Jueves de la V Semana de Cuaresma

Gén 17, 3-9

La primera lectura nos presentaba la esencia de la historia de Abraham.  El pacto de Dios con Abrám, el pacto con su obediencia.

El cambio de nombre en la tradición semítica expresa un cambio de destino, de misión.  Abraham será padre de una multitud «más numerosa que las estrellas, que las arenas».  Padre en la fe del único Dios, transmisor del pacto fundamental: «Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo».  Este pacto se expresará y se manifestará todavía más y definitivamente en Cristo.  Jesús es la expresión máxima del amor de Dios a la humanidad y al mismo tiempo la respuesta cumplida de la humanidad hacia Dios.

Cristo nos invita continuamente a realizar en cada uno de nosotros lo que Él respondió con su vida a su Padre.

Jn 8, 51-59

Continúa hoy la polémica entre Jesús y los dirigentes judíos.

La pregunta: «¿de dónde vienes?, ¿quién eres?, ¿quién pretendes ser?, sigue estando presente.

Hoy escuchamos: «¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham?»

Y escuchamos la afirmación contundente de su divinidad: «Desde antes que naciera Abraham, Yo soy».  De nuevo, Jesús dice de sí mismo el nombre impronunciable, personal, de Dios.  La reacción de los judíos es que había que apedrear al reo de blasfemia.

Que nuestra Eucaristía sea una renovación de nuestra fe comprometida en el Señor Jesús.

Miércoles de la V Semana de Cuaresma

Dan 3, 14-20. 49-50. 91-92. 95

Otra imagen profética de la Pascua.  Los tres jóvenes que hoy escuchamos: Sedrak, Mesak y Abenegó.

La narración nos presenta a tres jóvenes en el destierro que expresan con firmeza, que de por sí no se esperaría de su edad, la fidelidad de su fe que no doblegan ni los honores de los cargos a los que el rey los había exaltado, ni las amenazas de tormentos y muerte.

«El Dios al que servimos puede librarnos del horno encendido… y aunque no lo hiciera… de ningún modo serviremos a tus dioses…».

Es un ejemplo para los demás desterrados en Mesopotamia.

Jn 8, 31-42

La polémica entre Jesús y los dirigentes judíos se va haciendo cada ve más fuerte.

Tres puntos de controversia escuchamos hoy.

A la palabra de Jesús: «La verdad los hará libres», los judíos replican con un optimismo muy patriotero: «Nunca hemos sido esclavos de nadie»; aunque muy objetable la afirmación bajo el punto de vista histórico, Jesús se refiere a otro tipo de esclavitud, la del pecado.  ¿Estamos tratando de buscar esa verdadera libertad?

El otro punto es el de la salvación por pertenecer a un pueblo, a una raza, a un grupo determinado: «Somos hijos de Abraham».   Jesús puntualiza que esa filiación se debe mostrar en las obras.  Abraham es el padre en la fe, que demostró sobre  todo en su fiel obediencia a Dios.

El último punto está centrado en el mismo Jesús.  Él es el enviado del Padre, su Hijo único: «Si Dios fuera su Padre, me amarían a mí».

Mi título de cristiano, seguidor de Cristo, unido a Cristo, ¿se está quedando en título o se está encarnando en mi vida?

San José

En el interior de este tiempo cuaresmal, celebramos hoy la fiesta de san José. Nuestra curiosidad instintiva que quisiera saber muchos detalles de su vida queda desde luego bastante decepcionada. Es muy poco lo que los evangelios nos dicen de él. La vida del carpintero de Nazaret no sobresale ni destaca por su espectacularidad, sino por su fidelidad.

El Evangelio nos dice que José era “justo”, es decir un hombre de fe, que vivía la fe. Un hombre que puede ser incluido en la lista de toda esa gente de fe; esa gente que vivió la fe como fundamento de lo que se espera, como garantía de lo que no se ve, y la prueba de lo que no se ve.

José es hombre de fe: por eso era “justo”. No solo porque creía sino además porque vivía esa fe. Hombre “justo”. Fue elegido para educar a un hombre que era hombre verdadero pero también era Dios: hacía falta un hombre-Dios para educar a un hombre así, pero no lo había. El Señor eligió a un “justo”, a un hombre de fe. Un hombre capaz de ser hombre y también capaz de hablar con Dios, de entrar en el misterio de Dios. Y esa fue la vida de José. Vivir su profesión, su vida de hombre y entrar en el misterio. Un hombre capaz de hablar con el misterio, de dialogar con el misterio de Dios. No era un soñador. Entraba en el misterio. Con la misma naturalidad con la que sacaba adelante su oficio, con esa precisión de su profesión: era capaz de ajustar un ángulo milimétricamente en la madera, sabía cómo hacerlo; era capaz de rebajar, de reducir un milímetro en la madera, de una superficie de madera. Justo, era preciso. Pero también era capaz de entrar en el misterio que no podía controlar.

Esa es la santidad de José: sacar adelante su vida, su oficio con precisión, con profesionalidad; y al momento, entrar en el misterio. Cuando el Evangelio nos habla de los sueños de José, nos hace entender esto: entra en el misterio.

Yo pienso en la Iglesia, hoy, en esta solemnidad de San José. Nuestros fieles, nuestros obispos, nuestros sacerdotes, nuestros consagrados y consagradas, los papas: ¿son capaces de entrar en el misterio? ¿O necesitan regularse según las prescripciones que les defienden de lo que no pueden controlar? Cuando la Iglesia pierde la posibilidad de entrar en el misterio, pierde la capacidad de adorar. La oración de adoración solo puede darse cuando se entra en el misterio de Dios.

Pidamos al Señor la gracia de que la Iglesia pueda vivir en lo concreto de la vida ordinaria y también en lo “concreto” –entre comillas– del misterio. Si no puede hacerlo, será una Iglesia a medias, será una asociación piadosa, sacada adelante por prescripciones pero sin el sentido de la adoración. Entrar en el misterio no es soñar; entrar en el misterio es precisamente eso: adorar. Entrar en el misterio es hacer hoy lo que haremos en el futuro, cuando lleguemos a la presencia de Dios: adorar. Que el Señor dé a la Iglesia esta gracia.

Lunes de la V Semana de Cuaresma

Dan 13, 1-9. 15-17. 19-30- 33-62

Desde muy antiguo las dos lecturas que hoy escuchamos se han relacionado por la obvia razón de que en las dos aparecen unas mujeres acusadas y salvadas maravillosamente; una, la acusada injustamente, salvada por la sabiduría del profeta; la otra, la «sorprendida en adulterio», salvada por la sabiduría misericordiosa del mismo Hijo de Dios.

La figura de Susana ha sido vista siempre como una premonición de la Pascua: el oprimido y calumniado, maravillosamente salvado.  «La asamblea levantó la voz y bendijo a Dios que salva a los que esperan en Él».

En los cementerios subterráneos de Roma, más conocidos como catacumbas, no es raro ver representada esta esperanzadora imagen, sea en forma realista: Susana y los dos ancianos, o en forma simbólica: una oveja en medio de dos lobos.  Recibamos el mensaje de esperanza.

Jn 8, 1-11

De nuevo vemos una falsa actitud de acercamiento a Cristo: «para ponerle una trampa y poder acusarlo».  Efectivamente, la ley de Moisés prescribía la pena de muerte por lapidación para los adúlteros.  Si Jesús decía, no, iba contra la ley de Moisés; si decía sí, podrían acusarlo ante la autoridad romana, que tenía otros criterios legales.

Lo que a primera vista podría parecer por parte de Jesús sólo una ingeniosísima destrucción de una trampa, un género literario conocido en las anécdotas de algunos grandes rabinos y también en otros lugares, aparece más profundamente como el contraste entre el castigo que destruía solamente y la misericordia que transforma, que convierte.

Escuchemos de nuevo las dos frases clave: «El que no tenga pecado, tire la primera piedra».  ¿Cuántas piedras hemos tirado sin ver nuestros propios pecados?

«Tampoco yo te condeno, vete y ya no vuelvas a pecar».  La palabra del perdón y del impulso a mejorar.  ¿Sé decir esta palabra?

Sábado de la IV Semana de Cuaresma

Jer 11, 18-20

Hoy escuchamos otra de las «pasiones» proféticas, es decir, de los preanuncios de la Pascua de Cristo.  Se habla del hombre bueno, que es despreciado, perseguido, humillado y muerto, pero que pone su esperanza en Dios, que ve en perspectiva, aunque sea lejana, su reivindicación.

Hoy veíamos cómo Jeremías usa una imagen muy sacrificial, la imagen del cordero.  Así será llamado Jesús, El mismo morirá, según Juan, a la hora en que se mataban los corderos para la fiesta pascual.  En el Apocalipsis Juan lo verá como un cordero sacrificado y sin embargo vencedor.

El profeta evoca la venganza del Señor sobres sus enemigos.  Jesús invocará sobre ellos el perdón de su Padre al decir: «Perdónalos porque no saben lo que hacen».

El salmo responsorial con que respondíamos a Dios con sus propias palabras, diciendo «En ti, Señor me refugio», prolonga el grito de confianza del profeta.  Jesús llevará a plenitud esta confianza cuando en la cruz dice: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

Jn 7, 40-53

En el evangelio de hoy contemplamos las divididas opiniones que había sobre Jesús.  Será «señal de contradicción», había dicho Simeón.  «Para unos escándalo, para otros insensatez», dirá Pablo.  Hay quienes creen que es el profeta anunciado por Moisés  o el mismo Mesías.

Para los corazones sencillos y acogedores, la admiración provocada por Jesús es ya un inicio de la fe.  «Nadie ha hablado nunca como este hombre», dijeron algunos.  Antes se dijo: «y muchos entre la gente creyeron en Él y decían: `Cuando venga el Cristo ¿hará más señales de las que éste hace?¨´.

Vemos que los notables y sabios, cerrados en su autosuficiencia, insultan a los que siguen a Jesús diciendo: «La chusma ésa que no entiende la ley está maldita».

Hay uno sin embargo que es imagen de los que no se encierran en sus prejuicios sino que están disponibles para acoger la verdad: Nicodemo.

¿Cuál es mi respuesta práctica a la pregunta de «¿quién es Jesús?»

Viernes de la IV Semana de Cuaresma

Sabiduría 2,1.12-22

Aunque históricamente los malvados de que habló la primera lectura son judíos de Alejandría que han asimilado una mentalidad materialista y hedonista (de amor a los placeres), el texto es una palabra profética que se aplica completamente a Cristo y también a sus seguidores.

Esto nos ayuda a tratar de profundizar en su pasión y muerte, en sus penas físicas, pero, sobre todo, en sus penas internas: la experiencia del rechazo, de su aislamiento, la experiencia del mal que lo rodea y lo asalta, y a pesar de todo eso, Él  es solidario con esa humanidad pecadora para salvarla, es el Santo en contacto con el pecado: asco y misericordia, acercamiento salvífico a lo que le es repelente.  Lo que experimentó Cristo lo experimentará el que lo siga.

Jn 7, 1-2. 10. 25-30

La fiesta de los Campamentos o de las Tiendas, caía en septiembre y recordaba el tiempo de la peregrinación por el desierto y también era fiesta de agradecimiento por la terminación de las cosechas.

El problema de la mesianidad de Jesús: «¿de dónde viene?»

Había una creencia en la época sobre el origen misterioso del Mesías: «nosotros sabemos de dónde viene éste».  Sí conocían su lugar de origen, conocían a sus parientes, pero no conocían lo más profundo.

«Yo vengo del Padre»,  es la afirmación contundente de Jesús.  Jesús es la Palabra eterna del Padre.  Jesús es el testigo del Padre.

Vivamos nuestra Eucaristía a la luz de este testimonio.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

Ex 32, 7-14

Hace tiempo pude ver una obra musical: «El diluvio que viene».  Dios ve el mal que hay en la tierra y decide «comenzar de nuevo».  Enviará un diluvio que destruya a toda la humanidad y escoge a los habitantes de una pequeña aldea y a su párroco para que se salven en un arca y sean el comienzo de una nueva humanidad.  La experiencia del mal en nosotros mismos, en nuestro rededor, el mal social sobre todo, nos lleva a impulsos de renovación y, a veces más fácilmente que por un cambio gradual de conversión, quisiéramos un cambio radical, algo que me transforme como una vara mágica, o  destruya para dar oportunidad de que algo mejor se desarrolle.

Hoy vimos a Dios amenazante primero, pero que luego «cambia de idea» por ruegos de Moisés.

Moisés no es sino una pequeñísima manifestación de la misericordia siempre perdonadora y salvadora de Dios.

Jn 5, 31-47

La palabra clave de la lectura evangélica de hoy es: “Testimonio».  Jesús presenta sus testigos.

1.-Las Escrituras: «ellas son las que dan testimonio de mí»; «Dios, que había hablado antes por los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por su propio Hijo».

2.-Juan el Bautista, el más grande y último de los profetas: «Yo no lo conocía pero el que me mandó a bautizar con agua me dijo: sobre quien veas que viene el Espíritu Santo, ese es; yo lo vi y doy testimonio»; «ese es el que quita el pecado del mundo».

3.-Y el supremo testimonio: su Padre.  De Él viene El mismo, de Él viene su misión, su poder, la vida que quiere comunicar.

Pero está también el testimonio negativo, la acusación contra los que no aceptan esos testimonios sobre Cristo.

Recibamos el testimonio, demos nuestro testimonio.

Miércoles de la IV Semana de Cuaresma

Is 49, 8-15

Isaías nos habla de la descripción esperanzadora de la reconstrucción de Jerusalén.

Con multitud de imágenes poéticas, el profeta presenta el panorama futuro.

Para los que se resistían a creer en esas posibilidades de cambio, el Señor se muestra no como el Omnipotente, desde lo alto, sino como el enamorado cercanísimo.

Pero aún es más impresionante la imagen del amor maternal de Dios por su pueblo: «Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti».  Escuchemos ese reclamo amoroso como dirigido a cada uno de nosotros.

Jn 5, 17-30

La lectura evangélica de hoy sigue inmediatamente a la que ayer escuchamos: la curación del paralítico en sábado, y es la respuesta a los escandalizados judíos que recriminaban a Jesús y al paralítico por «trabajar» en sábado.

Jesús va explicitando su divinidad: «llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios».

Jesús habla de su dependencia del Padre en las obras, en el juicio y en la voluntad, de su igualdad en el dar la vida, en el juzgar y en el honor que recibe.

Este tema de la unidad y dependencia del Hijo con su Padre es tema clave en la fe y en la práctica de vida cristiana.

La vida misma del Padre nos es transmitida por Cristo y en nosotros tiene que ser vida vivificante.

Hagamos esto realidad en nuestra Eucaristía de hoy.

Martes de la IV Semana de Cuaresma

Ez 47, 1-9. 12

Para entender mejor la fuerza de las imágenes de la profecía pensemos en el marco geográfico en que fue escrita.  Una ciudad siempre muy escasa de agua, una tierra desértica, un lago cerrado, salado, sin vida.

El profeta había mirado la grandiosidad de una Jerusalén futura, de dimensiones y grandiosidad impresionantes; ahora nos habla de la fuente que brota del templo: el agua es cada vez más abundante y va por el valle inferior del Jordán, hasta el mar Muerto, que será transformado; la vegetación a orillas de la corriente de vida es prodigiosa: verdor, lozanía, árboles de todas clases, maravillosa y perennemente fructíferos, y hasta medicinales.

Juan, usará las mismas imágenes para hablarnos de la Jerusalén del cielo: «Luego me mostró el río de agua de vida, brillante como el cristal que brotaba del trono de Dios y del Cordero… “(Ap 22, 1.2).

Es la imagen esperanzadora de la vida en Dios.

Jn 5, 1-3. 5-16

El milagro que hoy escuchamos es un signo que nos comunica muchas cosas.

Ante la pobreza del paralítico: «Señor no tengo a nadie…», la misericordia presurosa de Cristo que se acerca a él; ante la impotencia del enfermo, la fuerza dinamizadora del Señor.  «Levántate… anda».

El nombre de la piscina, Betesdá, significa «Casa de la  misericordia».

Donde sólo había misericordia salvífica, para los judíos no hay sino ruptura de la Ley: Jesús curando y el antiguo paralítico cargando la camilla.

¿Nuestra mano se parece a la de Cristo?, ¿es para levantar, sostener, consolar?, o ¿se parece a la de los judíos del evangelio de hoy, mano para señalar pecado, para acusar, para castigar?

Nuestra reunión eucarística tiene que ser una auténtica Betesdá: Casa de la misericordia; la misericordia infinita de Dios que se encuentra con nuestra miseria; nuestra misericordia, eco de la de Dios ante las miserias del prójimo.

Lunes de la IV Semana de Cuaresma

Is 65, 17-21

El tema escatológico de la nueva creación: «Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva» ha motivado siempre la esperanzada labor de todos los que han luchado por la vida cristiana.  El profeta lo ha anunciado.  Pedro trabajaba con ese aliento: «esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en la que habite la justicia» y el vidente Juan lo miraba realizado: «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva… vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén…».

El profeta hablaba a un pueblo que apenas acababa de regresar del destierro, de los años de amargura.  Por esto, las perspectivas de alegría y gozo, de Jerusalén renovada, de ya no más muertes prematuras, de lugar permanente, de morada de abundancia, tiene una fuerza y un relieve muy especiales.

Apliquemos estas perspectivas esperanzadoras del profeta a nuestra situación cuaresmal.  Es una llamada más de Dios a nuestra conversión radical.

Jn 4, 43-54

A partir de hoy y hasta el martes santo, nuestro guía evangélico será san Juan.

Cada uno de los milagros narrados por Juan  son llamados por él «signos»,  es decir, no debemos de mirar sólo lo maravilloso del acontecimiento para admirarlo, sino que debemos ver qué nos señala, a qué nos lleva, qué realidad nos descubre.

Junto con los ejemplos de Nicodemo y de la mujer samaritana, el que hoy escuchamos es un ejemplo que tipifica al que va en busca de la fe.  El primero, un hombre religioso, serio, aunque algo atemorizado; la segunda, una mujer de un pueblo no estimado por los judíos; el tercero, un pagano.

El evangelio usó una expresión: «creyó con todos los de su casa»,  como se dice de las conversiones de paganos en los Hechos de los apóstoles.

Hemos recibido la palabra del Señor.  El Señor es la misma Palabra personal del Padre; creamos en Él con fe, no sólo de pensamiento ni sólo de palabra, sino en la verdad de los hechos.