Lunes de la VII semana de Pascua

Jn 16, 29-33

Quien lee con atención el pasaje de este día tendría justa razón para inquietarse. Cuando los discípulos creen que han entendido todo y están muy contentos porque Jesús les habla claro y están convencidos de que todo lo sabe, entonces Jesús habla todavía más claro y les dice que están equivocados, que se dispersarán, que lo dejarán solo y que fracasarán. Y esto es muy cierto cuando el discípulo se atiene a su propia sabiduría, cuando se confía en sus estructuras, cuando trata de interpretar lo que dice Jesús y lo hace con autosuficiencia y orgullo… entonces se aleja más de Jesús y fracasa. 

Esto es clarísimo a nivel personal y a nivel comunitario: cada vez que ponemos nuestra seguridad en nosotros mismos, aunque argumentemos que estamos interpretando a Jesús, fracasamos. 

Es una llamada de atención muy fuerte para nosotros como personas y como Iglesia: siempre deberemos estar atentos a descubrir si no nos estamos predicando a nosotros mismos o si no hemos puesto nuestra confianza en algo distinto a Jesús. Pero Jesús siempre es grandioso y desconcertante. Después de haber cuestionado a sus discípulos, de sembrar la duda en las propias fuerzas, de anunciar los fracasos, pide que no se pierda la paz. Que se tenga mucha paz, pero en el Señor. 

No es la paz de la apatía o de la indiferencia, sino la verdadera paz. No son las seguridades que proporcionan las fuerzas o los candados, sino la paz que brota del corazón… y esta paz nos la ofrece y la garantiza Jesús.

Y termina diciendo que tengamos mucho valor: no confiados en nuestra sabiduría o santidad, no argumentando nuestro poder o nuestras buenas obras, sino poniendo a Jesús como nuestra seguridad, porque Él ha vencido al mundo. Así el discípulo no puede ser un cobarde que tiemble ante los problemas, no puede esconderse frente a la adversidad, porque tiene toda su confianza en Jesús que ha vencido al mundo. 

Que hoy en Jesús encontremos paz y valor para ir a nuevas fronteras.

Viernes de la VI semana de Pascua

Jn 16, 20-23

La alegría de Dios es algo duradero, no es temporal ni esporádica… no se parece, de hecho, a la que el mundo y sus pasatiempos pueden producir. La razón es que esta alegría es interior pues es producida directamente por el Espíritu Santo. 

¿Eres feliz? Es una pregunta a la que no fácilmente respondemos. Casi siempre podemos decir si estamos contentos por algún acontecimiento o por la situación que estamos pasando, pero la felicidad va más allá de esos momentos. La felicidad de vivir es quizá la aspiración más honda y determinante de todo ser humano. 

La mercadotecnia, los anuncios, el capital y el consumo se aprovechan de esta aspiración tan fuerte del ser humano, ofreciéndonos soluciones inmediatas y fáciles que prometen alcanzar la felicidad con el bienestar material. La promesa que hoy hace Jesús a sus discípulos va más allá. Promete que van a ser tan plenamente felices que nadie les podrá quitar su alegría. Una dicha tan completa que no necesitará justificantes ni explicaciones porque encuentra su fuente en el corazón. 

No habla Jesús de que no habrá problemas ni dificultades, ni dolor, todo lo contrario, hace saber a sus discípulos que el logro de esta felicidad exige pasar dolores semejantes a los del parto de una madre. 

Para alcanzar la plena alegría se tienen que superar los obstáculos y los dolores propios de este camino. En la Biblia la alegría es siempre una señal del Nuevo Mundo, del mundo prometido, pero nos dice que nace de la tribulación. 

El sufrimiento es casi como una ley de la vida desde el nacimiento, pero ¿el sufrimiento y los obstáculos son capaces de quitarnos la felicidad?  ¿Cómo puede estar en el inicio de la construcción del Reino el dolor y el sufrimiento? 

Sería falso decir que Dios se sirve del sufrimiento como una etapa para instaurar su Reino, pero sería igualmente falso afirmar que sólo con creer evitaremos el sufrimiento y el dolor. Es más, vivir el Reino produce siempre esas luchas, esa oposición que desencadenan las estructuras del mal. Pero eso no debe quitarnos la paz interior y la verdadera felicidad. 

Contemplemos a Jesús, nadie ha encontrado más oposición y dolores que Él, sin embargo, es un Hombre plenamente feliz porque vive en plena armonía interior. 

Pidamos hoy al Señor que nos enseñe a ser felices y que nos conceda la armonía interior.

Jueves de la VI semana de Pascua

Jn 16,16-20

Con su peculiar estilo de comunicarnos su mensaje, san Juan nos pone en un ambiente de despedida, en medio de repeticiones y palabras confusas, nos muestra el ánimo que va prevaleciendo en el corazón de los discípulos. 

Después de haber prometido la presencia del Espíritu y de hablar de la gran misión que cumplirá Jesús en medio de sus discípulos, Jesús busca ponerlos en guardia y darles un poco de consuelo. Es cierto que se alejara un poco, pero después volverá no solamente en las ocasionales apariciones como resucitadas sino con una presencia viva en el corazón de los creyentes. 

Cuando contemplamos a los discípulos que han recibido al Espíritu Santo y les ha permitido que su dinamismo los lleve por el camino de la misión, no encontramos a discípulos nostálgicos o apagados, sino sintiendo en su corazón una presencia muy rica y positiva de Jesús resucitado. 

Es cierto que ya no lo están viendo, pero experimentan esa presencia que superan no solo la tristeza y el dolor de la ausencia, sino también todos los problemas y estorbos que van dificultando el camino de la Palabra. Así han pasado de percibir a Jesús solo por los sentidos y lo han experimentado en su corazón. 

Nuestra relación con Jesús y nuestra experiencia de fe abarca nuestro ser completo. Podemos mirar y sentir a Jesús a través de sus palabras, de sus imágenes y sus milagros. Pero también experimentamos su presencia en medio de nosotros de otra forma: en nuestro interior, como regalo del Espíritu Santo. 

La alegría, el gozo y la felicidad que muestran los apóstoles, a pesar de que Jesús ha marchado, sólo se explica con una presencia diferente de Jesús en medio de ellos. 

Que también hoy, nosotros, experimentemos esa misma alegría y ese mismo dinamismo que da la presencia de Jesús. Hay muchas formas en las que hoy se hace presente Jesús en medio de nosotros, solamente tenemos que estar atentos y responder con generosidad a esa presencia. 

Que hoy nos dejemos invadir de la presencia de Jesús y que la podamos transmitir con entusiasmo, con dinamismo y con alegría.

Miércoles de la VI semana de Pascua

Jn 16,12-15 

El hombre de nuestros tiempos, ¿será menos religioso que antiguamente? Encontramos con frecuencia afirmaciones que nos aseguran que el hombre actual se ha alejado de supersticiones y que considera la fe como un atraso y ataduras que no permiten avanzar. Pero si escuchamos con atención sus objeciones y sus dudas comprenderemos que lo que ellos consideran religión o Dios, dista mucho de ser el verdadero Dios que ha proclamado y manifestado Jesús y que los valores que proclaman como la verdad, la fraternidad, la justicia son propiamente los valores del Reino. 

Quizás tendríamos que decirles, a quién con sincero corazón busca la verdad y la justicia, que precisamente Jesús tiene como principales enseñanzas esa misma verdad y esa misma justicia. Quizás hoy tendríamos que afirmar, cómo San Pablo, que Jesús ha manifestado el rostro de Dios muy cercano al hombre, que lejos de alienarlo o despojarlo, lo llena de plenitud y de sentido. 

En el mundo que se dice ateo y materialista, el hombre suspira y busca la verdad que lo fortalezca y que alimente su espíritu. No puede llenarse de materialismo y egoísmo, su misma naturaleza le lleva a descubrir algo, a alguien superior que le dé sentido a su existencia. Muchos lo busca en meditaciones, en ejercicios psicológicos, en terapias, pero mientras no descubran a Dios como alguien cercano que se deja encontrar seguirán con esa ansia y sed de Dios. 

Jesús se hace rostro de ese Dios Creador del que habla San Pablo; Jesús se hace diálogo y palabra para que nosotros podamos conversar y comunicarnos con Dios.  Jesús es el camino de encuentro entre la humanidad y Dios. 

El pasaje de este día nos muestra a Jesús en su despedida de los discípulos, no como abandono, sino como una señal del destino del hombre. Ofrece la presencia del Espíritu para iluminar nuestras mentes y para que podamos descubrir en medio de nosotros la presencia de Dios Padre. 

No ahoguemos esas ansias de Dios que tiene nuestro corazón, no dejemos oscurecer vidas por ambiciones materiales que ocultan la luz de nuestro Dios. 

Hoy aceptemos la propuesta de Jesús y por medio de su Espíritu descubramos a Dios en nuestras vidas. 

¿Cómo vives tú hoy esa presencia de Dios?

Martes de la VI semana de Pascua

Jn 16, 5-11

Las despedidas siempre nos producen tristeza y dolor, aunque sepamos que quién se va, va en busca de un bien mayor o nos puede traer algún bien. 

Al despedirse Jesús de sus discípulos obviamente se llenan de tristeza y no entienden que pueda Jesús abandonarlos. Las palabras de consuelo de Jesús los lleva a asegurarles la presencia del Espíritu Santo, el Defensor, a quién muestra como el que viene a sostener a los discípulos, a esclarecer lo que han aprendido y a fortalecerlos en el seguimiento.  Jesús no abandona sus discípulos ni tampoco nos abandona a nosotros, al contrario, nos da una presencia y una luz que nos ayudarán a caminar con mayor seguridad. El Espíritu Santo es esa luz. 

Claro que algunos tenemos miedo porque ante la claridad qué aporta una luz, aparecen las deficiencias y los pecados.  Por eso también Jesús nos dice que cuando el Espíritu venga con su luz nos hará reconocer la culpa y lo precisa en tres aspectos muy concretos. El primero en materia de pecado. Quién no reconoce a Jesús y su verdad está cometiendo un pecado, quien no acepta sus mandamientos y su proyecto está cometiendo un pecado. 

Segundo, en materia de justicia. Él ha venido del padre y va al Padre. Quien no reconoce la misión de Jesús que es darnos a conocer al Padre, quien desconoce a Dios como su Padre y quién niega a los hombres como sus hermanos está cometiendo una injusticia y estorba a la misión de Jesús. 

Tercero, en materia de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado. Un juicio donde se da a conocer quién es el verdadero Señor del universo y que descubre las artimañas del mal que engaña a los hombres. No puede prevalecer una cultura de muerte. 

La venida del Espíritu Santo nos ayudará con su luz a distinguir claramente estas culturas que se oponen a la vida. La vida en Dios no puede ser vencida por la cultura de la muerte. Pero también, el Espíritu nos hará ver claramente cuál es nuestra postura ante la vida y nos descubrirá cómo es nuestro actuar. 

Dejémonos iluminar por este espíritu. Pidámoslo con mucha ansia y devoción. Con ansia de que ya esté presente en medio de nosotros.

Lunes de la VI semana de Pascua

Jn 15, 26–16,4

Con frecuencia aparecen anuncios catastróficos que pronostican un muy cercano final del mundo o amenazas sobre determinadas regiones. Lo curioso es que fácilmente se provoca un sicosis colectiva y aparecen los miedos y las angustias a causa de lo que ya está por venir. 

Si leyéramos con atención las palabras de Jesús creo que podríamos encontrar más paz y tranquilidad en nuestro corazón. Jesús es muy realista y conoce que la verdad predicada y vivida, siempre produce agresiones y contratiempos para quien la proclama. Previene a sus discípulos porque en su lucha por la verdad muchas veces se tendrá la sensación de que “los buenos van perdiendo” y que la injusticia y la violencia prevalecen sobre los pacíficos. 

Jesús sabe muy bien de estas dificultades para quien anuncia el Evangelio y no pretende en ningún momento ocultar la verdad a sus discípulos. ¿Cómo sostenerse en esos momentos difíciles?  Las prevenciones de Jesús son muy claras, pero también lo es su promesa. En los momentos de dificultad estará presente en medio de sus discípulos “el Consolador”, “el Espíritu de Verdad”.  

Jesús busca poner paz en el corazón de sus discípulos anunciándoles que en las duras pruebas que sufrirán a causa de su nombre, su testimonio será apoyado por el testimonio del Espíritu de la Verdad. En un contexto de odio, en un clima de oposición, se deberá mostrar cuál es el temple de los discípulos. 

Hoy también Jesús nos asegura la presencia de su Espíritu Consolador en medio de nuestras aflicciones y angustias. No debemos temer los malos augurios y mucho menos inquietarnos por futuras predicciones, pero sí debemos tener muy en cuenta que habrá oposiciones y dificultades para quienes buscan ser fieles al Evangelio y a la verdad. 

También hoy los discípulos de Jesús están sometidos al clima de incomprensión y de hostilidad con los que fueron perseguidos los primeros discípulos. No debemos desalentarnos ni porque muchos han fracasado y han abandonado, ni porque las dificultades se multiplican. Debemos mirar en nuestro interior y descubrir la validez del Evangelio y la presencia del Espíritu Consolador en nuestras vidas. 

Que hoy la promesa de Jesús se haga realidad y que podamos abrirnos a los nuevos y reconfortantes vientos del Espíritu.

San Matías, Apóstol

Matías, un nombre muy común entre los hebreos, significa “don del Señor”; en realidad este apóstol recibió el don de ser agregado al grupo de los Doce, en remplazo de Judas, para ser con los demás apóstoles, testigo de la resurrección del Señor.

Después de la Ascensión del Señor, Pedro propuso que se eligiera el remplazo del traidor. Dijo, entre otras cosas: “Conviene, pues, que de los varones que nos han acompañado todo el tiempo que entre nosotros permaneció el Señor, Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a lo alto, sea constituido uno de ellos testigo de su resurrección, con nosotros”.

Presentaron a dos: José, llamado Barsabá, y a Matías. Y concluye el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Lo echaron a suertes, y cayó la suerte sobre Matías, que fue contado con los Once Apóstoles”.

Matías, pues, estuvo constantemente cerca de Jesús, desde el comienzo hasta el final de la vida pública del Redentor. Testigo de Cristo, y sobre todo de su resurrección, porque la resurrección del Salvador es la razón misma del cristianismo. Matías vivió con los Once el milagro de la Pascua, y con todo derecho podrá anunciar a Cristo, por haber sido espectador de la vida y de la obra de Jesús “desde el bautismo de Juan”. Esta era la primera condición que proponía Pedro. La segunda y la tercera eran el llamamiento divino y la invitación, y que vemos en la oración del colegio apostólico: “Muéstranos, Señor, a quien has elegido”.

A nosotros nos puede maravillar el modo de elegir a Matías: echando a suertes. Interrogar a la suerte para conocer la divina voluntad un método conocido en la Sagrada Escritura. La división misma de la Tierra prometida se hizo por medio de la suerte; y los apóstoles pensaron que era oportuno seguir el mismo método. La comunidad propuso dos candidatos: José, hijo de Sabas, llamado el Justo, y Matías. La suerte cayó sobre Matías. EL nuevo apóstol, cuyo nombre brilla en la Escritura sólo en el momento de la elección, vivió con los Once la fulgurante experiencia de Pentecostés antes de emprender, como los otros, los caminos del mundo a anunciar “las glorias del Señor “.

No se sabe nada de su actividad apostólica, ni si murió mártir o de muerte natural, porque las narraciones sobre él pertenecen a escritos apócrifos. A la tradición de la muerte por decapitación con una hacha se une el patrocinio especial que le atribuyen los carniceros y los carpinteros.

Miércoles de la V semana de Pascua

Jn 15, l-8

En nuestro mundo tecnificado y autosuficiente, en donde los ordenadores y la ciencia moderna a veces nos hacen creer que somos autosuficiente, las palabras del evangelio de hoy nos recuerdan una de las verdades que jamás debemos de olvidar: «Sin Jesús no podemos hacer nada». 

El Evangelio de hoy nos invita a permanecer unidos a Jesús, mientras que el mundo nos invita a un cambio frenético, a una carrera loca, nuevas y más fuertes emociones, Jesús nos invita a permanecer con Él en su amor, en su fidelidad. 

Permanecer en Jesús no es quedarse indiferente ante las situaciones de injusticia o de dolor, sino todo lo contrario, es comprometerse en serio y con decisión en la lucha por un mundo mejor. 

Permanecer no quiere decir inmovilidad, sino todo lo contrario, es un dinamismo que surge del interior y que no se queda en agitaciones externas, sino que es una fuente que mana desde lo más profundo del yo porque está animada por el Espíritu de Jesús. 

Permanecer es estar cerca de Jesús y conocer sus pensamientos, sus opciones y sus criterios. 

Muchas veces hemos equivocado el sentido de las palabras de Jesús y nos hemos escudado en ella para no asumir nuestras responsabilidades y quedarnos anquilosados en estructuras, en posturas e intransigencias. Nada más falso. Así como la vid se extiende con nuevos retoños y cada día tiene nuevos brotes, quién permanece unido a Jesús cada día tendrá nuevas ilusiones, nuevos planes y nuevas opciones para llevar vida, pero siempre unidos a Jesús, a la savia de Jesús que sostiene, que hace crecer y amina y nos lleva por caminos nuevos e insospechados. 

Por eso debemos pedirle a Jesús que nos ayude a dar frutos. Nos atemoriza que los frutos que damos no sean los que Jesús espera, que nuestros frutos solo queden en apariencia, en follaje, o todavía peor, que se vuelvan frutos amargos, frutos de hipocresía, de orgullo, de injusticia y falsedad. 

Pidámosle al Señor que nos conceda este día permanecer unidos a Él. Hay muchas cosas que nos invitan a separarnos y alejarnos de Él, principalmente nuestro egoísmo y nuestras propias inclinaciones, pero también las falsas promesas de felicidad de un mundo que me seduce con sus luces y que me invita a alejarme de Ti y a separarme de mis hermanos. 

Señor Jesús concédenos permanecer unidos a Ti, junto a Ti, siempre contigo.

Martes de la V semana de Pascua

Jn 14,27-31

Quizás uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha dejado, sea la paz. La paz profunda en el corazón que hace que el hombre, aun en medio da las más duras pruebas, no se sienta turbado ni con miedo. 

La paz de Dios es una paz diferente a la que de ordinario se busca. Es un don divino que produce en el cristiano la certeza de la presencia de Dios y de la ayuda divina. No es una paz artificial producto del no afrontar nuestras responsabilidades y compromisos, paz que muchas veces es cobardía o evasión. 

Un rostro sereno en medio de una tormenta, de una crisis, es la mejor señal de la presencia de Dios en él. 

Algo que ha asombrado a los hombres de ciencia que han estudiado la «Sabana de Turín» o «Sabana Santa», es la enorme paz que refleja el rostro del hombre «retratado» en este lienzo. 

Un hombre que al parecer fue martirizado de una manera atroz y que sin embargo muere con un rostro sereno. Es una paz que se consigue haciendo la guerra a nuestro egoísmo a fin de dar espacio al Espíritu, para que éste crezca en nosotros y nos pacifique interiormente. 

Te invito a que le pidas al Señor esta paz, la paz que hace de nuestra vida, preámbulo del cielo.

Lunes de la V semana de Pascua

Hech 14, 5-17; Jn 14, 21-26

Yo creo que Pablo y Bernabé hubieran podido ceder fácilmente a la tentación de que la gente de Listra les diera el tratamiento de «dioses».  Hasta aquel momento, los dos habían sido víctimas del repudio y las persecuciones por parte de los dirigentes de su propio pueblo.  Ahora, en cambio, les sucedía precisamente lo opuesto.  De haberlo querido, en un momento habrían pasado del repudio a la autoridad absoluta, y de las persecuciones, a la adulación y la riqueza.  En nuestros días no sólo hay muchísimos que han cedido a esas tentaciones, sino que también existen quienes, con disfraz de verdadera religión, han admitido los honores que en Listra se les querían tributar a Pablo y Bernabé.

¿Por qué habrán sido tan distintos Pablo y Bernabé, que se horrorizaron ante la mera insinuación de que se les iba a tratar como a dioses?  Es que ellos sabían muy bien que todo el poder que poseyeran y todo el bien que realizaran se lo debían solamente a Dios.  Ya habían comprendido la verdad de lo que Jesús enseña en el evangelio de hoy: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada».  Dios estaba trabajando dentro de Pablo y Bernabé y por eso curaron al hombre tullido, y era Dios el responsable de todas las obras buenas y valiosas que hacían.

Nosotros no esperamos hacer algo tan asombroso como curar un tullido, pero lo mismo que Pablo y Bernabé, debemos darnos cuenta de que Dios vive y actúa en nosotros.  Todo el bien que hagamos o el mal que logremos superar, es el resultado de la presencia y la acción de Dios y no de cualquier talento o habilidad nuestra.  En esta Misa se nos invita a rendir alabanzas, no a nosotros mismos, sino al verdadero Dios, que vive dentro de nosotros.