Martes de la III semana de Cuaresma

Mt 18, 21-35

Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy es la Misericordia.

Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensibles. Es triste ver que algunos cristianos, que debían de estar llenos del amor misericordioso de Dios, continúan actuando como este hombre de la parábola.

Quizás nos parece exagerada esta parábola, pero solamente así podremos entender la gravedad de las ofensas al Señor. La obstinación de nosotros al exigir a nuestros deudores y la incongruencia ante lo que ofrecemos y lo que exigimos.

¿Cómo explicar la gravedad de nuestros pecados? Muchos millones es poco decir. Las consecuencias son muy claras, se implica a la propia persona, familia, casa, hijos, todo queda perjudicado por nuestros pecados y todo queda salvado por pura misericordia de Dios.

El contraste con la pequeña deuda que no es capaz de perdonar, también parece exagerado, pero si miramos nuestros actos cotidianos, comprenderemos muy bien lo que esta parábola nos enseña.

¿No es verdad que llevamos muchos años de resentimiento con determinada persona porque un día no nos saludó o nos hizo un desaire? ¿No es cierto que le vamos guardando una a una todas las ofensas que nos ha hecho la pareja o el compañero?

Somos muy complacientes con lo que nosotros ofendemos y hasta nos disculpamos, pero somos intolerantes ante las ofensas y errores de los demás.

Perdonar exige grandeza de corazón, pero perdonar también engrandece el corazón y proporciona una gran paz. Muchas veces he pensado cómo podríamos romper la cadena de violencia que tanto afecta a nuestra sociedad. Si no somos capaces de perdonar, si no reconocemos en el otro a un hermano, si no pedimos perdón a Dios, todo será inútil. Pedir perdón y perdonar serían los dos ejes sobre los que se construye la comunidad. Reconocerse pecador delante de Dios, saberse pequeño e insignificante y vivir agradecido por su gran misericordia, es el inicio para también nosotros ser capaces de perdonar.

¿Hay alguien que te haya ofendido? ¿Su ofensa la consideras como lo más grave del mundo? ¿Qué pensará Dios de esa ofensa?

Demos gracias a Dios por Su perdón y pidamos nos conceda un corazón generoso, capaz de perdonar. Entonces encontraremos verdadera paz.

Lunes de la III semana de Cuaresma

Lc 4, 24-30

La historia se repite, quizás, la diferencia sea que hoy la manera en que se rechaza al profeta es diferente.

Hoy ya no se les busca para matarlos… simplemente se les ignora. Pensemos en cuántas veces hemos escuchado a Jesús en la Misa, en un retiro, en una conversación, etc., y cuántas veces hemos hecho caso de sus palabras.

¿Cuántas veces nos ha mandado diferentes profetas en la persona de nuestros padres, maestros, amigos, sacerdotes buscando un cambio en nuestra vida, buscando nuestra conversión y nosotros simplemente hemos dejado que la palabra o el consejo entre por un oído y salga por otro?

Ciertamente nosotros no hemos despeñado a Jesús desde la barranca, pero ¿cuántos de nosotros lo tenemos silenciado dentro de un cajón o lleno de polvo en un librero?

La Cuaresma nos invita a abrir no solo nuestro corazón sino toda nuestra vida al mensaje de los profetas… al mensaje de Cristo, a su evangelio y a su amor. No desaprovechemos esta oportunidad.

Viernes de la II semana de Cuaresma

Mt 21,33-43. 45-46

Entender que este evangelio es dicho para nosotros, cómo lo entendían los fariseos y los sumos sacerdotes, sería el primer paso. Pero reaccionar de acuerdo a lo que espera Jesús sería, sería el segundo y más importante paso, porque de nada nos serviría entender y no convertirnos.

Debemos vernos nosotros mismos como viña amada y querida por Dios. Entender nuestra vida y nuestras cosas cómo bienes que son para que los hagamos producir fruto, no en el sentido comercial actual, si no los frutos que son justicia, verdad, fraternidad. Dar esos frutos a su tiempo y no querer abalanzarnos sobre ellos. Percibir la importancia de corresponder al amor de Dios, sería actitudes básicas en la vida de todo cristiano. Y, finalmente comprender que toda nuestra vida está afincada sobre la roca firme que es Jesús. Sería alguna de las reflexiones que nos deja esta parábola.

Pero a nosotros nos pasa igual que a los dirigentes del pueblo judío, igual que a los viñadores, nos sentimos dueños de lo que no somos. Destruimos, usurpamos, golpeamos y herimos con tal de defender nuestras posesiones. Somos capaces también de enfadarnos contra Dios y contra su Hijo y hasta buscamos destruirlo, y negar su existencia porque parece perjudicar nuestros intereses.

Hay quien lucha contra Dios como si le estorbara en su vida; hay quien se siente amo y señor del mundo que le fue dado en custodia; hay quien se lo apropia y despoja a sus hermanos de lo justo; hay quien se convierte en homicida porque se le ha llenado el corazón de ambición.

Está parábola está dicha sobre todo para los dirigentes, autoridades que deberán responder de su responsabilidad al tener al pueblo a su cuidado.

Pero también es parábola dirigida a cada uno de nosotros porque nosotros podemos, porque también nosotros podemos convertirnos en malos administradores y arrojar a Dios de nuestra vida.

¿Qué sentimientos se me quedan en el corazón al escuchar esta palabra? ¿He puesto a Jesús como la piedra angular de mi existencia?

Quizás, y a propósito de esta parábola de Jesús, sería bueno el preguntarnos: ¿qué hemos hecho de nuestra vida, de la viña que el Señor nos confió el día de nuestro bautismo?

¿Podríamos decir que hemos o estamos produciendo frutos? O ¿Nos hemos apoderado de ella, sin respetar a aquellos que nos han sido enviados para pedirnos cuentas (padres, hermanos, amigos, sacerdotes)?

Y ¿qué podríamos decir de la viña que nos entregó nuestro Señor en nuestra familia, en la esposa, en los hijos, y en general en todo lo que poseemos?

Es bueno recordar siempre que no somos dueños sino administradores y que al menos una parte de los frutos le tocan al Señor.

Jueves de la II semana de Cuaresma

Lc 16,19-31

La enseñanza de Jesús es clara: las cosas hay que hacerlas en este mundo, después ya no tiene sentido.

Dos ideas surgen de este texto; la primera sería el revisar nuestra vida para ver si no estamos dejando nuestras obras de caridad para cuando no tendrán ya ningún valor. Y esto, porque en el mundo materialista y tan veloz en el que vivimos, quizás como este hombre rico, no nos damos cuenta de cuánta miseria está a nuestro alrededor.

«Nos gusta confiar en nosotros mismo, confiar en ese amigo o confiar en esa situación buena que tengo o en esa ideología, y en esos casos el Señor queda un poco de lado.

El hombre, actuando así, se cierra en sí mismo, sin horizontes, sin puertas abiertas, sin ventanas y entonces no tendrá salvación, no puede salvarse a sí mismo.

Esto es lo que le sucede al rico del Evangelio: tenía todo: llevaba vestidos de púrpura, comía todos los días, grandes banquetes. Estaba muy contento pero, no se daba cuenta de que en la puerta de su casa, cubierto de llagas, había un pobre. El Evangelio dice el nombre del pobre: se llamaba Lázaro. Mientras que el rico no tiene nombre.

Esta es la maldición más fuerte del que confía en sí mismo o en las fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no en Dios: perder el nombre. ¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal. ¿Cómo te llamas? Tantas propiedades, tantos palacios, tantas… ¿Cómo te llamas? Las cosas que tenemos, los ídolos. Y tú confías en eso, y este hombre está maldito.

Todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades humanas solamente y nos olvidamos del Señor. Y esto nos lleva al camino de la infelicidad.

Hoy, nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿En el Señor o soy un pagano, que confía en las cosas, en los ídolos que yo he hecho? ¿Todavía tengo un nombre o he comenzado a perder el nombre y le llamo «Yo»? ¿Yo, me, conmigo, para mí, solamente yo? Para mí, para mí… siempre ese egoísmo: «yo». Esto no nos da la salvación.

Miércoles de la II semana de Cuaresma

Mt 20,17-28


Una de las imperfecciones que causan mucho retraso en la vida espiritual y que se mezclan de manera muy sutil en nuestra vida es la envidia. Es increíble que aun como cristianos no sepamos alegrarnos de los bienes y de las bendiciones que reciben nuestros hermanos, sino incluso que en ocasiones sintamos hasta coraje de que Dios los haya bendecido.

Caminar con Jesús Camiancaa siempre ha sido un riesgo.  Será entregado en manos de los sumos sacerdotes y de los escribas, lo condenarán a muerte, se burlarán, lo azotarán y lo crucificarán.

¿Qué queda en el corazón de los discípulos cuando escuchan hablar así a Jesús?

El desconcierto es evidente en muchas ocasiones y en ésta aparece más en contraste. Mientras Jesús habla de la cruz, la madre de los hijos del Zebedeo se acerca para pedirle el privilegio.  Es una constante nuestra rehuir el dolor, el compromiso y buscar los primeros lugares.

La madre anhela las mejores oportunidades para sus hijos y pide a Jesús que le concede ese privilegio. Como es natural y cómo nos pasaría también nosotros, los discípulos protesta y se enfadan con quienes quieren estar por encima.

A nosotros nos pasaría también lo mismo cuando alguien quiere sobresalir, cuando alguien quiere estar por encima, nos enfadamos y se suscitan los conflictos.  Baste pensar en nuestras reuniones, nuestros grupos o aún en la misma familia: peleas fuertes por saber quién manda o sacar provecho de las situaciones. 

A los listos de nuestro tiempo viene a decirles Jesús que su práctica tiene otros principios que van más allá de esa ley de la selva donde sobreviven los más fuertes, que su Reino se basa en el servicio, en la búsqueda del encuentro con el otro, en asumir la cruz como escuela de donación y de entrega.

Es triste contemplar en la clase política las trampas y corrupciones que se dan en la búsqueda de los primeros puestos.  Aunque se argumenta que se quiere servir al pueblo, la forma en que se busca despiadadamente el poder, nos hace temer que no se entiende qué es el servicio y que no se piensa al estilo de Jesús.

¿Qué le decimos hoy a Jesús?  Es cierto tenemos miedo al servicio y a la cruz, pero Él nos ha dado ejemplo y nos asegura que hay otro camino para darle vida al pueblo y que este camino es el mismo que Él ha elegido.

Este día contemplémonos en nuestras diferentes situaciones y busquemos también nosotros imitar a Jesús que ha venido a servir y no a ser servido.

Martes de la II semana de Cuaresma

Mt 23, 1-12

Aunque este evangelio está referido especialmente a los líderes religiosos (sea o no clérigo) no podemos negar que presenta la realidad de la soberbia que existe en todos nosotros.

O, ¿quién podría negar, que cuando se presenta la ocasión, no busca tomar los puestos de honor, que su nombre esté entre luces de colores, que toda la gente hable de él… ser la estrella de su propia película?

Sobre todo, esto ocurre en aquellos a los que Dios ha puesto al frente de cualquier grupo humano, desde el padre de familia hasta el ejecutivo, el político y el sacerdote.

Se nos olvida con frecuencia que nuestra vida cristiana se manifiesta en la humildad.

Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades.

Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas. Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad.

Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.

Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la condición de siervo. En efecto, humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, despojándose, como dice la Escritura. Este vaciarse es la humillación más grande.

Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito. Es la otra vía.

El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo.

Y, con Jesús, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.

Lunes de la II semana de Cuaresma

Lc 6, 36-38

El tiempo de la cuaresma nos invita a descubrirnos como pecadores, como personas necesitadas del amor y la misericordia de Dios.

Y es importante llegar a ser conscientes de esta realidad ya que solamente cuando uno reconoce lo miserable que es, su corazón se puede abrir a los hermanos.

Ordinariamente las personas, soberbias, déspotas y egoístas no han tenido nunca la experiencia de encontrarse con sus debilidades y darse cuenta que no solo no son mejores que las gentes a las que han juzgado o maltratado sino que incluso muchas veces han sido peores que ellas mismas.

Cuando sientas el impulso de juzgar o de condenar, mira un poco en tu interior y descubrirás que no eres mejor que él, y que a pesar de esto, Dios te ama y te muestra su misericordia… seguramente esta mirada interior te llevará a amar, a perdonar y a ayudar a tu hermano.

Viernes de la I semana de Cuaresma

Mt 5, 20-26

El cristiano, como nos lo muestra este evangelio, es una persona con criterios mucho muy diferentes a los del mundo y que va llevando un verdadero progreso en su conversión.

Y es que el cristiano no es solamente una persona buena, que no mata, que no roba, que en suma, cumple la Ley de Dios, es ante todo, un hombre o una mujer que está en búsqueda de la santidad… de la perfección, para el cual no cabe ni siquiera el insulto para el hermano.

Cuando empezamos a hablar en términos de justicia, muchas veces nos confundimos y acabamos creyendo que justicia es lo mismo que venganza o resarcimiento.

Para Jesús justicia tiene un sentido mucho más amplio porque brota de la misma esencia de Dios y está en relación muy íntima como la verdad, no habla en términos judiciales ni de venganza, sino que su palabra se refiere más a la profunda sintonía del corazón, con la verdad, con su propia verdad, con su esencia misma y también en su relación con Dios y con las demás personas vistas como hermanos.

Es triste cuando una persona se retira de Dios, no se quiere confesar, no participa en misa, porque tiene un resentimiento contra su hermano. Así, en lugar de buscar la reconciliación, se alejan el único que le puede dar la verdadera paz.

Vista la justicia en tono positivo, nos llevará a un gran compromiso de construcción de un mundo nuevo.

Desgraciadamente nosotros nos regimos más por las prohibiciones, por las limitaciones y las negativas: No hagas, no digas, no mates, no robes. Un constante no que nos agobia y limita. Jesús propone que nuestra justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos, ellos se limitan a llevar cuentas a la ley del talión, al ojo por ojo, al diente por diente.

Mucho me temo que nosotros hemos ido mucho más allá. Si me hiciste una ofensa te hago dos, si me insultas te devuelvo doble insulto. La violencia crece y crece hasta acabarnos. Jesús nos propone romper esa escalada de violencia y ponernos frente a Dios Padre que ama a todos los hermanos.

¿Debemos tener nuestro estamos en presencia de Dios? ¿Podremos exigir venganzas cuando Dios Padre envía a su Hijo a rescatar y a amar a ese que nosotros quisiéramos que estuviera casi muerto?

La cruz de Jesús, su amor incondicional es la única respuesta que podremos encontrar para frenar la cadena de la violencia.

Hoy pongámonos ante el altar de Dios y miremos sinceramente si frente a la cruz de Jesús podemos sostener nuestros deseos de venganza, de rencores y discriminaciones.

Jueves de la I semana de Cuaresma

Mt 7,7-12

Mt 7,7-12
Lo mínimo que se nos puede exigir es, como nos lo dice hoy Jesús, tratar a los demás como nosotros quisiéramos que ellos nos trataran. Es sin embargo triste que muchas veces ni siquiera hayamos llegado a este nivel de caridad y respeto para los hermanos, para la gente que nos rodea.

Nos encontramos con frecuencia con faltas de respeto, con injusticias, incluso con agresiones que nosotros no seríamos capaces de tolerar en nuestras personas.

La cuaresma nos invita a reflexionar en nuestra vida diaria, en el trato y relación que tenemos con los que convivimos, para descubrir nuestras imperfecciones, sobre todo en la caridad, a fin de modificar nuestro comportamiento y de esta manera poder llegar a ser buenos, misericordiosos y compasivos como nuestro Padre celestial que está en el Cielo.

Hazte consciente por este día de tu trato con los demás, y busca en todo tratarlos con generosidad, amor, cortesía, como seguramente te gustaría que ellos lo hicieran contigo y si puedes dales un poquito más pues en esto te reconocerá como verdadero Cristiano.

Miércoles de la I semana de Cuaresma

Lc 11,29-32

¿Cuál es la señal del profeta Jonás?  Si recordamos un poco ese pequeño librito contiene más que una historia que pueda comprobarse. Contiene muchos signos y enseñanzas que fortalecían la fe del pueblo de Israel.

Jonás, el protagonista, se encuentra de pronto enviado a una misión que no quiere cumplir. Jonás pensaba que tenía las ideas claras: la doctrina es ésta, se debe creer esto. Si ellos son pecadores, que se las arreglen; ¡yo no tengo que ver! Este es el síndrome de Jonás. Se embarca para el rumbo contrario y suceden aquellos muy citados acontecimientos: el gran pez que lo come y que lo arroja a los 3 días.  Entonces sí Jonás se ve obligado a ir a predicar conversión y cuando Nínive se convierte, Jonás se siente defraudado porque no ha llegado el castigo y él puede quedar en ridículo.

El pueblo se arrepiente ante la predicación de un hombre que no se toma muy en serio su mensaje y que no es capaz de comprender la misericordia divina. 

En cambio ante aquellas gentes, quién prédica es el mismo Jesús, acreditado por sus palabras y sus obras, y su mensaje anuncia una misericordia de Dios, su Padre, que no nos habíamos atrevido a soñar. Los ninivitas creyeron y se arrepintieron, en cambio, los hombres de esta generación perversa, no son capaces de comprender todo el mensaje y no se arriesgan a una conversión.

¿Cómo Nínive se convierte en una señal? Por su prontitud ante la conversión, por su radicalidad para dejar las malas obras, porque todos se ponen en actitud de penitencia y porque a cada uno se le exige que se arrepienta de su mala vida.

Nosotros, ¿seremos capaces de tomarnos en serio el mensaje de esta Cuaresma? ¿También nosotros nos pondremos en una actitud de penitencia y de arrepentimiento? ¿Reconoceremos nuestras faltas y pediremos perdón?

Quizás nosotros estemos más cerca de las posturas incrédulas y orgullosas de la generación de Jesús que del bello ejemplo que nos proporciona la literatura hebrea.

Detrás de este bello ejemplo, quizás entreverada, pero como una esperanza, se deja ver la gran señal del cristiano: La resurrección del Señor.

Nuestra conversión tiene un sentido: morir al pecado para participar con Jesús de su nueva vida. Nuestra conversión tiene el sentido de creer en el Evangelio y participar de la vida de Jesús.