St 4, 13-17
Que bien nos vienen estas palabras del apóstol a nuestra generación «tecnológica» en la cual muchos de nuestros hermanos se han creído la mentira del mundo, y piensan que pueden realizar su vida con sus propias fuerzas, al margen de Dios; a esta generación pagada de sí misma, que cree que todo lo puede y que piensa que es capaz de conocer hasta los más profundos secretos de la vida y gobernar el universo a su antojo, olvidándose de las reglas y principios básicos que Dios mismo ha creado.
Es un pasaje que nos urge a la dependencia de Dios y a reconocerlo verdaderamente como el rector de todo lo creado, sin el cual nada se puede hacer.
Jesús decía a sus discípulos: «sin mi nada pueden hacer». Debemos pues reconocer nuestra dependencia de Dios, la necesidad de su poder para realizar nuestra vida y construir nuestro mundo. Deja de lado tu autosuficiencia y verás que es mucho más fácil construir la vida y nuestro mundo con el poder de Dios.
Mc 9, 38-40
Una de las cosas que evitan que se dé la unidad en nuestra Iglesia es lo que se conoce como «Capillismo», es decir esa tendencia a pensar que solo nuestro grupo, nuestro movimiento, es el único que tiene la verdad y que los otros no tienen ni siquiera razón de existir; esta actitud sucede incluso cuando se piensa que tal o cual sacerdote o tal o cual líder religioso es el que tiene la exclusiva para la construcción del Reino.
¿Quién no se ha encontrado en esa difícil situación de tener que elegir entre dos bandos? Sucede sobre todo entre jóvenes y adolescentes, pero no solo en ellos. Si le hablas a uno pierdes la amistad con el otro, o si saludas al primero ya compraste una enemistad irreconciliable con el segundo. Pero esto es mucho más grave cuando a los sentimentalismos se añaden los fundamentalismos: religiosos, políticos, ideológicos o de intereses.
Podemos hacer mucho por nuestra sociedad pero nos sumergimos en discusiones, en acusaciones y dudas a priori que dificultan toda relación. Esto no es exclusivo de nuestro tiempo, ya en los tiempos de Jesús existía, es más, el Evangelio de este día, nos dice cómo los mismos discípulos caían en la intolerancia y en la descalificación de los que no eran del grupo.
Jesús nos enseña que hay cosas más importantes que los fundamentalismos y crítica fuertemente la discriminación que hacen sus discípulos. No es más importante la religión que la verdad, que la vida o que el amor.
Cuando ponemos nuestro estandarte por encima de la verdad, cuando esgrimimos intereses de grupo por encima de la justicia estamos traicionando a la verdad y al mismo Jesús.
Jesús nos enseña una apertura grande por todos los que buscan la verdad y luchan contra el mal.
¿Verdad que sería muy distinto si todos los partidos buscarán el bienestar de nuestro país? ¿Verdad que superaríamos las dificultades sí todas las corrientes religiosas privilegiáramos la lucha por la vida, por la dignidad de la persona y por el bien común?
Lo importante no es el sectarismo, lo importante es la construcción del Reino con el que sueña Jesús.
¿A quiénes hemos dejado a un lado, tan solo porque son distintos de nosotros? ¿Por qué miramos con desconfianza a aquellos que están haciendo bien las cosas, pero no son de nuestro grupo?
Hoy, Jesús también a nosotros nos dice que quienes buscan la verdad y la justicia están de parte nuestra. Más que dividir busquemos unir esfuerzos, más que imponer nuestras propuestas, abramos la mente y el corazón a la búsqueda de la verdad venga de quien venga.
Una comunidad unida, aún con miembros diferentes, logra vencer muchos obstáculos.
Vivamos como quiere Jesús.