1Cor 4, 6-15
Hoy en nuestras lecturas, termina el tratamiento que Pablo hace de la primera falla de la comunidad de Corinto, la división.
El apóstol sigue contraponiendo los criterios de la sabiduría divina a los criterios meramente humanos.
Ahora, habla en un tono que no deja de tener su toque de sarcasmo y que tal vez a nosotros hoy nos podría parecer un tanto cargado de tinta pero que Pablo, sin embargo, usa, como él mismo dice «no para avergonzarlos, sino para llamarles la atención como a hijos queridos». Pablo esgrime su título único de padre en la fe de esa comunidad: «Aunque tuvieran ustedes diez mil maestros, no tienen muchos padres, porque solamente soy yo quien los ha engendrado en Cristo Jesús, por medio del Evangelio».
Pablo comparaba la situación de los apóstoles -concretamente la suya- a la pretendida situación de los cristianos de Corinto: los locos en contraposición a los sensatos, los débiles a los fuertes, los despreciados a los respetados.
Lc 6, 1-5
Jesús, caminando con los suyos, atraviesa un sembrado. Una jornada de normalidad en donde se dan cita el hambre, el cansancio y las preguntas sobre la Ley.
Comer las espigas en día de sábado suponía el esfuerzo de desgranarlas con las manos, y ese trabajo no estaba permitido hacer en sábado; por eso los celosos de la guarda de la Ley recriminan a los discípulos y se atreven a encararse con Jesús.
Si Jesús ha venido al mundo y se ha hecho uno entre los hombres es para decir al hombre que está salvado; que los mandamientos de “santificar las fiestas, no trabajar en sábado… son caminos por los que el hombre va a Dios, disposiciones que hacen encontrar al hombre la plenitud de su ser. La Ley por si misma no tiene sentido, es la pedagogía de Dios que ayuda al hombre a hacerse más humano y a la vez más cercano a su fin.
Jesús es señor del sábado, está por encima de toda norma y quiere enseñar a los suyos que con un corazón libre todo es posible de realizar, porque lo importante es cumplir la voluntad de Dios con un corazón sencillo y verdadero. No podemos dejar que las cosas nos esclavicen, debemos usarlas para nuestra realización personal con la libertad de saber prescindir de ellas porque creemos que Dios es nuestro único todo, nuestra plenitud.