Conmemoramos hoy a los fieles difuntos. Hoy es un día de recuerdo especial para nuestros familiares y amigos, que se han ido en el último viaje, son fechas que tienen un colorido especial: de añoranza y esperanza, de tristeza y alegría… Viajes a los pueblos de origen, visitas a los cementerios, adorno de las tumbas de los familiares, compra de flores, etc.
Son días de un recuerdo especial para los seres que nos han sido muy queridos y que han partido de entre nosotros. Ya no están en la casa, pero de alguna manera los queremos retener por medio de símbolos que expresan amor, como son las flores y la oración. Son las dos formas que mejor expresan nuestro cariño, como humanos, y nuestro deseo, como cristianos, de que vivan junto a Dios y sean felices para siempre.
Pero los cristianos, en este día, no nos podemos quedar sólo con el símbolo de las flores, por muy bonitas que sean. Los creyentes tenemos que dar un paso más y unirnos a nuestros seres queridos a través de la oración.
La muerte de nuestros seres queridos es una realidad que nos va sorprendiendo a lo largo de la vida: poco a poco vamos diciendo adiós, llenos de dolor, a quienes más hemos querido: padres, familiares, amigos… Y vivimos con la más grande de las certezas, aunque no queramos recordarla: cada uno de nosotros también dejaremos esta vida.
En estos días de noviembre, mucha gente visita los cementerios, lleva flores a las tumbas, recuerda a sus muertos con cariño y, si es creyente, reza por ellos. Tenemos conciencia de que nuestros familiares difuntos han ocupado un lugar importante en nuestra vida y muchas de las cosas que usamos aún están cargadas de su recuerdo y su presencia. Es que está todavía muy vivo el recuerdo y el cariño. Muchas cosas nos siguen vinculando a nuestros familiares difuntos. Para nosotros no están muertos del todo.
Pero, además, los cristianos sabemos por la fe que nuestros muertos viven en el Dios de la vida. Y por eso hacemos oración por ellos. En las tumbas de los cementerios queda lo que llamamos los “restos mortales”. Tendríamos que recordarle a mucha gente con poca fe que nuestros muertos no están en los cementerios, sino que allí están sólo sus restos mortales, seguramente restos cargados de significado para nosotros, pero sólo restos.
Además, por la fe estamos convencidos de que la muerte no es algo definitivo ni para siempre. No es dejar de existir para caer en la nada. La muerte es el paso a una nueva forma de vivir con el Señor. Sabemos que nuestros muertos están en las manos de Dios. Ése es su sitio y su premio, su fiesta y su descanso. Esto nos proporciona una gran confianza y aminora en los creyentes la amargura de la separación que produce la muerte.
Para los primeros cristianos la muerte era como entrar en un sueño del que nos despertaríamos en las manos de Dios. Cementerio significa “dormitorio”, sitio de descanso y de espera hasta “despertar” para la vida.
En las oraciones de la misa aún hablamos de nuestros difuntos como de los que “duermen ya el sueño de la paz” o de los que “durmieron con la esperanza de la resurrección” o de los que “se durmieron en el Señor”. Sabemos que al final de esta historia nuestra nos espera Dios, nuestro Padre, que prepara para nosotros una fiesta hermosa, un gran banquete, un paraíso o una casa grande donde todos tenemos sitio a su lado.
Jesús nos dice: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así; ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.”
Con estas palabras Jesús nos quiere decir que Él no se va a separar de nosotros para siempre. Viviremos juntos, porque en la casa de Dios Padre hay sitio para todos.
Cuando Jesús hablaba de la otra vida siempre la comparaba con cosas hermosas. Decía que era como una fiesta, como un banquete o como un paraíso. Por eso, nosotros, pensamos que nuestra vida es como un caminar hacia la vida, hacia el descanso y la alegría con Dios.
Nosotros no debemos desesperarnos como los que no tiene fe, como los hombres sin esperanza.
Por eso nos va bien, hoy, aquí, recordar a nuestros difuntos. Recordarlos, hacer que revivan en nuestro interior, volver a sentir lo que han significado para nosotros. Aunque sea doloroso, nos va bien mantener este recuerdo. No debemos olvidarlos, no debemos perder esa parte importante de nuestra vida que son nuestros familiares y amigos difuntos. Y también nos va bien convertir este recuerdo en oración.
Celebremos hoy que nuestros difuntos ya saborean el amor inmenso de Dios y a esta fiesta también estamos llamados nosotros a participar un día.