Homilía para el 18 de enero de 2019

Mc 2, 1-12

¿Cuántas veces buscamos remedios que solamente calman el dolor y no sanan las enfermedades? ¿Por qué pretendemos curar sin quitar la raíz del mal? ¿No es verdad que estamos cansados de injusticias y de violencia, pero solamente aportamos soluciones que buscar sofocar y controlar lo externo pero que no van al fondo del problema?

A Jesús le sucedía igual: le presentan un paralítico para que lo sane, pero no se preguntan qué es lo más importante para aquel hombre. Y Jesús va a la raíz ante el escándalo de los escribas y, antes que realizar la curación física, otorga el perdón de los pecados. La curación viene a corroborar la autoridad con que Jesús perdona los pecados.

Este milagro tiene una serie de signos que nos pueden ayudar en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas. Lo primero que me llama la atención es la solidaridad de los hombres que van cargando al paralítico. Sería el primer paso para nosotros: comprender que ningún mal es ajeno, que todas las injusticias, robos y secuestros, aunque aparentemente no nos toquen a nosotros, realmente nos afectan por el sentido solidario y social que tienen todas las acciones. La solución no la busca uno solo, sino que entre cuatro van cargando la camilla.

Los problemas no se resuelven en solitario, sino en comunidad y con la ayuda de todos. Las dificultades que presenta la aglomeración de personas, son solucionadas con ingenio y esfuerzo. Enseñanza práctica para nosotros que tendremos que encontrar soluciones a los problemas antes que dejar vencernos por las dificultades.

Y finalmente ponernos en las manos de Jesús para ir a la raíz de los problemas. Descubrir el fondo y no mirar solamente las consecuencias.

Es cierto que hay muchas cosas externas que quisiéramos quitar, pero es más importante mirar el corazón, fuente y raíz de todos los problemas. Si no cambiamos el corazón, si no expulsamos el pecado, tendremos quizás control por la fuerza o por el miedo, pero no cambiaremos realmente la situación. Hoy junto a Jesús, busquemos quitar el pecado y el mal, entonces podremos encontrar verdadera salvación.

Homilía para el 15 de enero de 2018

Mc 1, 21-28

Que tiene de especial el mensaje de Jesús que toca el corazón de todos los que lo escuchan, ¿Por qué sus palabras suenan tan diferentes a la de los escribas tan eruditos y enterados, pero tan lejos de la situación en que vive el pueblo?

Ahora también llega Jesús para cada uno de nosotros y también para nosotros tiene una palabra muy concreta. Viene a manifestarnos una realidad diferente: el Reino de Dios. Un Reino que manifiesta la gran misericordia de Dios y que se hace cercano a todos los que caminamos en esperanza y ponemos nuestra confianza en el Señor.

El inicio del año nos trae nuevas esperanzas, aunque también se anuncian fuertes nubarrones, pero el cristiano contempla a Jesús, escucha su Palabra y asume como propia la misma misión de Jesús. Por eso tenemos que dejar que penetre la Palabra de Dios en nuestro corazón. Este es el primer paso para la conversión propia y de nuestras estructuras.

Hay que abrir la mente, nuestros oídos, nuestros ojos y tratar de captar qué es lo que pide Jesús. Esta tiene que ser la tarea principal de este año que vamos comenzando.

Las consecuencias son claras, después de que san Marcos nos presenta la forma en que Jesús predica, nos hace notar que no sólo predica, sino que expulsa un espíritu inmundo.

El espíritu inmundo, el demonio, en la cultura judía es símbolo de todo el mal, físico, moral, social que afecta a la comunidad. Quizás también hoy nuestro mundo exclame que quiere Jesús de Nazaret con estos ambientes que no están dispuestos a aceptar su evangelio. Pero el verdadero cristiano se comprometerá a anunciar un Reino que propicie una nueva generación donde se viva en paz, en armonía y fraternidad.

Jesús tiene autoridad en nuestros días, no la autoridad del poder o del dinero, no la autoridad de las armas o de la fuerza, sino la autoridad que le da el amor que se entrega hasta las últimas consecuencias.

Por eso cada uno de nosotros se debe comprometer a llevar la Buena Nueva y a expulsar a los espíritus inmundos que están en nuestro ambiente.

Homilía para el 11 de enero de 2019

Lc 5, 12-16 

Al contemplar en esta semana de presentación de Jesús, san Lucas nos invita a contemplarlo en una de sus actitudes favoritas: Acercarse a los más despreciados y pequeños.

¿Quiénes son los hombres más marginados en nuestra sociedad y tiempo actual? ¿Serán los peores asesinos que han sido descubiertos y condenados o los enfermos de sida, o muchos otros que están excluidos de la sociedad? Algunos están excluidos por sus propias acciones, pero también hay excluidos de la sociedad sin haber cometido ningún delito o falta, simplemente porque la sociedad los ha marginado o despreciado.

En tiempos de Jesús, indudablemente los excluidos de la sociedad eran los leprosos que sufrían esta marginación de la sociedad. Por una parte su enfermedad causaba repugnancia y debían de avisar de su presencia para no presentarse en medio de las personas, pero por otra, se les consideraban impuros y pecadores. Eran por lo tanto de los más pobres y de los más excluidos.

En estos primeros días de la manifestación de Jesús, la liturgia nos ofrece este texto donde un leproso, rompiendo todos los protocolos y preceptos judíos, se acerca a Jesús pidiendo ser curado. Jesús, en lugar de rechazarlo o condenarlo, extiende hacia él su mano, lo toca y pronuncia las palabras liberadoras no solo de la lepra sino también de la marginación. Por eso le ordena presentarse a las autoridades que den testimonio de que puede nuevamente ser incluido en la comunidad.

Cristo siempre restaura y siempre integra a la comunidad. Así es el actuar de Jesús y así debería de ser el actuar de sus discípulos, buscar una integración plena de todos los miembros de la comunidad, no despreciar, ni excluir a nadie, sino al contrario, suprimir todos los obstáculos que impiden una integración plena de los hermanos que están en peores circunstancias, en especial de los hermanos que viven marginados.

Se necesita tender la mano, no encogerla por precaución o repugnancia; se necesita abrir los brazos y tocar las necesidades, sobre todo, en estos días tenemos a muchos hermanos sufriendo, sin que nadie se atreva a tocarlos o a acercarse a ellos.

Nuestro Maestro Jesús nos recibe a nosotros, pero también nos invita a que nosotros hagamos lo mismo.

Hoy se debe manifestar el actuar de Jesús en el actuar de nosotros que somos sus discípulos. Ve y al que se sienta despreciado, al que se sienta segregado, concédele tu sonrisa, tu mano y tú cariño.

homilía para el 10 de enero de 2019

Lc 4, 14-22 

Amar a Dios quiere decir ponernos en la perspectiva de Dios, que ama todo lo que ha creado y que no dudó en entregar a su Hijo unigénito para la salvación de todos los seres humanos.

Cuando aumentan las dificultades y los problemas, cuando tenemos más enfermedades y crisis económicas, buscamos las soluciones que nos ofrecen los sistemas humanos, pero frecuentemente encontramos soluciones parciales que no atienden ni a todo el hombre, ni a todos los hombres.

El anuncio que hoy escuchamos de parte de Jesús, no mira únicamente a una liberación parcial o solo a la salvación del alma, se aplica a la liberación y a la salvación de todo el hombre y de todo hombre, es decir, va a las raíces del pecado y de la maldad.

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy como realidad y esperanza. Realidad porque Jesús se ha hecho presente en medio de los hombres y trae su mensaje de liberación para todos los hombres y mujeres, en especial a los que se sienten limitados por la pobreza o la miseria. No caminamos solos, Cristo va a nuestro lado y nos alienta.

Esperanza porque nuestro hoy se hace dinámico, tenemos presente a Cristo pero también tenemos presentes todas las realidades de dolor y sufrimientos que debemos superar.

La salvación tendrá su plenitud sólo al final de los tiempos, pero nos coloca en este dinamismo que se convierte en el empeño diario, constante y confiado de quienes buscan transformar este mundo, en un mundo con más paz y justicia, con mayor hermandad y comprensión. No se trata de derrumbar a los poderosos para que otros ocupen su lugar y dejar en la miseria a miles de hermanos que están sufriendo, se trata de cambiar de raíz las estructuras que están basadas en el poder, el poseer y el placer.

Cristo viene a romper esas cadenas y estructuras. Se necesita romper esa espiral de violencia y ambición. Por eso Jesús se presenta como el Mesías que trae buenas nuevas.

Estamos iniciando el nuevo año. Renovemos también nuestro corazón, nuestras metas e ideales. Contemplemos hoy a Jesús en la sinagoga y ajustemos nuestros programas al que Él nos presenta en este día. Nuestra fe se tiene que manifestar en las acciones concretas de liberación anuncios de Buena Nueva.

Homilía para el 9 de enero de 2019

Mc 6, 45-52 

Cuando las olas de la vida se levantan con ímpetu sobre nuestra pobre vida, incluso nos puede parecer que el mismo Jesús pasará de largo dejándonos a merced del viento.

¿Cómo descubrir al Señor en nuestros días? Se ha iniciado la cuesta de enero y las predicciones no parecen muy halagüeñas: la violencia no cesa, la crisis y los precios han aumentado, las oportunidades de trabajo son escasas y no parece un ambiente muy favorable. ¿Es posible descubrir al Señor en todas estas circunstancias? Quizás, erróneamente, se nos ha presentado a Jesús como si fuera un solucionador de problemas económicos, sociales y de todo tipo.

Hoy, el Evangelio de San Marcos nos acerca a la realidad de los discípulos. Después de la multiplicación de los panes se encuentran en medio del lago, avanzando con gran dificultad, pues el viento les era contrario. Situación muy frecuente para el discípulo, y cuando Jesús se acerca a ellos, el lugar de alegrarse o de animarme porque ya está con ellos, lo miran como un fantasma y se espantan de su presencia.

Esta es la realidad del discípulo. Con frecuencia se encuentra navegando contracorriente porque el reino de Dios es una experiencia difícil y contradictoria para nuestro mundo. Pero lo más triste es que muchas veces no somos capaces de reconocer la presencia de Jesús en esos momentos difíciles y en lugar de animarnos con su presencia, nos asustamos y queremos huir de Él.

No es posible aceptar a Cristo en la mente y el corazón y seguir viviendo nuestra existencia de una manera irreflexiva, acomodados al mundo. Tendremos contradicciones y vientos contrarios, pero al igual que a sus discípulos, hoy Cristo nos anima y nos pide no tener miedo: “no temáis, soy yo”

El reino de Dios exige discípulos animados, sobre todo en los momentos de conflicto, en los momentos de oscuridad. Ahí hay que reconocer la presencia de Jesús y confesarlo como nuestro Señor y Salvador.

Que iniciemos la travesía de un año que promete ser difícil, pero que tendrá que dar muchos frutos porque Cristo camina con nosotros, nos anima y calma nuestras tempestades.

Con las palabras de la carta de San Juan, fortalezcamos nuestra fe: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tienen y hemos creído en ese amor” Este es el fundamento de nuestra fe, esta es la fe que nos sostiene y nos anima: saber que Dios te ama, que Dios me ama. Nuestro fundamento de toda la vida está en el amor de Dios.

Homilía para el 8 de enero de 2019

Mc 6, 34-44 

En medio de un mundo egoísta, que solo piensa en sí mismo, este evangelio nos enseña lo que puede ocurrir cuando se comparte lo que se tiene.

El amor que nosotros decimos tener a Dios, tiene que hacerse concreto en las actitudes que tenemos para con los hermanos.

San Juan, en su carta, es muy claro cuando lo afirma “amémonos los unos a los otros, el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” Proclamar que Dios es amor y olvidar que tenemos hermanos a nuestro lado, es una frase hueca, carente de vida y una traición al verdadero amor.

San Marcos, en el Evangelio de este día, nos presenta a Jesús viviendo plenamente este amor en los hechos concretos de solidaridad con los hermanos.

El hambre es una realidad de todos los tiempos y de todos los lugares. No podemos hacernos los desentendidos. Frente a las graves situaciones de hambre que actualmente se vive en muchos países, no se puede vivir en el seguimiento de Jesús y dar la espalda a la realidad que vive el pueblo.

Las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos “dadle vosotros de comer” suenan terriblemente actuales, una orden categórica, y son una orden categórica que no podemos hacer a un lado.

Estamos terminando estas fiestas de Navidad y aunque se habla de una crisis sin precedentes, descubrimos excesos e incongruencias en los gastos y despilfarros. Así, mientras muchos pasan hambre, otros desperdician.

Es el inicio del año y tenemos que estar conscientes que el verdadero discípulo de Jesús se tiene que comprometer en una más justa distribución, en un nuevo sistema.

Después de anunciar su palabra, Jesús no se queda en palabras bonitas, asume el compromiso que implica el hambre del pueblo, es más, empuja a sus discípulos para que ellos también se comprometan a que no habrá verdadera paz mientras haya hambre, pobreza y miseria.

El compromiso del cristiano es llevar el mensaje y luchar por condiciones más justas para todos los hombres. ¿Cómo asumimos nosotros este compromiso?

Quizá nos parezca utópico, pero debemos iniciar desde lo pequeño, desde nuestros vecinos, desde nuestra realidad, los pequeños proyectos productivos, el compartir lo poco que tenemos, el descubrir la necesidad del otro, son los primeros pasos para iniciar este camino.

Cristo nos sigue diciendo hoy a cada uno de nosotros “dadle de comer”. Oigamos su voz y pongamos en práctica su mandamiento.

Homilía para el 4 de enero de 2019

Jn 1, 35-42 

Esta es la historia de cada apóstol, de cada santo, de cada misionero, de cada cristiano bautizado. Una historia sencilla pero profunda. Es el regalo más extraordinario que una persona puede recibir, porque es Dios quien ha elegido. Una definición corta y fácil de memorizar. La vocación es un don de Dios que exige una respuesta personal.

Dos rasgos básicos nos refieren el evangelio de hoy de San Juan, que destaca la importancia del encuentro de Jesús y sus consecuencias. El primero es el camino para descubrir y amar a Jesús: habitar con Él, dialogar con Él, amanecer donde Él vive. Nadie puede tener amistad con una persona si no gasta y desgasta tiempo y vida en su compañía. Nadie pretenderá conocer a Jesús por libros o predicaciones, si no por hacer silencio para escuchar su Palabra. Es la primera condición de quien desea hacerse discípulo de Jesús.

Los dos discípulos se atreven a abandonar a su maestro Juan el Bautista, lo hacen cuando ven donde vive Jesús y se van con Él. También a nosotros Jesús nos invita a buscar el tiempo oportuno para compartir con Él, también a nosotros nos dice venid a ver, también nosotros podemos descubrir el gran amor que nos tiene Jesús.

El segundo rasgo, aunque está íntimamente unido al primero, tiene una importancia especial: Evangelizar. Frecuentemente hemos entendido que evangelizar es adoctrinar y buscar que los demás cambien sus costumbres y esto nos ha llevado a condenar y a juzgar a los demás que no se adaptan a nuestros criterios.

Lo que hace Andrés, después de haberse quedado con Jesús ese día, es ir a buscar a su hermano Simón y anunciarle lo que ha encontrado: “hemos encontrado al Mesías” y lo dice con toda la alegría, lo hace partícipe de una gran noticia y de la novedad que está viviendo en su corazón. Quizás esto nos ha faltado en la evangelización, porque quienes nos escuchan y comparten con nosotros no perciben que haya algo diferente en el corazón.

La luz de Jesús debería iluminarnos y hacernos conscientes de que el encuentro que hemos tenido nos cambia radicalmente, pero si llevamos nuestro bautismo y nuestro cristianismo como una pesada carga, o como un traje que se pone o se quita de acuerdo a las circunstancias, no podremos ser fuente de evangelización.

A Simón, muy significativamente, Jesús le cambia el nombre y con el nombre toda la misión. No es un nombre que no corresponde a la persona, sino que es un nombre que describe una misión y una tarea.

Que hoy también nosotros podamos encontrarnos con Jesús y transformar no solamente nuestro nombre, sino nuestra vida y que podamos ser luz que ilumine a los demás.

Homilía para el jueves 3 de enero de 2019

1 Jn 2, 29; 3, 1-6; Jn 1, 29-34 

Hay una fábula que dice que los huevos de un águila fueron a dar a un gallinero. Empollados por una gallina nacieron las pequeñas águilas creyéndose polluelos. Caminaron, se alimentaron y trataron de cantar como las propias gallinas. El día que con espanto vieron a un águila volar por las alturas, solamente suspiraron y continuaron su vida como gallinas, olvidándose que estaban llamadas a surcar los espacios. 

Las lecturas de este día quisieran que nosotros cristianos dejáramos de vivir acorralados, con miedo y con vida de gallina. Las lecturas nos recuerdan nuestro origen, nuestro linaje y nuestra misión.

La primera carta de san Juan no se cansa de repetirnos que hemos nacido de Dios, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que en verdad lo somos, aunque el mundo no lo reconoce porque tampoco lo ha reconocido a Él. Y san Juan aún nos lleva más lejos al afirmar: “ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado como seremos al fin, cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”

Así san Juan nos lanza a dejar el corral de gallinas, a recordar nuestra dignidad de águilas y abrir nuestras alas con los riegos de la aventura y lanzarnos a surcar los espacios.

Desde las alturas el mundo se ve diferente, desde nuestra dignidad de hijos de Dios, el mundo aparece distinto. Si seguimos pegados al suelo, con la cabeza agachada, con la mirada clavada en tierra, no descubriremos nuestra verdadera identidad y nuestra verdadera dignidad.

En el mismo evangelio san Juan nos presenta a Jesús y su personalidad. La descubre en el bautismo en el río Jordán, cuando desde los cielos abiertos, Juan el Bautista ve posarse al Espíritu sobre Jesús y da testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.

Jesús, Hijo de Dios, viene a hacernos partícipes de la misma dignidad. Hoy reconociéndonos hijos de Dios, levantemos nuestra mirada, emprendamos nuevos vuelos y vivamos nuestro día como valentía, dignidad y amor de acuerdo a nuestro linaje.

Recuerda: eres valioso, eres hijo de Dios. Vive siempre, en todo momento, en toda circunstancia como hijo de Dios.

LOS SANTOS INOCENTES

Hace tres días celebrábamos, llenos de alegría y de esperanza, el nacimiento de Jesús, su Navidad. Ya hoy nos encontramos ante el rechazo de su persona por las autoridades de su pueblo, representadas en el rey Herodes y en los escribas de Jerusalén consultados para dar con el paradero del niño. Hoy es el día de los santos inocentes.

Me desagrada el rumbo que toma está celebración, las bromas que se hacen, las mentiras que buscan engañar, las falsas noticias que se dan y la presentación de la persona buena como si fuera tonto, todo esto está muy lejano de la celebración de los Santos Inocentes.

Quizás este día deberíamos de dar nombre y rostro a todas esas víctimas de la violencia y del poder que quedan en el anonimato.

A veces se ha querido ver en este relato, que nos presenta san Mateo, solamente una narración alejada de la realidad y sin fundamentos históricos, pero la intención de Mateo es más teológica que histórica y encierra una profunda verdad: el poder y la ambición ciega el corazón del hombre y se convierte en asesino de personas inocentes. Herodes personifica y con mucho realismo toda esa maldad. Él mandó matar a sus propios hermanos y parientes que podrían ser una amenaza para su trono. Podían ser amenaza pero nada real ni comprobado.

Jesús, anunciado rey de los judíos y de toda la humanidad, también representa una amenaza para todos los poderes y ambiciones de los poderosos. Y los inocentes y pequeños que es muy diferente a descuidados o irresponsables son las víctimas colaterales de todas las ambiciones y guerras que se desatan por el poder.

Este día, junto a estos niños que sin saberlo, pero a causa del nombre de Jesús, mueren inocentemente, podemos colocar todas esas muertes de pequeños y pobres que a diario mueren víctimas de las ambiciones y las guerras. Junto a estos Inocentes están los miles de abortos provocados por las injusticias, ambiciones y placeres.

Inocentes son las familias que desfallecen de hambre por el acaparamiento y políticas comerciales de los poderosos.

Sangre inocente y anónima derramada a manos de los grupos y mafias o por la ineptitud de los gobiernos, esta sangre clama al cielo y es escuchada por el Señor.

Inocentes los miles que se destruyen a sí mismos engañados por las falsas promesas del placer, de poder o de superación del dolor.

Inocentes las mujeres engañadas y violentadas y después abandonadas o vendidas.

¡Cuántos inocentes mueren hoy sin saberlo! Igual que aquellos inocentes, unidos al nacimiento de Cristo y a la vida del Señor.

Hoy tenemos que pedir perdón por tanta sangre derramada, por tanta indiferencia ante la muerte, por tantas víctimas inocentes, perdón Señor.

SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA.

1 Jn 1, 1-4; Jn 20, 2-8

Aún tenemos muy viva, muy presente la imagen de Jesús recién nacido. Lo hemos contemplado como Luz en medio de la oscuridad, como presencia del Emmanuel, que viene a caminar con nosotros, como fuerza salvadora para un pueblo necesitado de justicia.

La fiesta de san Juan nos permite acercarnos más a este niño recién nacido y descubrir nuevos y muy importantes rasgos del que ha puesto su tienda en medio de nosotros.

Juan nos insiste tanto en su carta como en el Evangelio que este niño es la Vida, la Luz y que nos trae la alegría. Su testimonio se basa en lo que ha visto y oído. Sus palabras son una invitación a acercarnos y a palpar también nosotros el amor del recién nacido. Esta Vida se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y somos testigos de ella. “Os anunciamos esta Vida que es eterna y estaba con el Padre y se nos ha manifestado” Son las palabras que nos ofrece en su primera carta.

Navidad nos da la oportunidad de participar de esta vida de Dios. El pequeño niño viene a ofrecernos la vida verdadera.

Juan se presenta a sí mismo como el amigo de Jesús y quien compartió toda su vida, sus enseñanzas, su milagro, sin embargo, a pesar de ser una vida y una enseñanza maravillosa, nunca estaría completo este conocimiento, si no se experimenta la resurrección del amigo.

En el evangelio de este día, san Juan nos cuenta el gran paso al contemplar a Cristo resucitado, pues entonces “vio y creyó porque hasta entonces no habían entendido las escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” Así nos invita hoy a contemplar a Jesús como la verdadera Vida y enlaza su resurrección con el nacimiento. Pero Juan es muy claro en sus cartas pues no se queda en simple contemplación, sino que exige que esta experiencia de Jesús-Vida, se concrete en un amor eficiente y concreto hacia los hermanos. Si no seremos mentirosos y no podrán creer que amamos a Jesús.

Así Navidad se transforma en una vida que se experimenta, se goza y se transmite.