Jueves de la I Semana Ordinaria

Heb 3, 7-14

Uno de los peligros latentes de nuestra comunidad cristiana es lo que se podría llamar: El riesgo de la normalidad.

Esto es, el pensar que nuestra vida «no es tan mala», que no somos grandes pecadores pues no matamos, no robamos bancos, vamos a misa los domingos, etc. Todo esto es claramente una forma de endurecer el corazón.

Dios nos ha llamado a ser santos, la mediocridad en la vida espiritual, sobre todo en nuestra relación con Dios, enfría el corazón y lo endurece. Por ello el autor de la Carta invita a la comunidad a animarse mutuamente para que ningún pecado llegue a endurecer el corazón.

Esta ayuda debe ser diaria, ya que es el único tiempo que tenemos: El ayer ya no existe y el futuro aun no llega. Tómate el tiempo para compartir tu fe con los demás y no permitas jamás que llegue a tu vida el «riesgo de la normalidad».

Mc 1, 40-45

La lepra antiguamente era signo del pecado, por eso, cuando Jesús le dice al leproso, quiero, queda limpio, también nos lo dice a nosotros, que pecamos muchas veces contra Dios. Cuando nosotros pedimos al Señor, con la sencillez y la fe del leproso: Señor, si quieres puedes limpiarme, Jesús nos limpia, Jesús nos perdona.

El Señor nos espera para limpiarnos cuando recurrimos a la confesión Y también como el leproso, cuando el Señor nos cura, cuando nos perdonas, deberíamos tener la necesidad de proclamar la maravilla que el Señor obró en nosotros, deberíamos agradecer a Dios sus favores.

¿Cómo puede el hombre que ha sido tocado por el amor de Dios permanecer callado? Es imposible.

Creo que esta puede ser la causa por la cual muchos cristianos permanecen callados… no han sido tocados por el amor sanante de Dios. Permanecen llenos de miedos y temores, viviendo como lo hacían los leprosos, aislados de la comunidad.

Jesús desde el bautismo nos ha tocado y nos ha dicho: ¡Sana! Más aun, nos ha llenado de su Espíritu, sin embargo hemos dejado que regrese la lepra de la envidia, del odio, del rencor, etc. Es necesario de nuevo decirle al Señor: «Si quiere puedes sanarme». Él lo hará, una y mil veces, pues nos quiere sanos y llenos de vida en el Espíritu. Así una vez tocados por el amor sanante de Dios nos convertiremos en verdaderos testigos de este Amor en el mundo.