Lc 5, 12-16
Al contemplar en esta semana de presentación de Jesús, san Lucas nos invita a contemplarlo en una de sus actitudes favoritas: Acercarse a los más despreciados y pequeños.
¿Quiénes son los hombres más marginados en nuestra sociedad y tiempo actual? ¿Serán los peores asesinos que han sido descubiertos y condenados o los enfermos de sida, o muchos otros que están excluidos de la sociedad? Algunos están excluidos por sus propias acciones, pero también hay excluidos de la sociedad sin haber cometido ningún delito o falta, simplemente porque la sociedad los ha marginado o despreciado.
En tiempos de Jesús, indudablemente los excluidos de la sociedad eran los leprosos que sufrían esta marginación de la sociedad. Por una parte su enfermedad causaba repugnancia y debían de avisar de su presencia para no presentarse en medio de las personas, pero por otra, se les consideraban impuros y pecadores. Eran por lo tanto de los más pobres y de los más excluidos.
En estos primeros días de la manifestación de Jesús, la liturgia nos ofrece este texto donde un leproso, rompiendo todos los protocolos y preceptos judíos, se acerca a Jesús pidiendo ser curado. Jesús, en lugar de rechazarlo o condenarlo, extiende hacia él su mano, lo toca y pronuncia las palabras liberadoras no solo de la lepra sino también de la marginación. Por eso le ordena presentarse a las autoridades que den testimonio de que puede nuevamente ser incluido en la comunidad.
Cristo siempre restaura y siempre integra a la comunidad. Así es el actuar de Jesús y así debería de ser el actuar de sus discípulos, buscar una integración plena de todos los miembros de la comunidad, no despreciar, ni excluir a nadie, sino al contrario, suprimir todos los obstáculos que impiden una integración plena de los hermanos que están en peores circunstancias, en especial de los hermanos que viven marginados.
Se necesita tender la mano, no encogerla por precaución o repugnancia; se necesita abrir los brazos y tocar las necesidades, sobre todo, en estos días tenemos a muchos hermanos sufriendo, sin que nadie se atreva a tocarlos o a acercarse a ellos.
Nuestro Maestro Jesús nos recibe a nosotros, pero también nos invita a que nosotros hagamos lo mismo.
Hoy se debe manifestar el actuar de Jesús en el actuar de nosotros que somos sus discípulos. Ve y al que se sienta despreciado, al que se sienta segregado, concédele tu sonrisa, tu mano y tú cariño.