Mt 5, 38-42
La ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, nos parece salvaje e inhumana, pero solamente en su ideología porque en la práctica se sugiere, se ejecuta y hasta se aplaude.
Las venganzas de los países, los bloqueos y condenas, la pena de muerte y muchas otras expresiones, hacen muy actual esta ley. No se diga en las comunidades y aún en la vida diaria de trabajo, de escuela o de familia. El desquite mueve muchos de los resortes interiores de la persona y si no estamos atentos, se convierte en aparente motivo legítimo para vivir. ¡Hay quien solamente vive para tomar venganza!
La ley del Talión, tan criticada, tenía y tiene su aspecto positivo: buscaba que la injusticia no quedara impune, evitar el atropello del poderoso sobre el débil y desterrar las injusticias de la comunidad. Sin embargo Cristo va mucho más allá porque la violencia siempre engendra violencia y un castigo no satisface ni al agresor ni al agredido. No se trata de callar frente a la injusticia ni de solapar la corrupción y la mentira. Se busca no entrar en la escalada de violencia y de agresiones que tanto daño nos han hecho tanto en comunidades como individualmente.
Hay muchos ejemplos de coherencia y de paz interior en medio de los conflictos. Gandhi y muchos grandes hombres han ejercido la resistencia pacífica como medio de superar la injusticia y la discriminación. Cristo no propone callarse ante la injusticia. Cuando a Él le propinaron una bofetada, reclamó enérgicamente al agresor y exigió una razón de aquel comportamiento. Pero está muy distante de esa escalada de violencia que a diario crece en revanchas y desquites.
Hemos de aprender a vivir una nueva cultura de reconciliación, de verdadera justicia. El mejor modo para destruir un enemigo, es hacerlo amigo. Y esto lo debemos aprender a vivir desde la familia, desde las parejas y los amigos. Desde la casa hemos de construir una sociedad que sea más justa, menos agresiva, más solidaria y comprensiva.
¿Qué tan dispuestos estamos a escuchar al otro cuando se ha equivocado? ¿Cómo condenamos y buscamos venganzas? ¿Qué nos dice Jesús?