Lc 11, 15-26
Jesús acaba de expulsar a un demonio. Ante este hecho hay tres reacciones: la de corazón limpio; que reconoce la acción de Dios por medio de Jesús y “se quedó admirada; a los que no les convencen del todo: quieren “una señal apocalíptica, aniquiladora de los enemigos de Israel; por último los que admiten lo evidente, la eficacia de sus exorcismos, pero afirman que “echa los demonios con el poder del jefe de los demonios” para confundir a la gente.
Este relato recoge el momento más duro de la polémica de Jesús con la autoridad religiosa de su pueblo. El afán de desprestigiar a Jesús les lleva al extremo de acusarle de expulsar los malos espíritus por pura magia. No se dan cuenta de que no tiene sentido acusar a Satanás, haciéndose la guerra. Por otra parte olvidan que los discípulos, que hacen lo mismo que Jesús, son personas que pertenecen al pueblo y no tiene sentido acusarles de magos.
Jesús rebate con toda lógica: “¿Satanás va a combatir contra Satanás? Yo echo los demonios con el dedo de Dios. El que no está conmigo, está contra mí”. El confirma: “Todo lo puedo en aquél me conforta”. Con la fe y disponibilidad ante el Espíritu, “donde haya odio haremos brotar el amor; donde haya tristeza, la alegría; donde haya guerra, la paz”.