dios para nosotros no es en primer lugar el Omnipotente, el Altísimo, sino nuestro Padre, el que nos ama y cuida de nosotros, y al que podemos dirigirnos sin temor, sin miedo porque es nuestro Padre. Toda la vida es distinta y mejor si Dios es nuestro Padre entrañable.

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

Mt 2, 13-15. 19-23

La encarnación de Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y de la mujer. Y este nuevo inicio acaece en el seno de una familia, en Nazaret.

Jesús nació en una familia. Él podía venir espectacularmente, o como un guerrero, un emperador… No, no. Viene como un hijo de familia, en una familia. Esto es importante: mirar en el pesebre esta escena tan bella.

Dios ha elegido nacer en una familia humana, que ha formado Él mismo. La ha formado en un apartado pueblo de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que era la ciudad capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, o mejor dicho, más bien de mala fama.

Lo recuerdan también los Evangelios, casi como un modo de decir: «De Nazaret, ¿puede salir alguna vez algo bueno?» (Jn, 1,46).

Quizás, en muchas partes del mundo, nosotros mismos hablamos todavía así, cuando escuchamos el nombre de algún lugar periférico de una grande ciudad.

Jesús permaneció en esa periferia por más de treinta años. El evangelista Lucas resume este periodo así: «…vivía sujeto a ellos», es decir a María y José. Y uno podría decir: ¿pero este Dios que viene a salvarnos ha perdido treinta años allí, en aquella periferia de mala fama? ¡Ha perdido treinta años! Y Él ha querido esto.

El camino de Jesús estaba en esa familia. «La madre conservaba todas estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres».

Cada familia cristiana – como hicieron María y José – puede en primer lugar acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio en nuestro corazón y en nuestras jornadas al Señor.

Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia fingida, no era una familia irreal.

La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de toda familia.

Y como sucede en aquellos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros: hacer que se transforme en normal el amor y no el odio; hacer que sea normal la ayuda mutua, y no la indiferencia o la enemistad.

Entonces, no es casualidad, que Nazaret signifique «Aquella que custodia», como María, que – dice el Evangelio – «… conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón»

V DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Lc 2, 22-35

Lucas, en este relato final de la infancia de Jesús, nos habla del cumplimiento de la promesa, del final de la profecía. José y María, cumpliendo las tradiciones religiosas de Israel, presentan al niño para su consagración a Dios. Reconocen el don de Dios y agradecen su benevolencia con ellos por el hijo recibido. Ponen su vida y su familia en las manos de Dios. Y, en ese contexto, Lucas nos presenta ese encuentro culminante de Simeón con la sagrada familia. Se ve cumplida la promesa para un hombre de Dios, lleno del Espíritu que proclamará el significado definitivo de la vida de Jesús. Dios ha sido fiel a su palabra. Ha realizado su esperanza y ha colmado el sentido de su vida. Por eso reza a Dios: “Ahora Señor puedes dejar a tu siervo ir en paz”.

Con ese himno que nos transmite Lucas de profunda serenidad, pone Simeón su vida en manos de Dios. Ha visto llegar al enviado, es testigo del Salvador de Israel, la luz que Dios hace brillar para todas las naciones. Pero como siempre, hay un claroscuro, el anuncio tiene que ser recibido, el enviado debe ser aceptado. Jesús será puesto para que muchos caigan y se levanten, será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Tenemos por tanto presente el sentido que el niño Dios interpela en nuestras vidas. La navidad nos trae ese mensaje de salvación y cercanía de Dios, a la vez que la llamada al seguimiento, a creer en la promesa, a percibir el misterio de Dios presente en ese misterio oculto del niño salvador. Un misterio que nos suscita una apuesta confiada por el Dios que cumple su promesa. Una esperanza empeñada en la aceptación del Salvador que Dios nos envía. Un seguimiento incondicional para hacer brillar el amor infinito que Dios nos muestra con la misión de su Hijo. Y así como María proclama la grandeza de Dios en la humillación de su sierva, también nosotros recibimos al niño Dios en el despojo de nuestra prepotencia para ponernos al servicio del Señor.

Que seamos capaces de llevar la paz y la alegría a los corazones de nuestros hermanos.

Los Santos Inocentes

Mt 2, 13-18
El evangelio de hoy nos muestra como la ambición de poder convierte al ser humano en un verdadero monstruo. El ego, la autorreferencialidad, el capricho… petrifican el corazón.

Muchos son los dramas humanos… situaciones provocadas por la ambición y el poder. Parece que estas realidades ya no nos hieren. Ante el exceso de información y la repetición de las tragedias, desenvolvemos una coraza de protección que nos puede llevar a la indiferencia y a cerrar los ojos ante el dolor de tantas personas, víctimas inocentes que no consiguen salir por sí mismas de las situaciones de explotación, malos tratos, humillaciones.

La escucha de la Palabra de Dios nos ayuda a ver las situaciones donde la vida está amenazada. Cuando percibimos lo que ocurre a nuestro alrededor, quienes son los débiles y escuchamos los clamores y llantos silenciados, el Señor nos lleva a respuestas astutas, audaces y comunitarias. Incluso a veces es necesaria la huida, para que después se pueda retomar la vida: “Huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque…”

La biblia nos revela constantemente que Dios está al lado de los pequeños, de los excluidos, de aquellos a quienes se les niega el derecho de ser, de tener oportunidades. Hoy la Palabra nos provoca y cuestiona: ¿De qué lado estoy? ¿De qué lado quiero estar? La fe nos urge, nos lanza… no para ser salvadores o héroes, sino para que, con sencillez y constancia, nos comprometamos con el Reino de Dios.


SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA

Jn 20, 2-8

Aún tenemos muy viva, muy presente la imagen de Jesús recién nacido.  Lo hemos contemplado como Luz en medio de la oscuridad, como presencia del Emmanuel, que viene a caminar con nosotros, como fuerza salvadora para un pueblo necesitado de justicia.

La fiesta de san Juan nos permite acercarnos más a este niño recién nacido y descubrir nuevos y muy importantes rasgos del que ha puesto su tienda en medio de nosotros.

Juan nos insiste tanto en su carta como en el Evangelio que este niño es la Vida, la Luz y que nos trae la alegría.  Su testimonio se basa en lo que ha visto y oído.  Sus palabras son una invitación a acercarnos y a palpar también nosotros el amor del recién nacido.  Esta Vida se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y somos testigos de ella.  “Os anunciamos esta Vida que es eterna y estaba con el Padre y se nos ha manifestado” Son las palabras que nos ofrece en su primera carta.

Navidad nos da la oportunidad de participar de esta vida de Dios.  El pequeño niño viene a ofrecernos la vida verdadera. 

Juan se presenta a sí mismo como el amigo de Jesús y quien compartió toda su vida, sus enseñanzas, su milagro, sin embargo, a pesar de ser una vida y una enseñanza maravillosa, nunca estaría completo este conocimiento, si no se experimenta la resurrección del amigo.

En el evangelio de este día, san Juan nos cuenta el gran paso al contemplar a Cristo resucitado, pues entonces “vio y creyó porque hasta entonces no habían entendido las escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos”  Así nos invita hoy a contemplar a Jesús como la verdadera Vida y enlaza su resurrección con el nacimiento.  Pero Juan es muy claro en sus cartas pues no se queda en simple contemplación, sino que exige que esta experiencia de Jesús-Vida, se concrete en un amor eficiente y concreto hacia los hermanos. Si no seremos mentirosos y no podrán creer que amamos a Jesús. 

Así Navidad se transforma en una vida que se experimenta, se goza y se transmite.

San Esteban, Protomártir

Mt 10, 16-23

Después de celebrar la Navidad, la Iglesia nos presenta al primer mártir de la Iglesia, el primero que dio su vida por el Niño que acaba de nacer. Con ello nos recuerda que la cruz está siempre muy cerca de Jesús y de los suyos.

Esteban es un hombre lleno de gracia y de Espíritu Santo. Diácono, servidor de sus hermanos y testigo de Cristo resucitado mediante la proclamación de la Palabra por la que pone su vida al servicio de Jesucristo. Y por esta Palabra, por proclamar la verdad, se convierte en testigo fiel hasta la muerte.

En el relato de Lucas vemos el claro paralelismo que hay entre el martirio de Esteban y la muerte de Jesús. San Esteban no sólo muere por Cristo, sino que muere como Él, con Él. Muere, como Jesús, perdonando a sus verdugos, y poniendo toda su confianza en el Señor: “Señor, recibe mi espíritu”.

El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros

En el Evangelio de hoy, Jesús aparece preparando a los discípulos para las dificultades que vendrán. Jesús es realista, no les augura éxitos fáciles, sino que les previene ante las dificultades, las acusaciones, calumnias, persecuciones que sufrirán en todo tiempo. “Todos os odiarán por mi nombre”: La cruz nunca abandonará a los discípulos del Señor; ahora como entonces los cristianos sufrirán la persecución de los poderosos que ni entienden ni quieren entender el mensaje del Evangelio. Por ello es necesario que los discípulos comprendan que el anuncio del Evangelio tendrá que desarrollarse en un clima de oposición y persecución.

Pero Jesús sabe que no todos aguantarán el tipo, no todos somos Esteban, no todos poseemos su fe y su fuerza. Y por eso, las palabras de Jesús son de esperanza y de fortaleza: “No os preocupéis”, porque en las peores circunstancias garantiza a sus discípulos la fuerza del Espíritu Santo. Estas palabras dan confianza a los suyos: ante los enemigos es el “Espíritu del Padre (el que) hablará por vosotros”; el mismo Espíritu suscitará en la mente y en el corazón de los discípulos lo que han de decir y cómo lo dirán. 

El único remedio válido contra el miedo es la fe, la confianza en Jesús, en la fuerza que viene del Espíritu Santo. Quien vive abandonado en las manos de Dios no está especialmente preocupado por una posible persecución, porque sabe que el Espíritu del Padre hablará por él, sabe que el amor que Dios nos tiene es más grande que todo el odio junto de los hombres. Los discípulos que hayan sabido dar testimonio de Jesús ante los hombres escucharán el testimonio de Jesús a favor suyo ante Dios.

Al celebrar la fiesta de San Esteban pidamos al Señor la gracia de no acobardarnos ante las dificultades y persecuciones de todo tipo que se nos presenten, sino renovemos nuestra confianza en que el Señor estará ahí, como nos ha prometido, siendo nuestra guía, nuestra fuerza, nuestro consuelo y nuestra esperanza.

Feria Privilegiada 24 de Diciembre (misa matutina)

Lc 1, 67-69

Dios, nos dice hoy en la Escritura por boca de Zacarías, que ha visitado y redimido a su pueblo.

De nuevo este cántico nos invita a reflexionar en lo importante que es la consciencia histórica de la salvación. Pensemos por unos momentos que el mismo Dios ha visitado nuestra tierra, nuestra vida, nuestras propias casas.

La Navidad no es simplemente una fiesta sino un acontecimiento salvifico de Dios, que tiene que ser parte de nuestra propia historia. Dios nos visita, para darnos el verdadero sentido de la vida, del amor, del trabajo… para sacarnos de las tinieblas del pecado, del consumismo, de nuestro propia egoísmo que nos cierra y que nos impide darnos cuenta de lo importante que es aquel que también camina conmigo.

La Navidad es la celebración de la luz que hoy hay en nuestros corazones, y que hace que la vida sea totalmente distinta. Dentro de lo agitado que puede ser este día, démonos unos momentos para hacer consciente en nosotros, este paso de Dios en nuestra vida, busquemos en nuestro corazón esta luz, démonos cuenta que Dios verdaderamente a lo largo de nuestra vida, ha hecho historia en nosotros y en nuestra familia.