Miércoles de la III semana de Cuaresma

Mateo 5, 17-19

 En ocasiones Jesús critica las interpretaciones exageradas que los maestros de su época hacen de la disciplina. Pero en esta ocasión la defiende diciendo que hay que cumplir los mandamientos de Dios. Él no ha venido a abolir la ley sino a darle plenitud, a perfeccionarla.

Hay personas a quienes no les gustan los Mandamientos. Basta que nos manden algo para que se transforme en difícil, odioso y molesto. Podríamos hacer los mismos actos con gusto, pero no porque nos lo manden. Si además a esos preceptos no les encontramos razón de ser, es peor.

Parecemos adolescentes que en cuanto el papá o la mamá ordenan algo, eso basta para que se haga lo contrario. Sin embargo nuestra vida está llena de recomendaciones, mandamientos o precauciones que debemos tomar, desde el que conduce un coche, a quién va por la calle, quien no quiere enfermarse, la forma de tomar una medicina, todo tiene sus normas para que puedan ser útiles.

¿Porque nos oponemos tanto a los mandamientos? Quizás porque, supuestamente, coartan nuestra libertad. Pero el verdadero mandamiento no sería para coartar la libertad, sino para hacer un uso correcto de ella. Un uso que nos lleve a la vida y también que nos lleve a cuidar y dar vida a los demás.

Desde el Antiguo Testamento se nos presentan los mandamientos para que puedas vivir con sabiduría y rectitud. Cuando estos mandamientos se transforman en una carga y no parecen dar vida sino solo aprisionar y restringir, pierden su sentido.

Es lo que pasaba en tiempos de Jesús, los mandamientos habían perdido su espíritu y se convertían en carga. Cristo asegura que no viene a abolir los mandamientos sino a darles vida. Imaginemos, por ejemplo, el precepto de no matarás. Cuando tenemos al enemigo enfrente, cuando sentimos sus agresiones, instintivamente buscaremos la manera de hacerlo desaparecer.

Viene Jesús y nos enseña el mandamiento del amor. Quien ama, no mata; quien ama cuida la vida de los cercanos y de los lejanos; quien ama se preocupa por su prójimo. Pero si además nos asegura que debemos de amar hasta los enemigos, lo que nos está pidiendo Jesús es mucho más: que convirtamos a aquellos que nos odian en objeto de nuestros cuidados y de nuestro amor; que quitemos de en medio a nuestros enemigos, no destruyéndolos sino convirtiéndolos en amigos.

Jesús supo llevar a plenitud el mandamiento que le daba su padre y lo hizo con alegría y lo vivió a plenitud.

¿Cómo podemos hoy, en esta sociedad, que parece tan reacia a leyes y mandamientos, encontrar el verdadero sentido del mandamiento de Dios? ¿Cómo poder cuidar la vida según nos lo pide el Señor? ¿Cómo vivir en una relación amorosa, cuidadosa de unos con otros, cómo lo espera de nosotros Jesús? Solo siguiendo su ejemplo, solo viviendo con la misma libertad que Él lo hizo

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