Mc 2, 23-28
Para las autoridades religiosas del judaísmo, el “sábado” era, ante todo, un precepto legal, una obligación que marcaba el descanso de la semana. Sin embargo, para la tradición veterotestamentaria, es fundamentalmente “el día del Señor”, la memoria viva del Dios que salva interviniendo en la historia de su pueblo. Con Jesús, esta Salvación se hace presente. Con sus palabras y sus actos anuncia que ese Día ya ha llegado. Dios se hace hombre y, por tanto, no solo interviene en la historia humana, sino que es Historia Viva y Presente.
Este Evangelio o “Buena Noticia” es el santo y seña de la predicación de Jesús frente a las autoridades religiosas que siguen esperando pasivamente un Mesías a la medida de sus costumbres y rituales, a la medida de su religión. La frase de que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” es paradigmática. Jesús viene a liberarnos de las esclavitudes que dificultan una fe viva en la que todo hombre pueda encontrarse con Dios.
Pero este Evangelio es, sobre todo, para nosotros, cristianos de hoy, para nuestras comunidades, para la Iglesia: ¿vivimos la alegría a que nos invita Jesús?, ¿son nuestras misas de los domingos más preceptos que encuentros vivos con el Señor? Recuerdo que un periodista le preguntó a un cardenal español si nuestras misas resultaban aburridas para los fieles y tuvo que reconocer honradamente que sí.
Y es que parece que todavía nuestro “sabbat” dominical nos “obliga” más que nos convoca, que nuestra actitud mientras participamos no es precisamente de atención y menos de alegría, sino de esa tibieza de la que nos habla San Juan en el Apocalipsis. Y no nos engañemos: esto no solo depende de los ministros ordenados… No podemos seguir dormidos cuando el Señor ya ha llegado y nos convoca.
“La Iglesia no irá adelante, el Evangelio no saldrá adelante con evangelizadores aburridos, amargados. No. Solo podrá avanzar con evangelizadores alegres, llenos de vida. La alegría al recibir la Palabra de Dios, la alegría de ser cristianos, la alegría de ir adelante, la capacidad de celebrar sin avergonzarse.