
Hech 20, 17-27
Es esta emotiva despedida de san Pablo a la comunidad de Asía menor, nos dice: «No he escatimado nada que fuera de utilidad para anunciarles el Evangelio». Es decir, ha puesto todo lo que estaba de su parte para que Jesús fuera conocido y amado.
Si hoy hiciéramos un balance de nuestros recursos y de nuestra vida, ¿podríamos como san Pablo decir que hemos puesto todo lo que está de nuestra parte para que Jesús fuera conocido en nuestra oficina, en nuestra escuela, en nuestra familia o en nuestro barrio? Siempre he creído que si el evangelio no ha llegado «hasta los últimos confines del mundo» y si nuestra sociedad es una sociedad en la que el fantasma de la muerte nos aterroriza, es porque los cristianos hemos permanecido pasivos por muchos años (deberíamos decir demasiados).
Cada cual, se ocupó solo de sus negocios, pensando que los «padrecitos, las monjitas y los misioneros» eran los únicos encargados de llevar la buena noticia. El Concilio Vaticano II y en especial la Christifideles Laici de Juan Pablo II, en consonancia con Evangelium Nuntiandi de Paulo VI, nos recuerdan que ha llegado la hora de que cada uno de nosotros tome con seriedad su función dentro de la Iglesia y anuncie la verdad en Jesucristo. Recordemos que «solo en Cristo está la respuesta a todas las interrogantes de la vida del hombre».
Jn 17, 1-11
Si alguna vez hemos dirigido a Dios una oración mientras pasábamos por un momento poco deseable, ¿cómo ha sido ese momento de unión con Dios? ¿Qué le hemos pedido, qué le hemos dicho? Lo más cierto es que hemos dejado desahogar nuestra alma contando a Cristo las penas que atravesábamos en ese momento.
Hoy Cristo nos enseña a orar con el alma cargada de temor, de miedo, de pena. Y hoy también Cristo nos dice cuánto se preocupa por nosotros. Que un hombre deje de lado sus sufrimientos y preste mayor atención a otras angustias que no son las suyas, o una de dos: o es un loco que busca fastidiarse la vida con masoquismos o ama vehementemente a los demás. Quien no ha sufrido por una persona ni la conoce ni la ama. Sin embargo, Cristo no se cansa de probarnos su amor. Porque sufrió por nosotros nos ama.
La respuesta más humana de nuestra parte debería de ser la de la gratitud. La de nuestra correspondencia a su amistad. Sufriendo un poco Él u ofreciendo el sufrimiento que ya padecemos. Pero también le agradecemos lo que hace por nosotros, y lo hacemos guardando los mandamientos pero sobre todo custodiando el distintivo que caracteriza a todo cristiano. La caridad. Si Cristo pidió algo ardientemente a su Padre fue precisamente la unidad. “Cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno” Unidad en la familia, en el trabajo. Unidad en cualquier grupo social en el que nos encontremos. Es así como podríamos consolar a Jesús y cómo podríamos agradecer lo mucho que se preocupa por nosotros.