Sábado de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 20, 27-40

Una de nuestras limitaciones, y también motivo de gozo, es que nuestra capacidad de amar es limitada. Amamos y terminamos centrándonos en una o unas pocas personas. El Reino del que nos habla Jesús supera todas esas limitaciones.

En el Reino nuestra capacidad de amar será ilimitada, nuestra capacidad de encuentro también. Por eso, la pregunta de los saduceos no tiene sentido. Lo único que hacen es proyectar una situación de este mundo en el futuro. Imaginan que todo será más o menos igual. Jesús va más allá. El Dios de la Vida hará plena la vida de hombres y mujeres. En el mundo futuro todo será nuevo hasta nuestra capacidad de amar.

El tema de la resurrección de los muertos no era compartido por las dos corrientes religiosas principales del tiempo de Jesús: saduceos y fariseos.

Los saduceos negaban la resurrección de los muertos. Los fariseos la afirmaban.

Y los saduceos quieren ridiculizar la resurrección de los muertos proponiendo a Jesús una curiosa cuestión que Él resuelve sin dificultad.

Jesús afirma que la resurrección no es una simple continuación de la vida actual, sino una vida nueva y distinta; una vida de plenitud que difícilmente podemos comprender desde nuestras realidades y pensamientos cotidianos.

Dame, Señor, un corazón capaz de amar como Tú nos amas: con un amor grande, en el que quepan todos tus hijos e hijas, y con amor profundo y sincero que se exprese en obras.

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