Martes de la V semana de Pascua

Jn 14,27-31

Quizás uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha dejado, sea la paz. La paz profunda en el corazón que hace que el hombre, aun en medio da las más duras pruebas, no se sienta turbado ni con miedo. 

La paz de Dios es una paz diferente a la que de ordinario se busca. Es un don divino que produce en el cristiano la certeza de la presencia de Dios y de la ayuda divina. No es una paz artificial producto del no afrontar nuestras responsabilidades y compromisos, paz que muchas veces es cobardía o evasión. 

Un rostro sereno en medio de una tormenta, de una crisis, es la mejor señal de la presencia de Dios en él. 

Algo que ha asombrado a los hombres de ciencia que han estudiado la «Sabana de Turín» o «Sabana Santa», es la enorme paz que refleja el rostro del hombre «retratado» en este lienzo. 

Un hombre que al parecer fue martirizado de una manera atroz y que sin embargo muere con un rostro sereno. Es una paz que se consigue haciendo la guerra a nuestro egoísmo a fin de dar espacio al Espíritu, para que éste crezca en nosotros y nos pacifique interiormente. 

Te invito a que le pidas al Señor esta paz, la paz que hace de nuestra vida, preámbulo del cielo.

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