Jueces 13, 2-7. 24-25 y Lc 1, 5-25
No es raro encontrar en la Biblia que aquellos a quienes Dios predestina a un trabajo especial de salvación están marcados por unas características especiales. Su nacimiento es maravilloso, provienen de una madre estéril, como Samuel, o son salvados providencialmente de una muerte, como Moisés; luego son consagrados al Señor. Expresan esa dedicación con la abstención de bebidas alcohólicas, no cortarse el cabello, no tocar ni comer cosas impuras. Es un nazireo, segregado, pertenece al Señor.
La primera lectura nos presenta «la anunciación» de Sansón, nazireato, clave de su misión: «El Espíritu del Señor empezó a manifestarse en él».
Hoy y los siguientes días hasta la Navidad, la lectura evangélica será de Lucas, el que, según dice en el prólogo de su Evangelio, «después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes», nos lo escribió «por su orden».
Lucas, en su evangelio, nos presenta como en un díptico (esos cuadros antiguos de dos hojas o «alas»), escenas paralelas de Juan el Bautista y de Jesús: las dos anunciaciones, el encuentro en la Visitación, los dos nacimientos y los dos crecimientos e inicios de su misión.
Al escuchar la anunciación a Zacarías, vemos la relación con la Anunciación de María. Aquí, el ángel hace el anuncio del nacimiento de Juan, de su misión. Lleno del Espíritu del Señor, será su precursor, preparará a un pueblo dispuesto a recibirlo.
La duda de Zacarías contrasta con la pregunta de María. La mudez de Zacarías contrasta con la «elocuencia» de María, que será inmediatamente comunicadora del Verbo.
La aclamación del Evangelio alude al vaticinio de Isaías, «saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará….» No olvidar que Jesé es padre de David. Lucas llama a Jesús, hijo de Jesé (Lc 3,32).
Unámonos a la exclamación de la Iglesia: «Ven a librarnos y no te tardes».