Martes de la II Semana después de Navidad

Jn 1, 35-42

Verdaderamente cada uno tiene su encuentro con Jesús. Pensemos en los primeros discípulos que seguían a Jesús y permanecieron con Él toda la tarde – Juan y Andrés, el primer encuentro – y fueron felices por esto.

Andrés fue al encuentro de su hermano Pedro – se llamaba Simón en ese tiempo – y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías». Es otro encuentro entusiasta, feliz, y condujo a Pedro hacia Jesús. Siguió, luego, el encuentro de Pedro con Jesús que fijó su mirada en él. Y Jesús le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Te llamarás Cefas», es decir piedra.

Los encuentros son verdaderamente muchos. Está, por ejemplo, el de Natanael, el escéptico. Inmediatamente Jesús con dos palabras lo tira por los suelos. De tal modo que el intelectual admite: «¡Tú eres el Mesías!».

Está también el encuentro de la Samaritana que, a un cierto punto, se siente en medio de un problema e intenta ser teóloga: «Pero este monte, el otro…». Y Jesús le responde: «Pero tu marido, tu verdad». La mujer en el propio pecado encuentra a Jesús y va a anunciarlo a los de la ciudad: «Me ha dicho todo lo que he hecho; ¡será tal vez el Mesías?»

Recordemos también el encuentro del leproso, uno de los diez curados, que regresa para agradecer. Y, además, el encuentro de la mujer enferma desde hacía dieciocho años, que pensaba: «Si al menos lograra tocar el manto estaría curada» y encuentra a Jesús.

Y también el encuentro con el endemoniado del que Jesús expulsa tantos demonios que se dirigen hacia los cerdos y después quiere seguirlo y Jesús le dice: «No, vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo».

Así podemos hallar muchos encuentros en la Biblia, porque el Señor nos busca para tener un encuentro con nosotros y cada uno de nosotros tiene su propio encuentro con Jesús.

Quizá lo olvidamos, perdemos la memoria hasta el punto de preguntarnos: «Pero ¡cuándo yo me encontré con Jesús o cuándo Jesús me encontró?».

Seguramente Jesús te encontró el día de tu Bautismo: eso es verdad, eras niño. Y con el Bautismo te ha justificado y te ha hecho parte de su pueblo.

Todos nosotros hemos tenido en nuestra vida algún encuentro con Él, un encuentro verdadero en el que sentí que Jesús me miraba. No es una experiencia sólo para santos. Y si no recordamos, será bonito hacer un poco de memoria y pedir al Señor que nos dé la memoria, porque Él se acuerda, Él recuerda el encuentro…

Una buena tarea para hacer en casa sería precisamente volver a pensar cuando sentí verdaderamente al Señor cerca de mí, cuando sentí que tenía que cambiar de vida y ser mejor o perdonar a una persona, cuando sentí al Señor que me pedía algo y, por ello, cuando me encontré al Señor.

Lunes de la II Semana después de Navidad

Jn 1, 29-34

El concepto de justicia en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, no es un concepto secular, del ámbito de lo puramente social y político como lo es el nuestro. La justicia en las Escrituras es un concepto eminentemente religioso, tiene que ver necesaria y esencialmente con Dios, con el ejercicio de su voluntad salvífica, de su misericordia y su amor. Dios no es justo en la Biblia, simplemente porque castigue o declare inocente a alguien, como un juez de nuestros tribunales. Dios es justo porque ama y perdona, porque mantiene su alianza a pesar de los pecados del pueblo o de la iglesia, porque permanece fiel a pesar de nuestras infidelidades.

Es lo que nos quiere decir san Juan en la 1ª lectura: que Cristo representa y revela la justicia divina, perdonando y realizando la voluntad salvífica del Padre a favor de los pobres, los pequeños y los pecadores. Nacemos de Dios o de Cristo cuando asumimos ese ideal de justicia. No de la fría y tantas veces tortuosa justicia de los seres humanos, sino de la justicia que es amor, misericordia, solidaridad y perdón.

Esa justicia divina, tan diferente de la justicia humana, ha llegado hasta el extremo de hacernos hijos de Dios, si queremos. Y siendo hijos de Dios aspiramos a ser semejantes a Él, a verle tal cual es, como los hijos ven a su padre. La exigencia que se nos hace a cambio de tanto amor y de tan divina justicia, es que nos purifiquemos del pecado, para ser dignos de Dios. Si estamos en Cristo no pecamos, dice san Juan, porque en El no hay pecado, porque Él quita los pecados.

En el Evangelio de hoy Juan el Bautista le hace eco a la 1ª lectura exclamando ante la gente que lo rodeaba: «Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». El cordero era la víctima pascual que ofrecían los judíos al celebrar cada año la cena pascual. Ahora nuestro cordero es Cristo: Él se ha sacrificado por nosotros y con su sacrificio nos ha dado la posibilidad de ser justos como Dios: amando y perdonando.

En estos días de Navidad puede suceder que se infantilice nuestra fe, que la vivamos como si se tratara de un cuento de hadas, con estrellas mágicas, reyes orientales que abren sus tesoros fabulosos, alegres pastorcitos que cantan villancicos. Puede suceder también que nuestra fe sea víctima en estos días de Navidad de los mercaderes de todo lo divino y lo humano. Que nos sintamos obligados a gastar y a derrochar aún a pesar de nuestra pobreza. Juan Bautista nos recuerda que el niño recién nacido se manifestará algún día ante el mundo, bautizará a los suyos con el fuego del Espíritu y dará la vida para el perdón de nuestros pecados. Solo nuestro testimonio de amor y de servicio puede hacer creíble la historia de la Navidad: que Dios envió a su Hijo en carne humana para devolvernos a todos la alegría, la paz y la vida.

VII DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD (MISA MATUTINA)

Jn 1, 1-18

Jesús es el renuevo, es humilde, es manso, y vino para los humildes, para los mansos, a traer la salvación a los enfermos, a los pobres, a los oprimidos, como Él mismo dice en el cuarto capítulo de san Lucas al visitar la sinagoga de Nazaret.

Jesús vino precisamente para los marginados: Él se margina, no considera un valor innegociable ser igual a Dios. En efecto, se humilló a sí mismo, se anonadó. Él se marginó, se humilló para darnos el misterio del Padre y el suyo.

No se puede recibir esta revelación fuera, al margen, del modo como la trae Jesús: en humildad, abajándose a sí mismo». Nunca se puede olvidar que el Verbo se hizo carne, se marginó para traer la salvación a los marginados.

Resulta evidente que la grandeza del misterio de Dios sólo se conoce en el misterio de Jesús, y el misterio de Jesús es precisamente un misterio de abajarse, de anonadarse, de humillarse, y trae la salvación a los pobres, a quienes son aniquilados por muchas enfermedades, pecados y situaciones difíciles.

Fuera de este marco no se puede comprender el misterio de Jesús, no se puede comprender esta unción del Espíritu Santo que lo hace gozar…

Pidamos la gracia al Señor de acercarnos más, más, más a su misterio, y de hacerlo por el camino que Él quiere que recorramos: la senda de la humildad, la senda de la mansedumbre, la senda de la pobreza, la senda de sentirnos pecadores. Porque es así como Él viene a salvarnos, a liberarnos.

VI DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Lc. 2, 36-40.

Podemos imaginar a esta pequeña familia, en medio de tanta gente, en los grandes patios del templo. No salta a la vista, no se distingue… Y, sin embargo, no pasa desapercibida.

Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y empiezan a alabar a Dios por ese niño en el que reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel.

Es un momento sencillo, pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos, llenos de alegría y fe por la gracia del Señor y dos ancianos, ellos también llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quien hace que se encuentren?: Jesús. Es Jesús quien hace que se encuentren los jóvenes y los ancianos.

Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de ese amor que une a las familias y a las personas, venciendo cualquier desconfianza, cualquier aislamiento, cualquier lejanía…

La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, a estos dos abuelos, a Simeón y a Ana saludamos desde aquí con un aplauso a todos los abuelos del mundo.

El mensaje que procede de la Sagrada Familia es ante todo un mensaje de fe… Por eso la Familia de Nazaret es santa, porque está centrada en Jesús.

Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe tienen una energía que les permite hacer frente a pruebas difíciles como demuestra la experiencia de la Sagrada Familia… en el evento dramático de la huida a Egipto.

El Niño Jesús con su madre María y con san José son un icono familiar tan sencillo como luminoso. La luz que despide la Sagrada Familia nos alienta a ofrecer calor humano en las situaciones familiares en las que, por varios motivos, falta la paz, falta la armonía, falta el perdón.

¡Que no falte nuestra solidaridad concreta sobre todo con esas familias que atraviesan por situaciones difíciles como las enfermedades, la falta de trabajo, la discriminación, la necesidad de emigrar!

V DÍA DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

Hay muchas luces en nuestras celebraciones navideñas: las del pesebre, las del árbol de navidad, las luces con que adornamos nuestros hogares. También las ciudades se engalanan por estos días de luces permanentes y de luces fugaces: los fuegos de artificio, las luces de las vitrinas de los almacenes y de los avisos publicitarios.

Si la Navidad es el grito esplendoroso por una luz que ilumina nuestras tinieblas, todos los días siguientes podemos comprobar y experimentar la alegría de vivir en la luz.  Simeón y Ana al contemplar a aquel Niño sienten la plenitud de sus vidas y considera que han realizado todos sus afanes.

La luz de Cristo ilumina lo más profundo de nuestro espíritu y nos transforma de tal manera que experimentamos la grandeza de ser hijo de Dios.

La Presentación de Jesús en el Templo, recogiendo una noble tradición del pueblo de Israel, sirve de marco para presentar a Jesús como la luz de todas las naciones y abrir el horizonte de la salvación a todos los pueblos.

¿A qué luz se refiere Simeón? Indudablemente que al Mesías prometido a Israel. Pero es sorprendente que ese mismo Niño se ha reconocido como Luz de todos los pueblos.  Si permitiéramos a esa Luz iluminar nuestras tinieblas, nuestra vida, indudablemente, sería de otra manera.

San Juan ha experimentado en carne propia la presencia de esta Luz y no se conforma con haberla recibido, sino que se decide a transmitirla a todos los que lo rodean. Reconoce exactamente cuáles son las tinieblas que nos rodean: Quién odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Nosotros con frecuencia decimos de una persona que estaba sedada por el odio o no pudo discernir a causa de su enfado o su coraje.  Los sentimientos de odio siempre cierran los ojos y nos colocan en las tinieblas. Pero cuando el odio, la ambición y las rivalidades son constantes se vive en plena oscuridad.

San Juan nos ofrece la oportunidad de acercarnos a la Luz verdadera que es Cristo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.  Nos asegura que quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.

La Navidad nos ofrece ciertamente un tiempo como de remanso y de paz para reconocer y encontrarnos con nuestros hermanos.  Pero debería de ser una actitud constante: Amar, perdonar y sentirnos cerca de nuestros hermanos.  Sí Cristo nos ama tanto, ¿por qué no amar también nosotros a los que nos rodean?

Dejémonos iluminar por la Luz del amor que nos trae Jesús.

LOS SANTOS INOCENTES

Un ángel le revela a san José la voluntad de Dios en sueños, para salvar al Niño Jesús y a María…

Dios nos habla también a nosotros cuando nos detenemos a descansar en el Señor. Me gustaría descansar en el Señor con todos ustedes, y reflexionar sobre el don de la familia.

Descansar en el Señor, levantarse con Jesús y María, y ser una voz profética, son los tres aspectos para defender el don de la familia.

1.- Descansar en la oración

Descansar en la oración y rezar en familia, para escuchar la voz de Dios y entender lo que Él nos pide.

José fue elegido por Dios para ser el padre putativo de Jesús y el esposo de María. Como cristianos, también ustedes están llamados, al igual que José, a construir un hogar para Jesús. A prepararle un hogar en sus corazones, sus familias, en sus parroquias y comunidades.

2.- Levantarse y actuar.

Al igual que san José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él. Cada uno de nosotros tiene un papel especial que desempeñar en la preparación de la venida del reino de Dios a nuestro mundo».

Así como el don de la sagrada Familia fue confiado a san José, así a nosotros se nos ha confiado el don de la familia y su lugar en el plan de Dios, que nos llama a reconocer los peligros que amenazan a nuestras familias para protegerlas de cualquier daño…

Las dificultades y amenazas que hoy pesan sobre la vida familiar son muchas. Como los sufrimientos causados por los desastres naturales; la situación económica que separa a las familias con la migración y los problemas financieros que gravan sobre muchos hogares.

Pero también las demasiadas personas que viven en pobreza extrema y otras, en cambio, atrapadas por el materialismo y un estilo de vida que destruye la vida familiar y las más elementales exigencias de la moral cristiana.

Sin olvidar el creciente intento, por parte de algunos, de redefinir la institución misma del matrimonio, guiados por el relativismo, la cultura de lo efímero, la falta de apertura a la vida.

Así pues: protejan a sus familias. Vean en ellas el mayor tesoro de su país, susténtenlas con la oración y los sacramentos. Sean ejemplo vivo de amor, de perdón y atención. Sean santuarios de respeto a la vida, proclamando la sacralidad de toda vida humana desde su concepción hasta la muerte natural.

Qué don para la sociedad si cada familia cristiana viviera plenamente su noble vocación. Levántense con Jesús y María, y sigan el camino que el Señor traza para cada uno de ustedes».

3.- Ser voces proféticas.

Esto es nuestro deber cristiano en medio de nuestra sociedad… Cuando las familias tienen hijos, los forman en la fe y en sanos valores, y les enseñan a colaborar en la sociedad, se convierten en una bendición para nuestro mundo.

Que las familias sean discípulas misioneras de Jesús, ayudando a los más necesitados, los que no tienen familia, a los ancianos y niños sin padres. ¡No escondan su fe, no escondan a Jesús, llévenlo al mundo y den el testimonio de su vida familia

SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA

La mañana de Pascua, Pedro y Juan, advertidos por las mujeres, corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se inclinaron para entrar en la tumba.

Para entrar en el misterio hay que inclinarse, abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.

El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer… Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.

Esto no es debilidad, sino auténtica fuerza. Quien lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.

Imploremos hoy al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino de tener el valor humilde del perdón y de la paz.

Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y las violencias que se están produciendo, y que son tantas.

FERIA PRIVILEGIADA 23 DE DICIEMBRE

Lc. 1, 57-66.

La figura de Juan Bautista no es siempre fácil de entender. Cuando pensamos en su vida es un profeta, un hombre que fue grande y luego termina como un desgraciado.

Entonces ¿quién es Juan? Él mismo lo explica: «Yo soy una voz, una voz en el desierto», pero es una voz sin Palabra, porque la Palabra no es Él, es otro.

He aquí cual es el misterio de Juan: Jamás se apodera de la Palabra, Juan es aquel que indica, aquel que señala.

El sentido de la vida de Juan es indicar a otro… Juan era el hombre de la luz, llevaba la luz, pero no era luz propia, era una luz reflejada. Juan es como una luna y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan comenzó a disminuir y a apagarse». Voz no Palabra, luz, pero no propia.

La Iglesia existe para proclamar, para ser voz de una Palabra, de su esposo, que es la Palabra. Y la Iglesia existe para proclamar esta Palabra hasta el martirio. Martirio precisamente en las manos de los soberbios, de los más soberbios de la Tierra.

Juan podía hacerse importante, podía decir algo por sí mismo… sólo esto: indicaba, se sentía voz, no Palabra. El secreto de Juan. ¿Por qué Juan es santo y no ha pecado? Porque jamás, tomó una verdad como propia. No quiso hacerse ideólogo. El hombre que se negó a sí mismo, para que la Palabra descienda.

Y nosotros, como Iglesia, podemos pedir hoy la gracia de no convertirnos en una Iglesia ideologizada…

La Iglesia debe escuchar la Palabra de Jesús y hacerse voz, proclamarla con coraje. Aquella es la Iglesia sin ideologías, sin vida propia: la Iglesia que es el misterio de la luz, que tiene la luz de su Esposo y debe disminuir, para que Él crezca.

Este es el modelo que Juan nos ofrece hoy, para nosotros y para la Iglesia. Una Iglesia que esté siempre al servicio de la Palabra. Una Iglesia que jamás tome nada para sí misma.

Hoy en la oración hemos pedido la gracia del gozo, hemos pedido al Señor de alegrar esta Iglesia en su servicio a la Palabra, de ser voz de esta Palabra, predicar esta Palabra.

Pidamos la gracia de imitar a Juan, sin ideas propias, sin un Evangelio tomado como propiedad, sólo una Iglesia voz que indica la Palabra… Así sea.

Feria Privilegiada 22 de Diciembre

Lc. 1, 46-56.

Hay días en que la liturgia con sus lecturas, salmos y antífonas tienen un tinte de alegría y gozo.  Hoy se nos presentan así.  Dese la primera lectura del libro de Samuel nos pone a contemplar a Ana que da gracias a Dios porque escuchó sus ruegos.  A la que era estéril le ha florecido un hijo y quiere ofrecerlo al Señor.  En el Salmo recitamos su mismo cántico, compuesto de oraciones bellas que retoma de la sabiduría hebrea, las hace propias y pronuncia con exaltación su alabanza al Señor.  En el evangelio de Lucas encontramos el cántico de alabanza que entona María, ese cántico que es conocido por todas las generaciones como el Magníficat y que expresa todo el pensamiento de un pueblo que se sabe amado, protegido y rescatado por Dios.

En labios de María se hace más comprensible esta alabanza, ya que ha mirado a la pequeña, a la sencilla.  A lo largo del cántico se nos muestra la manera de actuar del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.  Un Dios que cumple sus promesas y que se acuerda siempre de su misericordia; un Dios que no teme a los poderosos, sino que trastoca sus planes; un Dios que se hace cercano y acompaña a su pueblo.

Este bello cántico resume toda la teología de un pueblo que se siente acompañado de su Dios.  Dios libertador, Dios misericordioso, Dios salvador.

La Iglesia recoge este cántico y también lo hace suyo y lo expresa con todo su corazón.

En estos días de Adviento, ya tan cercanos a la Navidad, nosotros también tendremos que reconocernos acompañado, amados, protegidos por nuestro Dios.  Y tiene que brotar espontánea nuestra alabanza.  También nosotros hemos sentido su misericordia y se ha hecho presente en medio de nosotros su salvación.  También para nosotros ha sido la decisión que había prometido a Abrahán y a su descendencia para siempre.

Con gozo unámonos al cántico de María “mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador”

FERIA PRIVILEGIADA 21 DE DICIEMBRE

Lc 1, 39-45

Tres palabras sintetizan la conducta de María: escucha, decisión y acción. Palabras que nos muestran también a nosotros un camino de lo que el Señor nos pide en la vida.

María sabe escuchar a Dios. Pero atención, no es un simple oír, un oír superficial, sino una escucha basada en la atención, en la acogida, en estar disponible a Dios. No es la manera distraída con la que a veces nos presentamos ante el Señor o ante los demás: oímos las palabras pero realmente no las escuchamos.

María escucha también los hechos, lee los acontecimientos de su vida, observa la realidad concreta sin quedarse en la superficie de las cosas, va a lo profundo para comprender el significado.

Y esto también vale para nuestra vida, escuchar a Dios que nos habla y escuchar la realidad cotidiana, prestar atención a las personas y a los hechos porque el Señor está en la puerta de nuestra vida y llama de muchas formas, pone señales en nuestro camino y nos da la capacidad de verlas.

María y su firme decisión. María no se deja arrastrar por los acontecimientos, no evita la fatiga de la decisión. En la vida es difícil tomar decisiones, a menudo solemos aplazarlas, dejamos que otros decidan en nuestro lugar, preferimos dejarnos arrastrar por las situaciones, seguir la moda del momento; muchas veces sabemos qué es lo que debemos hacer, pero no tenemos el valor o nos parece muy difícil porque significa ir a contracorriente.

María va a contracorriente, ella escucha a Dios, medita e intenta entender la realidad y decide confiar totalmente en Dios.

María va pronto a la acción. María, a pesar de la dificultad, de las críticas que va a tener por su decisión… no se para ante nada. No tiene prisa, no se deja llevar por la situación, ni por los acontecimientos.

Pero cuando tiene claro qué es lo que Dios le está pidiendo, lo que debe hacer, no duda, no pospone, actúa rápidamente.

A veces nosotros nos detenemos en la escucha, en la reflexión de lo que debemos hacer, tal vez tenemos clara la decisión que debemos tomar, pero no damos el paso a la acción.

Y sobre todo no nos involucramos «rápidamente» para ofrecer nuestra ayuda a los demás, nuestra comprensión y nuestra caridad.