Sábado de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 23, 1-12

“Ser el más popular, salir en televisión, que todos me conozcan y saluden por la calle”. Es una gran aspiración de hoy. A los fariseos también les gustaba verse importantes, aparentar una conducta intachable, causar la admiración de todos.


Es una actitud que se nos cuela secretamente en nuestro corazón: “Ya que me esfuerzo en esto, que se vea, que me lo reconozcan”. Es muy sacrificado trabajar para los demás y percibir que ellos ni se dan cuenta, ni abren la boca para decir gracias. De esto saben mucho las amas de casa, que lo tienen todo a punto y nadie se acuerda de reconocérselo.


Pero el cristianismo no consiste en actuar de cara a los demás. No somos actores, sino hijos de Dios. Él ya lo ve, y sabrá valorarlo. Es más, el mérito se alcanza cuando hemos sido más ignorados por los hombres. Si hoy he puesto la vajilla en casa y nadie me ha dado las gracias, mejor. Dios tendrá toda la eternidad para hacerlo.


Servir de oculto, sin buscar un premio inmediato, da gloria a Dios. Y al mismo tiempo, nos abre los ojos ante la calidad de una obra hecha por puro amor a Dios y experimentamos un gozo interior, una paz que nos eleva y nos hace ver la grandeza del hombre.

Por eso Jesús repite que el primero no es el que recibe las alabanzas, sino el que sirve.

Viernes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 22, 34-40

Dicen que los buenos cocineros no se ajustan a las recetas, sino a su inspiración y a su sentido de la combinación intuitiva de olores, sabores y colores. Con una buena receta, un cocinero malo obtiene una comida mediocre. A veces por la vida caminamos así: buscando recetas para todo: para ser feliz, para el amor, para ganar dinero y hasta para alcanzar el Reino de los cielos. Y buscamos cuál es el mandamiento más importante, qué es lo mínimo que tenemos que cumplir o cuáles mandamientos nos podemos saltar. Pero, igual que para las recetas, lo importante es el corazón.

Hay que amar a plenitud, hay que entregar el corazón y hay que dar toda la vida. No se puede ir con medianías y no se entiende una vida vivida a regateos.

La respuesta de Jesús al doctor de la ley no pretende darle una receta para cumplir un mandamiento, sino darle el espíritu con el que se debe cumplir toda la ley: amor pleno a Dios y amor pleno al prójimo.

Igualmente, en la primera lectura. Rut no se conforma con cumplir con la ley y atender “un poco” a su suegra, sino que hace una entrega plena de toda su persona: “No te abandono. A dónde tu vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. En una palabra, es amor pleno y entrega sin condiciones.

A veces los cristianos caemos en la tentación de buscar recetas y hacer lo menos posible, alcanzar la felicidad con el menor esfuerzo. Pero Cristo no acepta medianías, pide un amor incondicional, sólo así se puede ser su verdadero discípulo.

Hoy también, con un corazón sincero, acerquémonos a Jesús y preguntémosle, no para hacer lo menos posible, sino con toda generosidad: “¿Qué debo hacer, Señor?” Y escuchemos con atención la respuesta que el Señor nos da: “ama con todo tu corazón a Dios y a tus hermanos”. No son recetas, es dejarse llevar por lo más importante que hay en nuestro corazón, por nuestro deseo de ser amados por Dios y por nuestra capacidad de amar, que es lo que verdaderamente dará sentido y sabor a nuestra vida.

Jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 22, 1-14

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en Abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad, la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor.

Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al Rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación por lo que no había excusa para no tenerlo.

Lo mismo pasa con nosotros. Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos… nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracia santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo… en una palabra no hay excusa para no ser santo.

Miércoles de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 20, 1-16

En la parábola de Jesús dice que salió al menos cinco veces: al alba, a las nueve, a medio día, a las tres y a las cinco de la tarde. Todavía tenemos tiempo que venga a nosotros. Tenía tanta necesidad en la viña y este señor ha tenido todo el tiempo para ir a las calles y a las plazas del país a buscar obreros.

Pensad en aquella última hora: ninguno le había llamado; quien sabe cómo podían sentirse, porque al final de la jornada no habrían llevado a casa nada para alimentar a sus hijos.

Esto, a todos los que son responsables de la pastoral pueden encontrar un bonito ejemplo en esta parábola. Salir en diversas horas del día para ir y encontrar a aquellos que están en búsqueda del Señor.

Alcanzar a los más débiles y a los más necesitados para darles el apoyo de sentirse útiles en la viña del Señor, aunque sea solamente por una hora.

A veces parece que estamos más preocupados de multiplicar las actividades en vez de estar atentos a las personas y su encuentro con Dios. Una pastoral que no tiene esta atención se vuelve poco a poco estéril.

No olvidemos de hacer como Jesús con sus discípulos: después de que ellos habían ido por las aldeas a llevar el anuncio del Evangelio, regresaban contentos por el éxito; pero Jesús los lleva aparte, a un lugar aislado para estar junto a ellos

Una pastoral sin oración y contemplación no podrá alcanzar jamás el corazón de las personas. Se detendrá en la superficie sin permitir que la semilla de la Palabra de Dios pueda nacer, germinar, crecer y dar fruto.

Hagamos el bien, pero sin esperar la recompensa. Sembremos y demos testimonio. El testimonio es el inicio de una evangelización que toca el corazón y lo transforma. Las palabras sin el testimonio no son, no sirven. El testimonio es lo que lleva y da validez a las palabras.

Martes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 23-30

Este pasaje, es continuación del que empezamos ayer, nos podría dar la impresión de que Jesús tiene algo contra los ricos. Sin embargo nada más lejano que esto. La Escritura es testigo de que el mismo Jesús tenía entre sus seguidores amigos (algunos eran incluso discípulos) muy ricos. José de Arimatea quien le regaló la tumba y Nicodemo que le llevó los perfumes (que eran muy caros) para la sepultura… Esto sin contar al mismo Mateo y a Zaqueo, quien solo dio la mitad de sus bienes y del que Jesús dijo: «Ahora ha llegado la salvación a esta casa».

Lo que impide que un hombre pueda disfrutar del Reino es la esclavitud, la falta de libertad sobre los bienes (o sobre cualquier cosa… incluso nuestros propios pensamientos). Cuando el hombre se aferra a los bienes, como el joven del pasaje, no es libre pues es esclavo de lo que posee.

Jesús nos quiere libres… el Reino es para la gente libre, para aquellos que como Nicodemo, José de Arimatea y tantos más, son capaces de tener sin retener. De aquellos que reconocen que los bienes creados son de y para todos; que la acaparación solamente empobrece y esclaviza.

Ante esto, ¿qué tan libre eres con respecto a tus bienes… pues de esto depende que puedas disfrutar la vida del Reino?

Lunes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 16-22

A la pregunta que le hace este joven a Jesús sobre qué cosa es necesaria para alcanzar al vida eterna (que puede ser traducida como: «entrar en el Reino» esto es: para ser feliz), él le responde: «cumple los mandamientos». No le pide otra cosa. Es decir lo mínimo que necesitamos para que nuestra vida se desarrolle dentro del Reino es ser fieles a nuestros compromisos bautismales.

Hoy en día, como seguramente lo fue en tiempos de este Joven, la gente no es feliz, pues no vive de acuerdo, ni siquiera a estos simples principios establecidos por Dios y que tienen como objeto advertirnos de todo aquello que es dañino para nuestra vida. La ley, podríamos compararla al aviso que le da la mamá al niño para que no se coma el pastel caliente, que aunque se presenta muy sabroso, sabe bien que le hará mal, lo enfermará del estómago. Dios nos ha instruido sobro todo aquello que nos destruye y nos roba la felicidad, por eso Jesús le dice: «Cumple la ley». Si queremos que nuestra vida tenga las características del Reino, que se desarrolle en la alegría y la paz de Dios, que pueda ser plenamente feliz, debemos empezar por cumplir los mandamientos. ¿Por qué no haces hoy una pequeña revisión de cómo estás viviendo esta enseñanza de Jesús? Pregúntate si en realidad estás buscando vivir los mandamientos?

Sábado de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 13-15

Cuando veía a San Juan Pablo II rodeado de niños, besándoles y bendiciéndoles me imagino a Jesús en la escena que hoy nos presenta San Mateo en su Evangelio.

Los niños tienen una manera especial de captar lo religioso. Incluso nos sorprende ver con qué fervor rezan o se detienen ante una imagen de la Virgen. Es porque tienen un espíritu sencillo.

Es responsabilidad de los padres el cultivar los aspectos religiosos en los niños, igual que se les enseña a hablar o a leer. Captan muy bien lo que hacen los mayores, y si les ven rezando, yendo a Misa o explicándoles algún detalle de nuestra fe, lo asimilan con gran facilidad. Hay que aprovecharlo y no esperar a que sean adultos, porque el racionalismo propio de esa edad les impedirá acercarse a la fe.

Jesús también quiere que los niños le conozcan, y hay tantas maneras de hacerlo…

Viernes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 3-12

Con frecuencia, y a últimas fechas mucho más, me preguntan si la Iglesia no es demasiado inflexible al sostener que el matrimonio sea indivisible y si no estaría mejor tener matrimonios durante un periodo de tiempo, cinco o diez años, o bien no ser tan estrictos y permitir el divorcio con causas verdaderamente graves.

Las disoluciones o declaraciones de nulidad de algunos políticos o artistas famosos, vienen a desconcertar más todavía, y disminuyen el poco aprecio… en que va cayendo la fidelidad matrimonial. Es cierto que hay situaciones verdaderamente extremas en que parece que lo mejor es divorciarse, o donde se viven situaciones de injusticia y se carga la cruz, sólo porque lo manda la Iglesia o porque no quieren causar escándalo a los hijos. Así, se convive sin tener un verdadero amor.

Creo nos hemos fijado mucho más en las consecuencias que en las causas. Es cierto no se debería llegar nunca a esta situación. Pero hemos entrado en la época de lo desechable y se ha perdido el aprecio por lo auténtico y lo verdadero. También nos ha influenciado notablemente en nuestras relaciones personales.

La mayoría de las parejas que yo he tratado personalmente y se han divorciado, no han sido felices posteriormente. O solamente uno de ellos goza cierta estabilidad emocional con su nueva pareja. Y en todos los casos, creo que se ha desistido demasiado pronto y después se han arrepentido. Por otro lado han quedado las secuelas que deja un divorcio en los hijos.

Creo que falta a las parejas una mayor decisión para luchar por su amor, por cuidarlo, por entender lo que significa el verdadero amor. Saber que no sólo es pasión, atracción y sexo, sino que implica toda la persona íntegra y que juntos deben buscar el diálogo, la comprensión y el verdadero cariño.

Creo que no se debe caer en situaciones de injusticia dentro del matrimonio, pero también creo que ha faltado mayor decisión y cuidado en las parejas.

Hoy pidamos al Señor por todos los matrimonios y las parejas de nuestras comunidades, que descubran el verdadero amor y que se mantengan en él.

Jueves de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 18, 21—19; 1

Muchas veces se piensa que perdonar es un sentimiento, sin embargo la realidad es que es un acto de la voluntad.

Las ofensas recibidas, crean un sentimiento el cual, generalmente, queda fuera de nuestro control. Este sentimiento generara actitudes como respuesta a la herida. Por ejemplo, no sentiremos deseos de saludar o de convivir, incluso pueden nacer el deseo de venganza.

En este ejemplo que nos pone Jesús vemos que lo importante fue la actitud, que es un acto de la voluntad. El Rey quiso perdonar y perdonó, es decir lo dejó libre. El otro por el contrario dio rienda suelta a sus sentimientos y actuó equivocadamente encerrando en la cárcel a su compañero.

El perdón es una decisión que nos lleva, aun en contra del sentimiento (deuda) que permanece en nosotros, a cambiar nuestra actitud hacia la persona que nos ha ofendido. La reacción humana es la de actuar negativamente hacia la persona que nos ofendió, la gracia, que apoya nuestra decisión, nos lleva a actuar de una manera sobrehumana y a mostrar una actitud positiva (que puede empezar con una sonrisa). Si no dejas que el sentimiento crezca (reforzándolo con tus actitudes) las gracias de Dios y tu esfuerzo cotidiano harán que pronto desaparezca incluso el sentimiento causado por la ofensa.

Miércoles de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 18, 15-20

Las situaciones que más nos hacen sufrir en la vida con frecuencia van relacionadas con las personas con las que convivimos ya sea en la familia, en el trabajo, en la escuela o en los grupos sociales en que nos encontramos. Al ser cada uno de nosotros diferentes, chocamos con los hermanos y van surgiendo situaciones conflictivas provocadas por el carácter o por las diferentes formas de ver la vida. Lo más triste es que aquello que más nos debería unir, la convivencia diaria, se va convirtiendo en un peso muy difícil de soportar. Es curioso, que muchas veces no nos demos cuenta de todo el dolor que provocamos a los demás, y vienen los silencios y las descalificaciones.

Cristo hoy nos propone un camino lógico, natural, que nos puede llevar a solucionar muchos de nuestros problemas. El primer paso es dialogar abiertamente con quien ha cometido una falta. Es común encontrar que todos los vecinos conocen los agravios de la pareja, pero ¡el involucrado no se ha dado cuenta! En toda relación se requiere el diálogo.

El reconocer estas situaciones muchas veces es el primer paso para cambiar. La solución no es aguantarse, reprimirse y frustrarse frente a las dificultades, sino buscar soluciones.

¡Cuántas rupturas se hubieran evitado con tan sólo decir la verdad y hablar abiertamente!

Los siguientes pasos: llamar testigos, no acusadores, sino personas que puedan aportar y ayudar. Personas de confianza tanto para el agresor como para el ofendido pueden aportar verdaderas soluciones. Y sólo después de estos pasos, ponerlo frente a la comunidad o frente a la autoridad, sólo cuando no ha querido la corrección, sólo cuando hay verdadero pecado grave… Pero no debemos olvidar, que en el fondo de todo este procedimiento Jesús presupone una base fundamental: que hay amor, que hay buena voluntad y que se busca parecerse a nuestro Padre Dios que nos ha perdonado.

¿Tienes algún resentimiento o problema? ¿Qué solución le has buscado? ¿Está de acuerdo en lo que quiere Jesús? ¿Qué te dice respecto a tus problemas?