Lunes de la III Semana de Adviento

Mt 21, 23-27

Son muchas las posibilidades que la Palabra nos ofrece para que nuestros pies “hagan suelo” y nos situemos frente a la vida y los dilemas desde la experiencia de la fe. En realidad, es en esas situaciones, que podemos contemplar si la experiencia de Dios está arraigada en el corazón o si se encuentra en un periodo de fragilidad.

El evangelio de hoy nos presenta la confrontación y el cuestionamiento que Jesús recibe por parte de los sumos sacerdotes y ancianos: ¿con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autoridad? No es de desperdiciar el espacio en el cual ocurre: el templo.

Jesús no entra en el juego fácil. Con inmensa habilidad responde con otra pregunta, que les obliga a pensar. Jesús les da la oportunidad de “caer en la cuenta” de lo qué es más importante para ellos. Expresar ignorancia es el “camino del medio” que no compromete. Sí, afirmar que no saben, no les responsabiliza frente a las personas que escuchan, pero sus corazones ya están enredados: se hacen conscientes que es mejor no responder porque lo que les mueve son intereses mezquinos.

Una vez que los ancianos y sumos sacerdotes se posicionaron desde sus intereses, Jesús tomó las riendas del diálogo y, con una autoridad que brota del amor, utiliza las mismas reglas del juego. Y es interesante percibir como Jesús no opta por el “camino del medio”, sencillamente les dice: “Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”.

Jesús sí sabe y es consciente. Sencillamente no se deja enredar por intereses mezquinos que pretenden confundir a las personas que buscan, que procuran el sentido de sus vidas, que se aproximan del deseo más profundo de Dios. El Maestro nos muestra el camino: una creativa audacia que favorece el posicionarnos personalmente para ni ser objeto de manipulación ni permitir que otras personas sean víctimas de los intereses de otros.

Sábado de la II Semana de Adviento

Mt 17, 10-13

Este pasaje está ubicado cronológicamente tras la transfiguración. En ese momento, Jesús habla con sus discípulos sobre una de las personas que aparecieron en la visión del monte Tabor: Elías. Admite, como decían los maestros de la ley, que Elías tenía que venir antes del juicio pero advierte que eso ya ha sucedido sin que ellos se dieran cuenta. De este modo; invita a los discípulos a discernir el plan de Dios que está ante sus ojos.

El tiempo de la conversión, la curación de las relaciones humanas y de la relación con Dios ha llegado. Para que entiendas su urgencia, el Maestro identifica a Elías con Bautista. Este misterio se revela a los que, por su docilidad de fe están dispuestos a acoger la predicación de Juan con su invitación a convertirse y prepararse para el encuentro del que viene, de hecho, los discípulos lo entienden. Sin embargo, al poco caen en la terquedad y la incredulidad.

Como puntos capitales para nuestra vida destacan especialmente dos aspectos. Uno de ellos es mi relación con Dios, que me pide volver a Él. El otro es el de sanar mis relaciones con el prójimo. Debemos dejarnos interpelar por el Bautista que invita a una unir nuestra vida a la alianza con el Señor y a rechazar el pecado. Observemos qué obstáculos ponemos al camino de la palabra divina, a veces incómoda, pero que si nos dejamos impregnar por ella supera con mucho nuestras flaquezas. Por eso, siempre sale victoriosa.  Tenemos un Dios que nos da el don del perdón por medio de su Hijo. Sólo así sabremos reconocerlo.

¡Demos gratis lo que gratis hemos recibido!

Viernes de la II Semana de Adviento

Mt 11, 16-19

El Evangelio de Mateo nos sitúa ante las personas que nunca están contentas con nada. Todo les parece insuficiente, detestable, ni son capaces de reír con los que están alegres, ni son capaces de llorar con los que sufren: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.

Así es la dureza del corazón cuando se vuelve insensible, nada les conmueve a las personas ingratas. Son incapaces de la empatía, incapaces de aceptar los cambios que regeneran la vida, incapaces de dejarse moldear por la ternura que la infancia puede hacernos despertar.

Es la comparación que Jesús hace en el Evangelio con respecto a la generación de su tiempo, que no escuchó a Juan el Bautista, ni su mensaje de conversión, ante el cual todos pensaban que tenía un demonio. Y tampoco escucharon a Jesús, que invitaba a la alegría, al compartir, su mensaje era de amor y reconciliación, compartía su intimidad con Dios y sus hermanos los hombres. Tampoco fue suficiente para ablandar los corazones de los hombres de su pueblo. Era un comilón y un borracho.

Ni reír, ni llorar son los hechos frente a la promesa y sabiduría de Dios.

La insatisfacción generalizada y la ingratitud muestran una generación con un corazón de piedra. El reír y el llorar muestran al hombre sabio, abierto a la Palabra de Dios y al sentido de felicidad que ofrece, abierto al compartir la vida que conmueve mi interior porque la fe me permite una cercanía a los sufrimientos y a las alegrías de los hermanos. La fe no puede hacernos insensibles a nuestra realidad.

Los hechos dan la razón a la sabiduría de Dios

Inmaculada Concepción de María

Lc 1, 26-38

La fiesta que estamos celebrando hoy es para que todos nos llenemos de alegría y esperanza.  No sólo es la fiesta de una mujer, María de Nazaret, concebida por sus padres ya sin mancha alguna de pecado porque iba a ser la Madre del Mesías.

Hoy es la fiesta también de todos los que nos sentimos de alguna manera representados por ella.

La Virgen, es el inicio de la Iglesia.  Ya desde la primera página de la historia humana, como escuchamos en la primera lectura, cuando los hombres cometieron el primer pecado, Dios tomó la iniciativa y anunció la llegada del Salvador que llevaría a término la victoria sobre el mal.  Y junto a Él ya desde el libro del Génesis aparece «la Mujer», su Madre, asociada de algún modo a esta victoria.

Hoy celebramos con gozo que María fue la primera salvada, la que participó de modo privilegiado de ese nuevo orden de cosas que su Hijo vino a traer a este mundo.  En la primera oración de la misa decíamos: «Preparaste una digna morada a tu Hijo» y en previsión de su muerte, «preservaste a María de toda mancha de pecado».

Pero si estamos celebrando el «Sí» que Dios ha dado a la raza humana en la persona de María, también nos gozamos hoy de cómo Ella, María de Nazaret, cuando le llegó la llamada de Dios, le respondió con un «Sí» decidido.  El «sí» de María, podemos decir que es el «Sí»  de tanto y tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, personas que tal vez no veían claro, que pasaban por dificultades, pero se fiaron de Dios y dijeron como María: «Cúmplase en mí lo que me has dicho».

María, la mujer creyente, la mejor discípula de Jesús, la primera cristiana.  Ella no era una persona importante de su tiempo.  Era una mujer sencilla de pueblo, una muchacha pobre, novia y luego esposa de un humilde trabajador.  Pero Dios se complace en los humildes, y la eligió a Ella como Madre del Mesías.  Y Ella desde su sencillez, supo decir «Sí» a Dios.

Pero a la vez, se puede decir que esta fiesta es también nuestra.   

La Virgen María, en el momento de su elección y de su «Sí» a Dios, fue «imagen y comienzo de la Iglesia».   Cuando Ella aceptó el anuncio del ángel, de parte de Dios, se puede decir que empezó la Iglesia: la humanidad empezó a decir sí a la salvación que Dios ofrecía con la llegada del Mesías.

En María quedó bendecida toda la humanidad: la podemos mirar como modelo de fe y motivo de esperanza y alegría.

Tenemos en María una buena maestra para este Adviento y para la Navidad.  Nosotros queremos prepararnos a acoger bien en nuestras vidas la venida del Salvador.  Ella, María, la Madre, fue la que mejor vivió en sí misma el Adviento y la Navidad y la manifestación de Jesús como el Salvador.

Que nuestras Eucaristía de hoy, sea una entrañable acción de gracia a Dios, porque ha tomado la iniciativa para salvarnos y porque ya lo ha empezado a realizar en la Virgen María.

Miércoles de la II Semana de Adviento

Mt 11, 28-30

Jesús desahoga su corazón en una acción de gracias al Padre al comprobar sus preferencias por los pequeños. Sintoniza plenamente con él en esa actitud, que es algo constante a lo largo de su vida pública. Y de ahí se eleva para manifestar el profundo conocimiento que tienen entre sí el Padre y el Hijo, que dan a conocer a su vez a los sencillos.

En el evangelio de hoy, que es continuación inmediata de esa acción de gracias al Padre, Jesús invita –con palabras tomadas de la literatura sapiencial- a cargar con su yugo y aprender de él que es “manso y humilde de corazón”. Su yugo es más ligero que el de la ley, pero eso no lo entendieron los ‘sabios’ del pueblo y por eso rechazaron a Jesús y su mensaje de liberación.

Es, pues, una invitación a imitarle y a seguirle de cerca. Él es el modelo y el maestro de una vida nueva, presidida por el amor de Dios a los sencillos: quien acepte su propuesta, “encontrará su descanso” en él. Se cumple en el seguimiento de Jesús lo que Dios prometía por las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas…, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse”.

A la luz de estas promesas y de estas ofertas, preguntémonos: ¿Creemos en la acción providente de Dios aun en medio de nuestros problemas más acuciantes? ¿Estamos dispuestos a cargar con los compromisos del Evangelio, convencidos de que Jesús nos los hace más ligeros?

Martes de la II Semana de Adviento

Mt 18, 12-14

Cuando escucho las voces quejumbrosas que sólo lanzan quejas y acusaciones, cuando parece que todo está negro y se presenta el panorama con tintes oscuros de pesimismo, siento la necesidad de traer a nuestra mente estas imágenes que tanto Isaías como san Mateo nos ofrecen en este día: “consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón de Jerusalén y decidle que ya termino el tiempo de servidumbre”, dice Isaías, que busca alentar, levantar a su pueblo. 

No responde el dolor que produce el exilio, pero no puede permanecer para siempre el pueblo en esta situación de opresión.  No es tiempo de abandono y desesperación. Aún para quienes han perdido la fe, hay palabras de ánimo: “aquí está vuestro Dios, aquí llega el Señor”.

Es cierto que el hombre es como la hierba y su grandeza como la flor del campo, pero nuestra esperanza está puesta en el Señor. 

El mensajero de buenas noticias nos anuncia que aquí está el Señor.  No caminamos solos, no andamos sin rumbo, el Señor es nuestra luz, el Señor es nuestra fuerza.  Tendremos que luchar mucho, es cierto, pero lo hacemos de la mano y con la fuerza de nuestro Dios.

También san Mateo, con palabras igualmente esperanzadoras, nos abre caminos llenos de luz cuando nos recuerda que el Señor es nuestro Pastor.  El Señor es un pastor especial, el Señor es un pastor sumamente bondadoso que nunca se cansa de dar alimento y protección a sus ovejas; que las busca con pasión y perseverancia a cada uno de ellas cuando se ha extraviado.

El tiempo del Adviento es este tiempo tan especial de despertar nuestra confianza en el Señor, de colocarnos bajo su providencia, de trabajar con entusiasmo enderezando los caminos torcidos, elevando los valles, rebajando las colinas, haciendo rectos los caminos del Señor.

Adviento es tiempo de esperanza, tiempo de ilusión, tiempo de trabajo, tiempo de percibir muy cercana la presencia de nuestro Dios. Huele a Navidad, huele a Adviento, huele a ternura, huele a amor.

Que hoy, también nosotros nos acerquemos hasta el Señor, que sintamos cómo nos busca, cómo nos llama, cómo nos acaricia como a oveja perdida.

Tiempo de esperanza, tiempo de amor, tiempo de Adviento.

Lunes de la II Semana de Adviento

Lc 5, 17-26

En la cara de los personajes del Evangelio de hoy podríamos poner rostros muy cercanos a nosotros, aquellos que durante este tiempo han cargado la camilla de otros y han buscado el hueco necesario para ayudar, para salvar, para sanar… puede que el rostro que esté en uno de ellos sea el que ves en el espejo cada mañana. Algunos no sólo no vieron esos rostros, sino que quisieron taparlos para que no se acercaran, no transmitieran, no sabemos si el virus o la vergüenza ante la pasividad de otros.

Desde siempre la palabra “derecho” se ha pronunciado muy rápido, pero sin la palabra “deber” a su lado, el significado puede quedarse en lo que es recto, el antónimo de torcido, pero no la posibilidad de cada ser humano de tener una vida digna. No podemos separar el derecho del deber, si creemos que tenemos todos los derechos y que los deberes son para los otros pronto nos daremos de frente contra un muro de hormigón llamado libertad, seremos esclavos de nosotros mismos y de nuestra ignorancia.

Sigue habiendo muchos en nuestro mundo y no muy lejos de nosotros, que tienen muchos deberes, pero pocos derechos, que siguen recorriendo caminos interminables para poder vivir con lo necesario, con paz, libertad, para encontrar un trabajo con el que mantener a su familia, una formación para realizar tareas imprescindibles para el resto de su comunidad… pero no son bien vistos. Sigue habiendo muchos que creen que su pensamiento es el bueno y levantando una bandera bien grande que pone libertad, le cortan los caminos a los que piensan diferente, buscan otras posibilidades, otras opciones, porque entienden la libertad como la suya.

¿Vas a esperar a que otros hagan posibles tus derechos o vas a cumplir con tus deberes? ¿Te arriesgas a buscar soluciones a los problemas o simplemente protestas porque existen? ¿Qué quieres conseguir?

Viernes de la I Semana de Adviento

Mt 9, 27-31

Hay un grito insistente en nuestras vidas cuando nos dirigimos a Dios, similar al grito de los ciegos del evangelio de hoy: Ten compasión de nosotros, Hijo de David. En esta petición de súplica dirigida a Jesús hay un reconocimiento del Mesías, venido de la casa de David. Hay una confesión de fe.

Pero Jesús le centra aún más en el contenido de su fe con la pregunta ¿Creéis que puedo hacerlo? Jesús devuelve con una pregunta la oración de súplica, para que la súplica se convierta en un acto de fe de mayor profundidad. Se dirige a la hondura de su fe. No debe ser una súplica gratuita o acostumbrada a pedir cosas a Dios. Al contrario, debe ser profunda y siempre renovada, donde la fe tiene que jugar su peso. De alguna manera es una pregunta que implica el poder de Jesús, que se podría formular de otra manera: ¿Reconoces en mi palabra, en mis gestos el poder liberador que viene de Dios?

Es llamativo la contestación de Jesús: Que os suceda conforme a vuestra fe. En ocasiones limitamos nuestros actos de fe en el encendido de una velita, por ejemplo, pero sin preguntarnos qué contenido tiene nuestra fe, que compromiso adquiero una vez sea liberado de mis cadenas, cuál es la esperanza que me sostiene para caminar siempre al lado de Dios. Nos autoconvencemos de la no existencia de Dios, porque Dios no ha escuchado nuestras súplicas. Y dejamos de creer en la fuerza y la bondad de Dios porque no hemos visto ningún cambio. Quizás cambio no sucedió en tu realidad, en tu entorno, quizás el cambio sucedió en ti; de alguna manera, hubo un momento en el que tuviste necesidad de Dios. Lo expresaste quizás superficialmente, pero nació en ti esa necesidad. Ahora hay que moldearla, profundizarla, buscar aquello que haga posible el milagro, eso que haga posible el poder ver, lo que Jesús les dice a los ciegos: que os suceda conforme vuestra fe.

Oremos para que no sea la desilusión lo que nazca tras un acto de fe. Para que surja en nosotros una necesidad de creer de una manera más profunda en el Dios que nos espera.

Jueves de la I Semana de Adviento

Mt 7, 21. 24-27

También el terreno de la confianza hay que pasar de las palabras a las obras. No basta con decir que confiamos en el Señor e ir por un camino distinto al que él nos señala. Confiar en Jesús es estar seguros de que la senda que él nos indica lleva a la alegría, a la esperanza, a la felicidad que nos promete… y transitar por ella. Confiar en el Señor es estar seguros de que la senda del amor, del perdón, de la limpieza de corazón, de la pobreza de espíritu, de la justicia… nos lleva y nos hace experimentar esa vida y vida en abundancia que nos promete. También en el ancho campo de la confianza no vale sólo decir: “Señor, Señor… sino cumplir la voluntad de mi Padre”, bien expresada y vivida por Cristo Jesús. Es la mejor manera de que nuestra casa, nuestra persona, se mantenga en pie y no se derrumbe ante fuertes vientos que la puedan azotar.

San Andrés, Apóstol

Mt 4, 18-22

La celebración de un apóstol en la iglesia es siempre una invitación para que cada uno de nosotros recuerde que sin predicación de palabra y obra, la Buena Noticia no llegará a los corazones de todas las personas, como nos afirma el final de la primera lectura y la antífona del salmo, “Por toda la tierra se ha difundido su voz…” ¿Estamos en situación de hacerlo nuestro?

Hoy fiesta de San Andrés Apóstol, tenemos en esta primera lectura, un texto que nos presenta fuertemente dos aspectos de una misma vocación, que podemos contemplar en la figura de este apóstol: la fe que surge de la predicación-la predicación que alienta y alimenta la fe.

Para mejor entender esta carta es bueno que tengamos en cuenta su contexto. Cuando fue escrita, la persecución y la posibilidad de padecer el martirio, era real. Que una persona aceptara a Cristo y le confesara como su Señor, sabiendo que la persecución iba a llegarle, indicaba sentir que la “salvación” no era algo que la persona conseguía por propio esfuerzo sino que como nos dice San Pablo en la carta “ el mismo que es Señor, es rico para con todos los que invocan”(10,12). Invocarle, es decir que esa persona “ya ha creído”” y se debe a la misericordia de Dios por la fe en Jesucristo.

Con todo esto que fue posible en su tiempo, la carta nos deja unas preguntas que refuerzan el argumento de Pablo y que hoy se nos hacen más apremiantes. “¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?” No son preguntas carentes de realidad para nuestra sociedad y para nuestra iglesia. Y por ello, no poden sernos indiferentes, a pesar de que constatemos mucha impotencia. Recemos los unos por los otros, pidiendo al Señor que sostenga la realización de nuestra vocación cristiana.

Ellos al instante, dejando las redes, le siguieron

En el evangelio de hoy, Mt nos presenta el inicio del seguimiento a Jesús, que comienza con un encuentro y en un lugar concreto. En ese encuentro se puede captar nítidamente, el llamado que “alguien “hace y la libertad de seguirlo por aquel que lo ha oído. No puede haber seguimiento de Jesús si no existe este espacio de intimidad, reconocimiento de su mensaje y descubrir que es el mismo, el que nos busca primero.

Hoy celebramos la fiesta de San Andrés Apóstol, hermano de Pedro y como él pescador en el lago de Tiberiades, lugar donde Jesús le va a encontrar junto a su hermano mayor.

Mt, cuenta la vocación de los primeros discípulos de forma escueta y directa. La sitúa en el lugar donde realizan su trabajo de cada día, allí Jesús les propone algo “casi” incomprensible. Estos hombres que conocen bien la faena que realizan a diario, saben todo de pesca y como hacerla, y he aquí que este hombre llamado Jesús les pide que abandonen todo, para ser “pescadores de hombres”. Cada vez que leo este pasaje no dejo de preguntarme: ¿Qué entenderían estos hombres?

Mt no nos explica nada, quizás por eso tiene tanta fuerza y viveza, que después de tantos siglos e innumerables reflexiones teológicas, desprende tanto cuestionamiento a nuestra vida cristiana al mismo tiempo que sostiene nuestra fe de cada día.

Quizás nos gustaría percibir alguna duda, miedos, pedir explicaciones, ciertas reticencias en la respuesta, pedir tiempo para discernir…parece que es lo propio del ser humano. Y los Apóstoles fueron seres humanos, limitados, carenciales… Gracias a Dios, los evangelios darán cuenta de todo lo que Jesús tuvo que emplearse para que Andrés y los otros llegasen a ser verdaderos discípulos y predicadores de la Buena Noticia que ellos mismos descubrieron en el camino, junto a Jesús.

Unámonos en la oración dejando que resuene en nuestro corazón, estos verbos tan bien empleados por Mt “Vio a dos hermanos… les dice: Venid conmigo…ellos al instante, dejando todo, le siguieron”

Decisión valiente, hoy muy necesaria, para nuestra vida, para nuestro mundo, para Dios. El sigue siendo “el fiel”, el compasivo, el Dios hecho humano en nuestra propia tierra. Pidámosle por esta sociedad nuestra, atravesada por tanto sufrimiento y desesperanza.