Lunes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 46-50

Uno de los elementos más importantes del evangelio es el ir adoptando los criterios de Jesús. Mientras que nuestra vida, mediante todos sus «maestros» buscan aleccionarnos sobre los criterios que se deben tomar para llegar a ser felices, Jesús, único maestro del cristiano, nos muestra en su evangelio lo que verdaderamente puede llevar al hombre a la felicidad.

Hoy ilumina el área de nuestras aspiraciones y de nuestro trato con Él. Y así mientras que el mundo nos insiste en el poder, status, sabiduría, etc., Jesús cambia el criterio y presenta un niño, que en la comunidad judaica no tenía ningún valor, era el elemento más pequeño en la escala social, que necesita de todos en todos los sentidos, el más indefenso, y afirma que para Él será verdaderamente grande quien se siente necesitado como un niño y se deja amar y abrazar por él.

Será también grande quien es capaz de renunciar a los «privilegios» que puede tener, con el fin de servir a los necesitados, a los que no tienen voz, a los marginados, a los que son como niños en la comunidad. Queda así claro cuáles son sus preferencias y por lo tanto cuáles deben ser las preferencias de los discípulos. ¿Cómo cuadran estas preferencias de Jesús con tu vida?

Sábado de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc. 9, 43-45.

¡Qué difícil entender que el camino que lleva a Jesús a la gloria ha de pasar por la muerte! Él mismo indicará a los discípulos que se encaminaban hacia Emaús: Era necesario que el Hijo del hombre padeciera todo esto para entrar así en su Gloria. Ojalá y no seamos lentos ni duros de corazón para entender y vivir aquella invitación que el Señor nos hace: Toma tu cruz de cada día y sígueme. No podemos amar nuestra vida de tal forma que nos apeguemos a ella y tratemos de evitarle todo el sacrificio y esfuerzo que se exige a quien quiera no sólo anunciar, sino ser testigo de la Buena Nueva del amor de Dios para todos. No nos quedemos con una imagen falsa de hedonismo cristiano.

Quien quiera colaborar para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros, debe aprender a renunciar a sí mismo, a no querer conservar su vida sin sembrarla en tierra para que muera y surja una humanidad nueva en Cristo. La fecundidad que viene del Espíritu de Dios en nosotros requiere que muramos a nuestros egoísmos y a nuestras visiones cortas de la vida, y que comencemos a dar nuestra vida para que otros tengan vida, y la tengan en abundancia. Y esto, no porque no haya bastado la Redención efectuada por Cristo, sino porque, ya desde la cruz, Él asoció a su Redención nuestras penas, dolores, sacrificios, entrega, e incluso nuestra muerte aceptada por Él y por su Evangelio.

En esta Eucaristía celebramos el Memorial de aquello que pareció ser el gran fracaso del Mesías esperado. En la mente de los judíos se cernía la imagen de un Mesías con criterios meramente humanos; capaz de alimentarlos a todos sin el más mínimo esfuerzo; capaz de liberarlos de sus enemigos, sin que ellos levantaran siquiera un dedo. Pero el Señor, aparentemente vencido por las fuerzas del mal que actuaron a través de personas que sólo eran santos en su apariencia, pero cuyo corazón estaba podrido por el pecado, ahora, reinando glorioso desde el cielo, manifiesta que el Mesías debía padecer para hacer de nosotros un pueblo de santos e hijos de Dios.

Viernes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9,18-22

La respuesta de Pedro a Jesús es correcta, sin embargo la idea de Mesías no es la correcta. El pasaje nos deja ver cómo los Apóstoles esperaban un Mesías que les resolviera todos sus problemas, un Mesías que los liberara de los romanos, que les devolviera el poder económico y político.

Jesús los corrige de nuevo. El Reino y el mesianismo que Él trae están relacionados con la cruz, con la renuncia, con el rechazo por parte de los «importantes».

No es un cristianismo de privilegios sino de esfuerzo y donación. Puede ser que hoy todavía muchos de nosotros estemos esperando este tipo de «Mesías». Un Mesías «resuélvelo todo». Sin embargo Jesús nos ha obtenido del Padre el poder del Espíritu Santo, con Él y con nuestra colaboración diaria seremos capaces de responder a las exigencias de la vida y llevar adelante nuestros proyectos.

Y tú, ¿qué tipo de Mesías piensas que es Jesús?

Jueves de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 9, 7-9

¿Quién es este hombre que congrega a las multitudes, este hombre que cura a los enfermos, este hombre que nos habla de un Reino nuevo y a quien el mar y el viento obedecen? ¿Es un reformador social? ¿Un nuevo profeta? ¿Un revolucionario? ¿O el hombre más genial de todos los tiempos?


¿Cuál era la actitud de Herodes frente a Jesús?  El Evangelio de hoy, nos presenta la perplejidad de Herodes ante las noticias que le llegan de Jesús.

Si san Lucas nos ha presentado, desde el inicio de su evangelio, un Mesías que viene a liberar, a dar vista a los ciegos, a proclamar buena nueva, un buen parámetro, es lo que pudieran pensar las autoridades.

Las curaciones narradas en el capítulo anterior, la tempestad calmada, la curación del endemoniado, todo nos va presentando la figura de Jesús como el verdadero Mesías que viene a hacer presente el Reino de Dios.

Herodes, que representaría la ambición y las estructuras del Imperio Romano, parece ser signo de las fuerzas opositoras y de muerte.

San Lucas, que en un momento antes, nos presentó el envío de los doce, parecería manifestarnos las fuerzas a las que tendrá que oponerse.  Herodes ha oído hablar de Jesús y se cuestiona en su interior quién será este nuevo líder del que hablan las multitudes. Reflejando las opiniones que le llegan, se inquieta al saber que podría ser un nuevo Juan el Bautista a quien él había mandado matar.

Siempre los de arriba están inquietos y preocupados cuando empieza a surgir nueva vida en el pueblo.  Herodes quisiera conocer a Jesús, pero no parece que sea con un corazón dispuesto, sino previniendo los peligros que pudiera suscitar un agitador.

Jesús, ya ha asumido la misma misión que tenían los profetas: transmite la Palabra de Dios haciéndola resaltar en cada una de las curaciones y de sus milagros, y empieza a surgir muy fuerte la pregunta: ¿Quién es este Jesús?

Los cercanos creían conocerlo, pero Jesús les manifestará pronto que se han equivocado en su apreciación.  Los lejanos y poderosos tienen curiosidad, pero más parecería miedo.  ¿Y nosotros qué pensamos?  ¿Quién es este Jesús?  ¿Qué significa para nuestra vida?

Lo conocemos desde pequeños, pero quizás no nos hemos dado la oportunidad de tener un verdadero encuentro con Él, de constatar su pensamiento, de percibir sus ideales, de mirar su forma de enseñar.

No nos quedemos como Herodes que solamente, hasta la hora de la Pasión se volverá a encontrar con Jesús, si no que aprovechemos cada momento e invitémoslo a que también se haga presente en nuestras vidas, en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones.

Llevémonos hoy en nuestro corazón esta pregunta: ¿Quién es este Jesús? Es una pregunta que se puede hacer por curiosidad o se puede hacer por seguridad.

Miércoles de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9,1-6


En el mundo consumista y tecnificado de nuestros días, buscamos que incluso la evangelización caiga bajo los mismos criterios.

Jesús envía a un camino. Un camino que, claro está, no es un simple paseo. Lo que hace Jesús, es un envío con un mensaje: anunciar el Evangelio, salir para llevar la salvación, el Evangelio de la salvación. Y esta es la tarea que Jesús da a sus discípulos.

Por ello, quien permanece paralizado y no sale, no da a los demás lo que ha recibido en el bautismo, no es un auténtico discípulo de Jesús. En efecto, le falta la misionariedad, le falta salir de sí mismo para llevar algo de bien a los demás.

Así, pues, hay un doble camino que Jesús quiere de sus discípulos. Esto contiene la primera palabra que pone de relieve el Evangelio de hoy: caminar, camino.

Está luego la segunda: servicio. Y está estrechamente relacionada con la primera. Es necesario caminar para servir a los demás. Nos dice el Evangelio: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Sanad a los enfermos, resucitad muertos, sanad leprosos, expulsad a los demonios”.

Aquí está el deber del discípulo: servir. Un discípulo que no sirve a los demás no es cristiano.

Punto de referencia de cada discípulo debe ser lo que Jesús predicó en las dos columnas del cristianismo: las bienaventuranzas y, el servicio.

Este debe ser el marco del servicio evangélico. No hay escapatorias. Si un discípulo no camina para servir, no sirve para caminar. Si su vida no es para el servicio, no sirve para vivir como cristiano.

Precisamente en este aspecto se encuentra, en muchos, la tentación del egoísmo. Está quien dice: “Sí, soy cristiano, estoy en paz, me confieso, voy a misa, cumplo los mandamientos”. Pero, ¿dónde está el servicio a los demás? ¿Dónde está el servicio a Jesús en el enfermo, en el preso, en el hambriento, en el desnudo?

Y precisamente esto es lo que Jesús nos dijo que debemos hacer porque Él está allí. He aquí, la segunda palabra clave: el servicio a Cristo en los demás.

Existe una relación también con la tercera palabra de este pasaje, que es gratuidad. Caminar, en el servicio, en la gratuidad… Una cuestión fundamental que empuja al Señor a aclararla bien por si los discípulos no hubiesen entendido. Él les explica: “No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno”.

Como diciendo que el camino del servicio es gratuito porque nosotros hemos recibido la salvación gratuitamente. Ninguno de nosotros ha comprado la salvación, ninguno de nosotros la ha merecido, la tenemos por pura gracia del Padre en Jesucristo, en el sacrificio de Jesucristo.

Esfuérzate en hacer bien lo que de acuerdo a tu vocación y estado te corresponde, anuncia con tu vida y con tu ejemplo el Evangelio y deja que Dios provea todas tus necesidades.

San Mateo

Hoy celebramos a san Mateo, que era un recaudador de impuestos.  Si ahora no nos gusta que nos cobren impuestos, imaginaros lo que sería en aquellos tiempos.  Una persona que cobra, pero para beneficiar al Imperio Romano que está sometiendo al pueblo de Israel. 

Sus compañeros lo consideraban impuro y traidor al pueblo, por tratar con los paganos y estar al servicio del opresor extranjero.

Dios nos sorprende, Dejémonos sorprender por Dios. Y no tengamos la psicología del ordenador de creer saberlo todo. ¿Cómo es esto? Un momento y el ordenador tiene todas las respuestas, ninguna sorpresa.

En el desafío del amor Dios se manifiesta con sorpresas. Pensemos en san Mateo, era un buen comerciante, además traicionaba a su patria porque le cobraba los impuestos los judíos para pagárselo a los romanos, estaba lleno de dinero y cobraba los impuestos.

Jesús pasa, mira a Mateo y le dice: ven. Los que estaban con él dicen: ¿a este que es un traidor, un sinvergüenza? y él se agarra al dinero. Pero la sorpresa de ser amado lo vence y siguió a Jesús.

Cada vez que celebramos a uno de los apóstoles, podemos recordar nuestra propia vocación, sobre todo nuestra vocación a ser discípulos de Cristo.

En este llamado veremos que no nos llamó por que fuéramos los mejores, los más santos, los más inteligentes, sino muchas veces, como el caso de casi todos los apóstoles, porque tuvo compasión de nuestra miseria… pues como bien dice San Pablo: «Escogió lo que el mundo considera como inútil para confundir a los sabios y potentes de este mundo».

Esa mañana cuando se despidió de su mujer, Mateo nunca pensó que iba volver sin dinero y apurado para decirle a su mujer que preparara un banquete.

El banquete para Aquel que lo había amado primero. Que lo había sorprendido con algo más importante que todo el dinero que tenía.

¡Déjate sorprender por Dios! No le tengas miedo a las sorpresas, que te cambian todo, que te ponen inseguro, pero nos ponen en camino.

El verdadero amor te mueve a quemar la vida aún a riesgo de quedarte con las manos vacías.

Lunes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8,16-18


Con frecuencia escuchamos que en estos tiempos estamos en un periodo de crisis tan fuerte que parecería que todo es oscuridad y que nada se puede hacer. Al escuchar esto, me pongo a pensar en la forma de actuar de Jesús tanto en su tiempo como en nuestro tiempo. Dificultades enormes deberían presentarse para aquellos que empezaban a escuchar la Palabra y que querían seguir a este maestro tan distinto de todos los demás.

No se podía entender esta actitud ni desde la religiosidad israelita ni tampoco desde el modo de pensar de los romanos o de los griegos que ponían unos el ideal en el poder y la riqueza; y otros, en la sabiduría y el placer.

Negro panorama se presenta para aquellos discípulos, pues son considerados paganos por un lado y peligrosos por el otro. Sin embargo, Jesús siempre con la alegría de traer Buena Nueva, presenta este momento como una oportunidad de traer nueva luz. Y una luz se hace más notable en medio de la oscuridad. Aunque quisiera pasar desapercibida, se notará porque sus resplandores se manifiestan abiertamente. Así lo percibe Jesús y hace lo hace notar a sus discípulos con la comparación de una lámpara.

Pensemos cada uno de nosotros si nuestra vida es una luz que ilumina en estos momentos de oscuridad. No vamos a escondernos debajo de canastos o a refugiarnos debajo de la cama. Tendremos que iluminar estos momentos, pero no desde resplandores que provoquen ceguera e impidan mirar la realidad y descubrir la presencia de Dios en nuestro mundo.

La luz en el corazón y la experiencia de compartirla con otros, son parte importante de la vida de comunidad que está formando Jesús. Una comunidad que teniendo la luz no la comparte, no está animada por el espíritu de Jesús. Si hemos permitido que el mal llegue a todos lados ¿por qué no luchar porque esta luz llegue a todas las personas y a todos los lugares? Hay muchos rincones, muchas fronteras que escapan a un rayo de esperanza, que anhelan un atisbo de resplandor al cual asirse y nosotros podemos darlo. No de nosotros mismos, sino del mismo Jesús que es la verdadera luz.

Que la palabra de este día cuestione nuestra forma tan tibia de vivir y nos lance a llevar la luz por nuevos caminos para iluminar la oscuridad.Negro panorama se presenta para aquellos discípulos, pues son considerados paganos por un lado y peligrosos por el otro. Sin embargo, Jesús siempre con la alegría de traer Buena Nueva, presenta este momento como una oportunidad de traer nueva luz. Y una luz se hace más notable en medio de la oscuridad. Aunque quisiera pasar desapercibida, se notará porque sus resplandores se manifiestan abiertamente. Así lo percibe Jesús y hace lo hace notar a sus discípulos con la comparación de una lámpara.

Pensemos cada uno de nosotros si nuestra vida es una luz que ilumina en estos momentos de oscuridad. No vamos a escondernos debajo de canastos o a refugiarnos debajo de la cama. Tendremos que iluminar estos momentos, pero no desde resplandores que provoquen ceguera e impidan mirar la realidad y descubrir la presencia de Dios en nuestro mundo.

La luz en el corazón y la experiencia de compartirla con otros, son parte importante de la vida de comunidad que está formando Jesús. Una comunidad que teniendo la luz no la comparte, no está animada por el espíritu de Jesús. Si hemos permitido que el mal llegue a todos lados ¿por qué no luchar porque esta luz llegue a todas las personas y a todos los lugares? Hay muchos rincones, muchas fronteras que escapan a un rayo de esperanza, que anhelan un atisbo de resplandor al cual asirse y nosotros podemos darlo. No de nosotros mismos, sino del mismo Jesús que es la verdadera luz.

Que la palabra de este día cuestione nuestra forma tan tibia de vivir y nos lance a llevar la luz por nuevos caminos para iluminar la oscuridad.

Sábado de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc. 8, 4-15.

Dios espera de nosotros un corazón bueno y bien dispuesto, que nos haga dar fruto por nuestra constancia. Ya en una ocasión el Señor nos había anunciado: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié. Dios no quiere que seamos terrenos estériles, ni que sólo nos conformemos con aceptar por momentos sus Palabra; Él nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio, de tal forma que, sin importar las persecuciones, manifestemos que esa Palabra es la única capaz de salvarnos y de darle un nuevo rumbo a la historia. Siempre estará el maligno acechando a la puerta de la vida de los creyentes para hacerlos tropezar, pues no quiere que creamos ni nos salvemos; al igual podrá entrar en nosotros el desaliento cuando ante las persecuciones perdamos el ánimo para no comprometernos y evitar el riesgo de ser señalados, perseguidos e incluso asesinados por el Nombre de Dios; finalmente los afanes, las riquezas y placeres de la vida nos pueden embotar de tal forma que, tal vez seamos personas que acuden constantemente a la celebración litúrgica, pero sin el compromiso, sin renovar la alianza que nos hace entrar en comunión con el Señor y nos hace fecundos en buenas obras. Permanezcamos firmemente anclados en el Señor, de tal forma que, no nosotros, sino su Espíritu en nosotros, nos haga tener la misma fecundidad salvífica que procede de Dios y que hace de su Iglesia una comunidad donde abunda la Justicia, la verdad, el amor fraterno, la paz y la alegría, fruto del Espíritu de Dios que actúa en nosotros.

Viernes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 1-3

San Lucas, además de ser el Evangelio de la misericordia entre los pobres, podríamos decir que es también el Evangelio de la mujer y su misión importante junto a Jesús.  Es quien más destaca el papel de María desde los primeros años de Jesús y quien mira con más respeto y atención a cada una de las mujeres que se acercan a Jesús.

Los rabinos excluían a las mujeres de su círculo inmediato.  Para la oración pública se necesitaba un mínimo de diez personas, pero éstas deberían ser varones, la mujer no contaba.

Como en un breve resumen, el pasaje de este día pretende manifestarnos este papel tan importante que tuvieron las mujeres en la vida del Salvador.

San Lucas, nos refiere con sencillez el acompañamiento que daban a Jesús y a sus discípulos algunas mujeres.  No las deja en el anonimato, al igual que a los apóstoles, son mujeres que han sentido en su presencia la atracción transformadora de Jesús.  Han dejado a un lado sus vidas pasadas y ahora están entregadas plenamente a la construcción del Reino.

Para aquellos tiempos debió parecer absurdo que un Maestro se hiciera acompañar de mujeres como si fueran discípulos que recibían enseñanza.  Para Jesús, la mujer tiene el derecho de recibir el Evangelio, y después será también la primera que asuma la misión de ser testigo de la resurrección y que lleva la Buena Nueva.

El Reino de Jesús supera las barreras de los títulos y de los sexos, todos son de igual dignidad ante Dios, y todos tienen la misma misión de construirlo en nuestro tiempo y en nuestro lugar.

Por los caminos de Galilea no va Jesús solo, sino se hace acompañar por mujeres que se han liberado de sus cadenas y que ahora sostienen a Jesús con su cariño y con sus bienes.

Nuestro mundo, de tantos libertinajes, de tantas exigencias de respeto a los derechos de los demás, se ha quedado corto en el respeto y la participación de la mujer en todos los espacios.  Aún quienes se definen como feministas han creado nuevas barreras que no expresan realmente la dignidad de la mujer y que la someten a nuevas esclavitudes.

La actitud que nos presenta el Evangelio tendría que hacernos pensar nuevamente estos roles que se han asignado a la mujer.  Hombre y mujer físicamente somos diferentes, pero somos iguales en su valor, en su dignidad y en sus derechos.

En la Iglesia, en el trabajo, en la sociedad tendremos que ir dando nuevos espacios, sin luchas ni competencias inútiles, sino buscando construir, al estilo de Jesús, esta nueva comunidad.

Que hoy, cada mujer se sienta comprendida, amada, respetada y nunca utilizada.  Que hoy, cada mujer se sienta con una misión especial que le confiere Jesús.

Jueves de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 7, 36-50

Cada hombre vale lo que puede valer su amor. El amor, lo dijo alguien hace muchos siglos, no tiene precio. Se atribuye al rey Salomón esta frase: “Si alguien quisiese comprar todo el amor con todas sus riquezas se haría el más despreciable entre los hombres”. Un empresario multimillonario puede comprar las acciones de muchas empresas más débiles que la suya, pero no puede lograr, con todos sus miles de millones de dólares, comprar la sonrisa amorosa de su esposa o de sus hijos. Y si el amor es algo inapreciable, si vale más que todos los diamantes de Sudáfrica, vale mucho más la persona, cada hombre o mujer, capaces de amar.


Por eso podemos decir que cuesta mucho, muchísimo, casi una cifra infinita de dólares, cada ser humano. Mejor aún: tiene un precio que sólo se puede comprender cuando entramos en la lógica del “banco del amor”, cuando aprendemos a mirar a los demás con los ojos de quien descubre que todos nacemos y vivimos si nos sostiene el amor de los otros, y que nuestra vida es imposible el día en que nos dejen de amar y en el que nos olvidemos de amar.


¿Quieres saber cuánto vales? No cuentes lo que tienes. Mira solamente si te aman y si amas, como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo. El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no hay apartados. Él ama a todos los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos. De igual forma en nuestra vida, amemos a los hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus defectos.