Miércoles de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 7,31-35

¿Quién puede dar gusto a las personas? Bien dice el refrán popular: “no soy monedita de oro”. Unos condenan y aborrecen lo que otros prefieren. Lo que hoy era lo más agradable y solicitado, mañana se convierte en pasado de moda y detestable. ¿Cómo agradar a los hombres? El mismo Jesús reclama a su generación estas incongruencias de exigencias: lo que rechazan en Juan el Bautista, ahora lo exigen del Mesías y lo que condenan del Mesías, antes lo solicitaban del Bautista.

Cuando se tiene el corazón en el exterior, siempre habrá manipulaciones y disconformidades. Jesús invita a mirar lo que hay en el corazón. 

San Pablo en su carta a los corintios nos ofrece este día el bello pasaje que todos conocemos como el himno al amor. Nos centra en lo que es más importante y puede llenar el corazón. 

Ni los extremos que hacía Juan el Bautista en el ayuno, ni los milagros de

Jesús son los realmente importantes. Lo que importa es el amor. Y vaya que Juan tenía un amor fuerte como para soportar adversidades; y vaya que Jesús se inflama de amor para recibir a los pecadores para manifestarles misericordia, para darles nueva dignidad. Pero si no descubrimos el verdadero amor estaremos siempre discutiendo qué podemos y qué no podemos hacer. Criticaremos cada una de las acciones.

Descubrir el verdadero amor nos llevará a dar no solo sentido a cada una de nuestras acciones, sino a nuestra vida misma. Por eso San Pablo coloca al amor por encima de todas las virtudes, porque sin amor, lo que es generosidad se puede transformar en manipulación o exhibición; lo que es fe se puede quedar en imposición; lo que es servicio se deforma y pierde su sentido.

Ya nos escribe San Pablo con mucha precisión las cualidades del amor: comprensivo, servicial, que no tiene envidia, que comprende todo, que disculpa todo, que todo lo cree.

Qué hermosa descripción hace el Papa Francisco sobre este himno de la caridad en la Amoris Laetitia

Y queda nuestra pregunta: ¿Cómo es nuestro amor? Si nos acercamos a Jesús y le decimos que nos inflame de su amor, podremos iniciar este gran camino de entrega, de donación, de plenitud en nuestra vida que es el amor.

Martes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 7, 11-17

Una de las actitudes que más le gusta destacar a san Lucas es la misericordia de Jesús. Quizás porque él viene de una cultura pagana en donde los dioses son crueles, Lucas presenta en cada oportunidad la ternura y la compasión de Dios en Jesucristo.

Nuestro Dios es el Dios de la misericordia, es el Dios que se conmueve ante nuestras miserias y penalidades, por ello es el Dios de los pobres, de los necesitados, de los miserables.

Dos cortejos, dos caminos, dos destinos.  La mujer en su soledad, en su abandono y en su tristeza lleva el camino de la muerte. ¿Qué puede esperar una mujer sin marido, sin hijos, en la cruel sociedad machista de Israel? Ciertamente las perspectivas no son muy halagadoras y muy negro se presenta el panorama.

En sentido contrario viene el cortejo de la vida. Jesús que parecería ajeno a la cruel situación, se hace el encontradizo para dar vida. Las lágrimas de tristeza de la viuda se transforman en lágrimas de alegría de la madre. Jesús da nueva vida y nueva oportunidad para construir nuevamente a la familia.

Uno de los temas insistentes y preocupantes es el camino que lleva la juventud. Hay personas pesimistas que acusan a los jóvenes de desequilibrados, inconscientes, sin interés alguno; otros más optimistas, los perciben como la nueva fuerza que pueden renovar una sociedad y una iglesia que parece derrumbarse. Pero todos coinciden en que se debe dar una especial atención, un acompañamiento y fuertes principios a la juventud.

Hay quienes perciben la juventud casi como muerta, igual que en el Evangelio que acabamos de escuchar. Al igual que aquel joven, quisiéramos que Jesús les dijera levántate: “levántate” y que los jóvenes comenzarán a caminar por el sendero de la vida. Necesitamos acercar a nuestros jóvenes a Jesús, ayudarlos a encontrar a Jesús para que les dé nueva vida.

Hay muchas situaciones que fácilmente llevan a los jóvenes por caminos de muerte: la ambición, el alcoholismo la vida fácil, deseos y sueños que les han infundido los pregoneros de felicidades basadas solo en los bienes materiales.

Necesitamos dar a nuestra juventud oportunidad de transformar nuestra sociedad, pero necesitan tener en su corazón a Jesús.

A todos los jóvenes que hoy se sienten perdidos en el camino de la muerte, que se sienten tentados por el suicidio, las drogas o el dinero fácil hay que decirles que con Cristo pueden vivir una vida diferente, que escuchen su palabra diciéndoles: “joven, levántate” y que dejemos ataúdes, ataduras, postraciones y que nos unamos al cortejo de la vida de Jesús y que nos unamos a la vida de Jesús.

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Hoy, día 14 de septiembre, celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La cruz de Jesús es exaltada, puesta en alto, levantada… Pero, ¿qué puede tener una cruz para que sea exaltada? ¿No es su símbolo de tormento, de dolor, de muerte…?

En esa cruz está Jesús. «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Por eso la exaltamos. Porque los maderos de esa cruz llevaron al Dios con nosotros, al que se acercó a nuestra vida para que nuestra vida pudiera estar cercana a la de Dios.

En esa cruz hay mucho amor entregado. Porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por eso la exaltamos. Porque para nosotros, más allá del dolor y la injusticia que supusieron la crucifixión de Cristo, esa cruz es signo del amor de Dios por la humanidad.

En esa cruz están, junto a Jesús, los crucificados de nuestro mundo. “Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso la exaltamos. “Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo” (Concilio de Quiercy, año 853). Por eso, desde la cruz de Jesús, ninguna soledad, ni oscuridad, ni pecado son la palabra definitiva… sino un momento del camino, que espera la luz de la Pascua.

Cuando un cristiano miramos la cruz, vemos en ella mucho más que un par de palos. Vemos a Cristo, vemos amor entregado… y una llamada a dejarnos amar y llevar amor a los crucificados de nuestro mundo. Por eso la exaltamos… Y al hacerlo, comprendemos algo mejor lo que es la Pascua.

Por su parte, el Papa Francisco dijo: “Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos… tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”

Coloca hoy, ante Jesús, las cruces de tu vida. Y pídele que las ilumine con su luz.

Sábado de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 43-49

Las enseñanzas evangélicas de las dos pequeñas parábolas que hoy hemos escuchado son muy claras.  La primera denuncia el peligro de la hipocresía, habla de cuando la conducta exterior no coincide con la interior.   La segunda denuncia una fe a la que no corresponde una vida.

Hay frutos buenos, es decir, comestibles, aprovechables, y hay otros que no lo son, no pueden servir de alimento o más aún, son dañinos.  Jesús aclara dónde está la bondad o maldad, que se traducirá en frutos buenos o malos: en lo más interior y radical, en el corazón mismo. 

«La boca habla de lo que está lleno el corazón», lo acabamos de escuchar.

Puede existir otra fractura o distanciamiento entre nuestra teoría y nuestras praxis, entre lo que conocemos y tal vez predicamos y lo que realmente hacemos, entre la fe como iluminación recibida y la caridad como realidad que se expresa.  El Señor lo expresó como la distancia entre decir: «Señor, Señor” y el no hacer lo que Él nos dice.

Esta posibilidad hay que revisarla continuamente.  La palabra ilumina, el sacramento vivifica, no lo olvidemos.

Viernes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 39-42

Hoy tenemos una doble enseñanza. La primera estaría referida a descubrir nuestros propios errores. Somos humanos y como tales tenemos fallas, debilidades. Es pues necesario descubrirlas.

La segunda enseñanza: No es fácil ayudar al hermano a salir adelante de sus debilidades. Requiere, como cuando hay que sacar una paja del ojo, mucho cuidado, mucho cariño, mucho amor y atención.

De repente entre los noticieros y sus comentaristas aparece una preocupación por “la gente”, expresión que no sé específicamente a quien se refiere, porque se pierde en el anonimato sin ninguna persona en particular. Y la “gente” dice, y la “gente” escoge, y la “gente” prefiere. Y a veces estas elecciones y estas propuestas parecen tan absurdas que uno se pregunta por qué la “gente” ha elegido lo que no tienen ningún sentido. Después descubrimos, con asombro, que hay “directores de opinión”, manipuladores de masas y “anónimos” de las redes sociales que se encargan precisamente de eso: hacer creer a las personas que ellas están eligiendo lo que ellos les han puesto por delante. 

¿Quién guía a esta sociedad? ¿Por qué se adoptan posturas que parecen contrarias a nuestras costumbres y a nuestros ideales? Es una triste realidad que hay quienes se encargan de manipular y dirigir hacia sus fines comerciales, políticos y mercantilistas, el pensamiento de la sociedad.

¿Cuáles son sus intereses? ¿Cuáles son sus ganancias? Tendremos que estar muy atentos para descubrir quiénes y por qué nos guían.  Ya Jesús, desde aquellos tiempos, entreveía que no siempre la “voluntad popular” es signo de democracia y que no siempre una abrumadora mayoría es signo de libertad.

¿Cómo explicar el Domingo de Ramos con aquella multitud exaltándolo y alabándolo, si a los tres días se presenta esa misma multitud condenándolo y exigiendo su crucifixión?

Hay guías, líderes que no se tientan el corazón para conducir a la perdición con tal de lograr sus propósitos. Jesús nos pone en alerta, sobre todo después de habernos presentado el camino verdadero a la felicidad, para que no nos dejemos guiar por esos ciegos. “Si un ciego guía a otro ciego caerán los dos en un hoyo”.

Se acusa la falta de líderes, pero hay líderes que guían a la corrupción, a las falsas felicidades y al fracaso. Cristo es nuestro único líder y nuestro único guía. Dejémonos guiar por sus silbos amorosos para encontrar la verdadera felicidad.

Jueves de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 27-38

El cristiano es en definitiva una persona distinta a las demás. Sus criterios no van muy de acuerdo con los del mudo pues ha adoptado la «ilógica» manera de pensar de su maestro.

Lo más extraño de todo es que a pesar de lo ilógica que parece la enseñanza de Jesús es la única que nos garantiza la verdadera felicidad.

En el Evangelio de hoy Jesús nos da como una serie de recetas que nos pueden hacer felices y quitarnos ese peso que nos atormenta y nos llena de desgracias.

Lo primero que Jesús nos sugiere es el amor a los enemigos. El amor a quien nos quiere nos da una cierta felicidad, pero el amor a quién no nos quiere viene a suprimir toda esa angustia que nos produce el rencor, los deseos de venganza y los resentimientos. Nadie puede ser más feliz que quien ama a todas las personas. Entendamos, no es el amor sentimental, es el amor de decisión.

Y sigue Jesús con una serie de recomendaciones que van todas sustentadas en la generosidad: Tratar a los demás como queremos que nos traten. Ojo, dice que como queremos que nos traten, no como ellos nos tratan. Hacer el bien sin esperar recompensa; prestar sin esperar impuestos o intereses; vestir al que tiene necesidad. Son algunas de las recomendaciones que nos hace Jesús y que a Cristo hicieron feliz. Sería más fácil decir comportaos como Cristo se ha comportado y veréis que encontrareis la felicidad.

Parecería que Jesús quiere resumir todos sus consejos en una afirmación muy profunda: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”, y entendamos claramente que misericordioso no se refiere a esa especie de lástima que nos lleva a socorrer y a atender a los demás. Misericordioso quiere decir que siempre y en todo momento ama, que pone su corazón junto a sus hijos, y lo dice explícitamente: “porque Dios es bueno hasta con los malos y los injustos”.

Dios ama porque es padre y tiene entrañas de misericordia. Y nosotros ¿cómo amamos? Y nosotros ¿encontramos en el verdadero amor la felicidad? Y nosotros ¿somos misericordiosos?

Miércoles de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 20-26

Si todo el evangelio es buena nueva, hay partes centrales que sustentan toda la vida del discípulo. Las bienaventuranzas forman ese núcleo que hace diferente la propuesta de Jesús.

Mientras San Mateo sitúa está predicación en un monte queriendo elevar el espíritu y presentando a Jesús como un nuevo Moisés, con una ley nueva y diferente; san Lucas sitúa las bienaventuranzas en un llano para mostrar a Jesús junto al pueblo, muy cerca de las personas; mientras San Mateo nos recuerda 9 bienaventuranzas, san Lucas presenta solamente 4 y unidas a los ayes o malaventuranzas que ya el profeta Jeremías nos anunciaba desde el Antiguo Testamento.

Mientras San Mateo insiste en un aspecto más espiritual y del corazón, en un sentido exhortativo, san Lucas nos hace enfrentarnos a la dura realidad de la pobreza, de la miseria, del dolor y del hambre.

Conviene tener muy presente a quienes llama Jesús felices o bienaventurados y de quienes se lamenta, porque podemos estar buscando la felicidad inmediata y olvidarnos de lo que Jesús valora.

Jesús llama felices y dichosos a cuatro clases de personas: Los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de la fe; y se lamenta y dedica sus ayes, que algunos llaman maldiciones, a cuatro clases de personas: Los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.

Que diferentes son nuestros valores y conceptos. Es muy distinta la ambición y la motivación del hombre actual, o quizás del hombre de todos los tiempos.

Y nosotros ¿dónde estamos?, ¿dónde ponemos nuestra felicidad?

Jesús desestabiliza la escala de valores que predomina en la sociedad. Las bienaventuranzas expresan un radical cambio en valores que la presencia del Reino de Dios pide. Las bienaventuranzas son signos de la presencia del Reino de Dios. Proclaman la llegada de las promesas mesiánicas. Quién dice sí a Jesús encuentra el gozo de sentirse amado por Dios y se hace participar tanto de la historia de la salvación, juntamente con los profetas y con el mismo Jesús.

Podemos llegar a preguntarnos ¿cómo puede ser feliz una persona siendo pobre? Es difícil responder con teorías. Yo os invito a contemplar a Jesús, yo creo que Jesús es inmensamente feliz y sin embargo es pobre.

Las bienaventuranzas que proclama Jesús están íntimamente unidas a su persona y son la manifestación de que se puede ser realmente feliz.

¿Tú eres feliz? ¿Qué te falta para ser feliz? ¿Qué te dice Jesús?

La Natividad de la Virgen María

Hoy celebramos el nacimiento de la Virgen María, y esto nos llena de alegría.

La devoción cristiana quiere celebrar y alabar a María por su presencia en medio de nosotros. Pero no nos podemos quedar solo en celebraciones externas, sino que este acontecimiento nos lleva a reconocer el camino que ha seguido Dios para preparar a su pueblo. Dios escoge a los pequeños y sencillos, en el anonimato, pero les pide una especial entrega, cómo María.

El camino de Dios va en la misma senda del camino de los hombres, y a veces por caminos que nos parecen oscuros y olvidados.  Si pensáramos en las dificultades que tuvieron que pasar para que naciera María, según la tradición de Joaquín y Ana, y en el camino sencillo que fue recorriendo María, tendríamos que reconocer la presencia amorosa de Dios.

La verdadera devoción a María conduce siempre a Jesús y celebrar estos acontecimientos, que se quedan perdidos en la historia personal de unos cuantos, nos hace captar la importancia de cada instante y de cada acción a los ojos de Dios.

Contemplemos hoy a María, naciendo pequeñita y desconocida que no nació ni como una princesa ni como una reina, ni como los poetas y pintores la han querido adornar para manifestar la importancia de su nacimiento.

Hoy podemos ver a la Virgen, elegida para convertirse en la Madre de Dios y también ver esa historia que está detrás, tan larga, de siglos, y preguntarnos: “¿Cómo camino yo en mi historia? ¿Dejo que Dios camine conmigo? ¿Dejo que Él camine conmigo o quiero caminar solo? ¿Dejo que Él me acaricie, me ayude, me perdone, me lleve adelante para llegar al encuentro con Jesucristo?”. Este será el fin de nuestro camino: encontrarnos con el Señor.

Y traigamos también hoy a la memoria todos los nacimientos de hombres y mujeres que hoy mismo están aconteciendo y que son muestras del amor creador de Dios.

Reconozcamos la presencia de Dios en nuestras vidas y tomemos conciencia de la importancia de vivir cada momento como tiempo de gracia y salvación.

Con María, hoy alabemos al Señor por la vida, por la gratuita, por el camino de la salvación que desde los pequeños va haciendo.

“Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su salida”.

Celebremos la adhesión fidelísima de María al plan de la Redención: “Yo soy la humilde sierva del Señor, hágase….”

Lunes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 6-11

En nuestro mundo moderno, en donde las «agendas» van guiando el rumbo y el orden de nuestro día, se puede caer también en la tentación de programar la caridad.

Jesús en este pasaje es criticado por sanar a un hombre en el día de reposo. ¿Cuántas veces nosotros, en nuestras mismas familias, en nuestro trato con los hijos, con el esposo o la esposa, o con los padres, ponemos también esta excusa, para no servir, para no hacer la caridad?

Es triste que esto suceda y que muchas veces la caridad tome el lugar de «cuando haya tiempo», que el servicio a nuestros hermanos tenga que tomar también su turno, máxime cuando se refiere a una situación de apremio como puede ser la salud.

Es triste que la esposa o los hijos tengan que «tener cita» para ser atendidos y escuchados. No dejes que tu agenda gobierne tu vida, sé tú, como Jesús, dueño de tu tiempo, especialmente en tu relación con tus seres queridos.

Sábado de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 1-5

Jesús, caminando con los suyos, atraviesa un sembrado. Una jornada de normalidad en donde se dan cita el hambre, el cansancio y las preguntas sobre la Ley.

Comer las espigas en día de sábado suponía el esfuerzo de desgranarlas con las manos, y ese trabajo no estaba permitido hacer en sábado; por eso los celosos de la guarda de la Ley recriminan a los discípulos y se atreven a encararse con Jesús.

Si Jesús ha venido al mundo y se ha hecho uno entre los hombres es para decir al hombre que está salvado; que los mandamientos de “santificar las fiestas, no trabajar en sábado… son caminos por los que el hombre va a Dios, disposiciones que hacen encontrar al hombre la plenitud de su ser. La Ley por si misma no tiene sentido, es la pedagogía de Dios que ayuda al hombre a hacerse más humano y a la vez más cercano a su fin.

Jesús es señor del sábado, está por encima de toda norma y quiere enseñar a los suyos que con un corazón libre todo es posible de realizar, porque lo importante es cumplir la voluntad de Dios con un corazón sencillo y verdadero. No podemos dejar que las cosas nos esclavicen, debemos usarlas para nuestra realización personal con la libertad de saber prescindir de ellas porque creemos que Dios es nuestro único todo, nuestra plenitud.