Lunes de la XXII semana del tiempo ordinario

Lc 4, 16-30

San Lucas escribe para quienes buscan conexión entre el mensaje de Jesús y la vida actual; para quienes se interesan por descubrir qué es lo más importante de la buena nueva; para quienes sufren ataques y han tenido dudas; para quienes buscan dinámicamente vivir el evangelio. Sus temas centrales son la oración, los pobres, la misericordia, el discipulado, la valoración de la mujer, en especial el papel de María, la conducción del Espíritu Santo que suscita nuevos horizontes y abre caminos a la evangelización.

La dignidad de las personas e importancia de la vida comunitaria tienen gran importancia en sus relatos. En fin, temas que son de mucha actualidad y que nos hacen reflexionar en nuestro propio camino.

Cuando presenta a Jesús en la sinagoga que hace la lectura del profeta Isaías, no lo recuerda como algo del pasado. Lo pone en un presente muy vivo. Es el programa de toda su actividad profética. Si estas palabras estuvieran fuera del contexto del evangelio parecerían explosivas y revolucionarias: liberar, abrir los ojos, romper cadenas, llevar buenas nuevas a los pobres…

¿Cómo sonarían a los oídos de aquellos judíos reunidos como de costumbre en su sinagoga? Debieron tener fuerte impacto sobre la audiencia.

En un primer momento todo es admiración y entusiasmo; pero cuando comprenden que esta actividad liberadora y las buenas noticias requieren un compromiso, cuando entienden aquellos pasivos oyentes que se exige su participación y que tendrán que cambiar muchas estructuras y expectativas, prefieren rechazar la propuesta de Jesús, lo llevan a la orilla de la población y quieren despeñarlo.

Este es el programa y la propuesta de Jesús también para nuestros días. Hoy también se cumple este pasaje de la Escritura, pero no de una manera estática, pasiva, sino dinámica, actual y exigente, que involucra a todos sus discípulos.

Hoy hay cadenas que romper, hoy hay ojos que se han cerrado y que necesitan luz.

Cristo trastorna las estructuras que ha establecido el hombre y propone una salvación dirigida a todos los hombres, pero de una manera especial a esa parte de la humanidad más desvalida y necesitada. Anuncia una liberación que alcanza a la totalidad de la persona y no solamente a alguno de sus aspectos. Trae Buena Noticia y no castigos ni venganzas, un “año de gracia” que implica la restauración de la paz, de una paz universal que alcanza a todos los pueblos.

Sus discípulos debemos hacer hoy, y mañana y cada día, que se cumpla este pasaje. No podemos dar la espalda al hermano que sufre. Debemos luchar contra toda cultura de muerte. No temamos, no es misión “nuestra”, sino la misión de Jesús. No tengamos miedo, también cada uno de nosotros podemos decir: “el Espíritu del Señor está sobre mí”

SANTA ROSA DE LIMA

San Mateo 13, 44-46

Dicen los que visitan Lima que aún se respira el perfume de aquella “Rosa”, y parte obligada de los recorridos será la casa donde ella habitó y que ahora se encuentra llena de historias, leyendas y recuerdos.

Santa Rosa de Lima fue una jovencita que no pudiendo entrar en el convento, hizo de su casa un espacio para vivir el ideal dominicano y abrir su corazón a Jesús, pero también para comprometerse en el servicio a sus hermanos.

La primera santa del Nuevo Mundo, con penitencias excesivas aún para aquellas épocas, con vida de oración y entrega a los indigentes y enfermos, todavía sigue siendo un ejemplo para la juventud actual. No quiere decir que los jóvenes de nuestros tiempos tengan que hacer aquellas penitencias que rayaban en lo inhumano, pero nos enseña que cuando se persigue un bien mayor podemos sacrificar nuestros gustos e intereses mezquinos.

Las dos pequeñas parábolas que nos ofrece el marco de esta fiesta nos llevan a descubrir la importancia del seguimiento de Jesús. No es una opción secundaria, la construcción del Reino de los cielos es lo fundamental. Cada uno lo podemos construir desde los espacios en que nos movemos y vivimos. Habrá quien prefiera entregarse a una vida monacal o consagrada, pero también desde nuestro propio mundo podemos y debemos construir ese reino. Santa Rosa lo supo hacer en el espacio de la casa paterna, nosotros lo podemos hacer en nuestros propios espacios.

Será una bendición y un tesoro para la pareja matrimonial vivir plenamente su amor, el crear una iglesia domestica donde se sienta la presencia de Dios, pero también abiertos a las necesidades de los hermanos. Los jóvenes pueden vivir plena y sinceramente su vocación y realizar todos sus ideales siguiendo a Jesús y comprometiéndose a llevar buena nueva a los lugares donde ellos estudian, trabajan, se divierten y conviven. Todos podemos y debemos reconocer la importancia del Reino y desechar lo demás que no tiene importancia.

Se hace urgente que en estos tiempos descubramos y pongamos en claro cuáles son los valores que rigen nuestra vida y no caigamos en un relativismo que todo lo justifica y todo lo tolera. Cristo nos ofrece hoy el verdadero tesoro.

Encomendemos hoy nuestra juventud, tan necesitada de ideales y valores, a San Rosa de Lima y busquemos nuevas opciones que los acerquen a Jesús, que se enamoren de Él y que vivan plenamente su juventud. La palabra e invitación de Jesús siguen siendo muy actuales y dan vida y alegría a quienes decididos se atreven a seguirlo.

Viernes de la XXI semana del tiempo ordinario

Mt 25, 1-13

En una ocasión tuve el privilegio de participar en la profesión perpetua de una religiosa clarisa. Frente al altar se colocó una lámpara encendida recordando la parábola de este día y queriendo significa que la vida de esta joven estaba toda delante del Señor, y me explicaron que era un símbolo de la entrega y la señal de que está joven siempre estaría en la presencia del Señor.

¿Será solamente una parábola para los consagrados? Todo lo contrario, es para todo discípulo de Jesús que siempre y a todas horas debe estar en vigilancia. No tiene el sentido apocalíptico de la espera del último día, sino que se centra en la actitud del cristiano, que siempre y a todas horas, debe estar atento a la venida del Señor y esperándolo.

Hay rasgos que nos cuestan entender, como la actitud de las compañeras previsoras que se niegan a dar de su aceite a quienes se les apagan sus lámparas; o también no se entiende, en la dinámica del amor generoso del Padre, que les cierre con la puerta en las narices a quién estuvo toda la noche en vigilia.

Estos detalles, solo adquiere su verdadero significado si pensamos en la exigencia de Jesús de estar alerta siempre, a todas horas, sin ningún pretexto, previniendo todos los contratiempos. Sólo así se puede construir el reino de los cielos.

El reino no se puede lograr si somos cristianos adormilados y conformista ante situaciones imprevistas o dolorosas. El mundo, con sus atractivos, nos ha adormilado y nos ha llenado de actividades secundarias que hacen que nos olvidemos de lo más importante.

Esta parábola viene a despertarnos a hacernos sensibles para la construcción del reino. No nos podemos adormilar, no podemos dejar que se apague nuestra lámpara, siempre debemos estar atentos.

Ya San Pablo, en la primera lectura, les insiste a los Tesalonicenses que vivan como conviene para agradar a Dios a fin de que sigáis progresando.

Hemos de ser una lámpara, lámpara que representa la actitud diaria del discípulo que busca en todo y de todas formas ser fiel a Jesús. 

Debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; debemos tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; debemos vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo.

Miércoles de la XXI semana del tiempo ordinario

Mt 23, 27-32

Con estas palabras Jesús termina este duro sermón en contra de aquellos que aparentan una cosa y viven de una manera contraria a lo que predican.

No podemos decir que somos cristianos por el hecho de que portamos con nosotros una medallita o un crucifijo, o porque tenemos en nuestras casas u oficinas alguna imagen de Jesús o de la Santísima Virgen.

La vida cristiana es ante todo un estilo de pensar y vivir que se tiene que reflejar en todas las áreas de nuestra vida.

La doble vida de un cristiano hace tanto mal. «¡Pero, yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en el bolsillo y doy a la Iglesia». Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… roba. Es un injusto. Ésta es doble vida. Y esto merece, lo dice Jesús no lo digo yo, que le pongan en el cuello una rueda de molino y sea arrojado al mar. No habla de perdón, aquí.

Y esto, porque esta persona engaña, y donde está el engaño, no está el Espíritu de Dios. Ésta es la diferencia entre pecador y corrupto. Quien conduce una doble vida es un corrupto.

Diferente es quien peca y quisiera no pecar, pero es débil y va al Señor y pide perdón: ¡a ese el Señor lo quiere! Lo acompaña, y está con él. Y nosotros debemos decirnos pecadores, sí, todos, lo somos.

El corrupto está fijo en un estado de suficiencia, no sabe qué cosa es la humildad. Jesús, a estos corruptos, les decía: «La belleza de ser sepulcros blanqueados, que parecen bellos, por afuera, pero dentro están llenos de huesos muertos y de putrefacción».

Y un cristiano que se vanagloria de ser cristiano, pero que no hace vida de cristiano, es uno de estos corruptos.

Todos conocemos a alguien que está en esta situación, ¡y cuánto mal hacen a la Iglesia! Cristianos corruptos, sacerdotes corruptos… ¡Cuánto mal hace a la Iglesia! Porque no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad.

Una podredumbre barnizada: ésta es la vida del corrupto. Y Jesús no les decía sencillamente «pecadores» a estos, les decía: hipócritas

Pidamos hoy la gracia al Espíritu Santo que nos ahuyente de todo engaño, pidamos la gracia de reconocernos pecadores: somos pecadores. Pecadores, sí. Corruptos, no.

Martes de la XXI semana del tiempo ordinario

Mt 23, 23-26 

En días pasados una adolescente estaba muy triste y lloraba porque algunas de sus compañeras la habían borrado de sus redes del internet. Se preguntaba qué tendría que hacer para ser aceptaba nuevamente y no sentirse “extraña” entre sus condiscípulos. Tenía gran preocupación porque se sentía diferente.

Sin embargo, al preguntarle si consideraba amigas suyas a quienes la “borraron”, decía que solamente tenía dos verdaderas amigas, pero que se sentía mal tener una imagen negativa ante el grupo.

Y es que tanto en el tiempo de Jesús como en nuestra época se tiende a darle más importancia a lo accesorio que a lo fundamental. Ya dice el refrán “lo malo no es robar, lo malo es que te descubran robando”.  Es decir, tener buena fama, dar la imagen y no importa lo que hay en el corazón. Jesús nos enseña todo lo contrario y lo hace lanzando improperios contra los escribas y fariseos que se especializan en aparentar pero que no miran al interior ni cuidan lo profundo del corazón. Cumplir con normas, aparecer como bueno, son sus preocupaciones, pero descuidan lo más importante: la justicia, la misericordia y la fidelidad.

¡Cuántas cosas tenemos que cambiar para entender estos criterios de Jesús! Creo que a veces estamos como esos candidatos a puestos públicos, bien maquillados, con sonrisa complaciente y con promesas atrayentes, pero todo aparece como “fachada”, “exterior” que no permite ver sus verdaderas intenciones.

¿Por qué será que nos atrae tanto la publicidad, la fama y el nombre que nos vamos haciendo frente a los demás? No solamente los candidatos, sino toda persona, y en especial los jóvenes, luchan por conservar esa imagen que se ha ganado a base de esfuerzo.

Jesús rechaza fuertemente que lo importante sea lo exterior y condena a quienes prefieren las apariencias sobre la justicia y la verdad. Tendremos que luchar nosotros mucho para no caer en esa tentación y para sobrevivir a este mundo de apariencias y falsedades. También nosotros estamos tentados a limpiar solamente el exterior, a pagar los diezmos de la apariencia, pero no en convertirnos en una fuente interior o en buscar los caminos de la verdad.

Contemplemos a Jesús, escuchemos con atención sus condenas y miremos nuestras vidas… ¿qué nos hace pensar esto?

Pidamos que nos conceda la sinceridad y la transparencia necesarias para ser sus discípulos.

Viernes de la XX semana del tiempo ordinario

Rut 1, 1. 3-8. 14-16. 22; Mt 22, 34-40

Dicen que los buenos cocineros no se ajustan a las recetas, sino a su inspiración y a su sentido de la combinación intuitiva de olores, sabores y colores. Con una buena receta, un cocinero malo obtiene una comida mediocre. A veces por la vida caminamos así: buscando recetas para todo: para ser feliz, para el amor, para ganar dinero y hasta para alcanzar el Reino de los cielos. Y buscamos cuál es el mandamiento más importante, qué es lo mínimo que tenemos que cumplir o cuáles mandamientos nos podemos saltar. Pero, igual que para las recetas, lo importante es el corazón.

Hay que amar a plenitud, hay que entregar el corazón y hay que dar toda la vida. No se puede ir con medianías y no se entiende una vida vivida a regateos.

La respuesta de Jesús al doctor de la ley no pretende darle una receta para cumplir un mandamiento, sino darle el espíritu con el que se debe cumplir toda la ley: amor pleno a Dios y amor pleno al prójimo.

Igualmente, en la primera lectura. Rut no se conforma con cumplir con la ley y atender “un poco” a su suegra, sino que hace una entrega plena de toda su persona: “No te abandono. A dónde tu vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. En una palabra, es amor pleno y entrega sin condiciones.

A veces los cristianos caemos en la tentación de buscar recetas y hacer lo menos posible, alcanzar la felicidad con el menor esfuerzo. Pero Cristo no acepta medianías, pide un amor incondicional, sólo así se puede ser su verdadero discípulo.

Hoy también, con un corazón sincero, acerquémonos a Jesús y preguntémosle, no para hacer lo menos posible, sino con toda generosidad: “¿Qué debo hacer, Señor?” Y escuchemos con atención la respuesta que el Señor nos da: “ama con todo tu corazón a Dios y a tus hermanos”. No son recetas, es dejarse llevar por lo más importante que hay en nuestro corazón, por nuestro deseo de ser amados por Dios y por nuestra capacidad de amar, que es lo que verdaderamente dará sentido y sabor a nuestra vida.

Jueves de la XX semana del tiempo ordinario

Mt 22, 1-14

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en Abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad, la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor.

Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al Rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación por lo que no había excusa para no tenerlo.

Lo mismo pasa con nosotros. Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos, nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracia santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo en una palabra no hay excusa para no ser santo.

Miércoles de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 9,6-15; Mt 20,1-16

Cuando escuchamos las duras controversias y los pleitos de los partidos y de los políticos en su lucha por el poder, no podemos menos que interrogarnos la causa de tanto interés. Todo mundo afirma querer servir y tener los mejores proyectos para terminar con las graves carencias que aquejan a nuestro pueblo. Sin embargo, cuando llegan al poder parece que olvidan todas sus promesas y tan sólo buscan medrar en provecho propio.

En la primera lectura, del libro de los jueces, aparece una parábola donde se satiriza tanto al pueblo que quiere un rey, como a la zarza que es la única que acepta el encargo. El olivo no está dispuesto a renunciar a su aceite para presumir por encima de los árboles. La higuera no quiere renunciar a sus sabrosos frutos. Solamente la zarza acepta ser rey de los árboles.

Quienes pueden aportar algo valioso renuncian a ser reyes. Quien no tiene nada, lo acepta. Así, la zarza pide a los árboles vayan a descansar bajo su sombra y los pincha y los hiere con sus espinas. Imagen de lo que no debe ser una autoridad: no abusar, ni estar sobre el pueblo. No lastimar ni ser injusta. No aprovecharse del puesto.

Israel quería un rey para ser como los demás pueblos, pero se olvidaba que ellos tenían el mejor rey: el Señor. Los jueces, los profetas y los caudillos que surgían, debían tener como referencia a Dios, único dueño.

Hoy también se necesita esta referencia. Hemos perdido la brújula y el poder se ejerce en beneficio de unos cuantos y se daña al pueblo. Se buscan los intereses partidistas, económicos o personales y se descuida el bien común.

Miremos estos ejemplos. Quienes tengan autoridad, así sea mínima, busquen el bien de los demás y no los desquites, caprichos y beneficio personal. Recordemos que el único rey es el Señor y miremos si hacia Él dirigimos nuestros pasos y nuestros afanes.

¿Cómo sientes este día la presencia de Dios, rey y señor, en tu vida?

El Papa Francisco nos ha insistido en que dentro de la Iglesia debemos ser servidores no administradores, pero esto mismo lo podemos decir de la familia, de la sociedad y de todos los grupos sociales.

Martes de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 6,11-24a; Mt 19,23-30

Hay personajes en la Biblia que parecería que están hablando en nuestros tiempos. Hoy en la primera lectura nos encontramos a Gedeón que, al recibir el saludo del Ángel del Señor, “El Señor está contigo valiente guerrero”, da una respuesta que a muchos de nosotros nos gustaría hacer: “Perdón, Señor mío. Si el Señor está con nosotros, ¿por qué han caído sobre nosotros tantas desgracias? ¿Dónde están aquellos prodigios de los que nos hablaban nuestros padres?… Ahora, en cambio, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado”.

Palabras duras y de desconsuelo, que sin embargo muchos tenemos ahora a flor de piel, cuando vemos las desgracias que se han dejado caer sobre nuestro pueblo. Y nos dan ganas de enumerar una a una todas las tragedias que estamos sufriendo: la crisis económica, la violencia, la sequía, los torrenciales aguacero e inundaciones, los accidentes, y un muy largo etcétera que nos llevaría a más quejas y sollozos.

Me gusta mucho la respuesta que le da el ángel porque nos la da también a nosotros: “Usa la fuerza que tienes, para salvar a Israel. Yo soy el que te envía”. Aunque el Señor es poderoso, se confía a las pobres fuerzas de Gedeón para salvar a su pueblo. Aunque el Señor es poderoso se confía también hoy a nuestras pobres fuerzas para hacer salir de estas situaciones angustiosas a nuestro pueblo. Pero nos pide que tengamos en cuenta que “Él es el que envía”.

Quizás nosotros tengamos la tentación de Gedeón que se dice el más pequeño, de una de las familias más humildes y pide señales. A él le son concedidas. Nosotros tengamos la fe suficiente para saber que Dios está con nosotros, pero también tengamos el optimismo y la generosidad necesarias para saber que se requiere poner todo lo que somos y todo lo que tenemos para lograrlo.

No ganamos nada con más quejas y lamentos, se necesita trabajar honradamente y luchar contra toda injusticia y mentira. No tengamos miedo, “el Señor es el que nos envía”.

Contrastante con esta lectura se nos presenta el pasaje evangélico donde Jesús reprocha la confianza puesta en los bienes materiales que hacen al hombre engreído y tan ampuloso que no puede entrar en el Reino de los cielos. ¿Dónde ponemos nosotros nuestra confianza?

Lunes de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 2,11-19. Mt 19,16-22

Cuando observo a los jóvenes embelesados por los adelantos de la ciencia y de la técnica; cuando persiguen sin dudar los modelos musicales, de bailes y de moda; cuando chicos y grandes se van alejando de las costumbres religiosas y se asimilan a nuevos estereotipos que ofrecen otras culturas, no puedo menos de recordar e imaginar el espectáculo que nos ofrece la primera lectura.

En el libro de los jueces, el pueblo de Israel se enfrenta a situaciones completamente nuevas, debe conquistar la tierra prometida, pero al mismo tiempo debe mantenerse fiel a Dios. La tarea no es fácil: se trata de encontrar el propio espacio, de custodiar y ahondar la propia identidad, proporcionándole un rostro significativo; pero al mismo tiempo convivir con otros pueblos, con sus ritos y tradiciones, con sus cultos tan sugestivos, sus instituciones… y todo tiene un atractivo para un pueblo nómada, vagabundo y con un solo Dios. Y caen en la tentación.

El libro de los Jueces es un continuo movimiento de alejamiento, pecado, infidelidad, conversión y ayuda divina a través de estos personajes que quieren reconducir al pueblo a su amor original. Descalabros y momentos sublimes, van de la mano.

Mi cuestionamiento es ¿por dónde vamos nosotros? La fascinación de las nuevas culturas nos puede llevar, al igual que a los israelitas, a infidelidades, nuevos ídolos y a olvidarnos de Dios. ¿Suscita también hoy el Señor nuevos “jueces” que reconduzcan al pueblo al amor primero? ¿Cómo pueden los jóvenes conservar una gran identidad y una fidelidad a su Dios, a su patria, a su tierra, a su gente, si parecen desarraigados y sometidos por una cultura de oropel? Es una gran tarea que a todos debe cuestionarnos.

Los jóvenes necesitan valores de referencia que los sostengan en el momento de la lucha, del fracaso y del triunfo. Y el más grande valor, y el mejor sostén es ese amor que Dios nos tiene. Buscamos poner en el corazón de cada joven las palabras que Dios dice a cada uno de los jueces: “No tengas miedo, yo estoy contigo”.