Viernes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19,3-12


En este pasaje de Jesús hay dos grandes enseñanzas: una sobre la vida celibataria y la otra sobre el matrimonio. Nos referiremos hoy únicamente a la segunda.

Jesús es claro sobre la realidad del sacramento: este crea la unidad entre el hombre y la mujer pues ya no son dos sino uno solo. Dios creó un solo ser: «el hombre», y éste en dos sexos, con el fin de que le hombre y la mujer se complementen y alcancen así la perfección.  La causa que generalmente está a la base de los que se divorcian es precisamente que las parejas durante el noviazgo no buscan complementarse el uno al otro, sino pasársela bien.

Este aspecto de complementariedad exige renuncias y sacrificios por parte de los dos, pues la complementariedad debe ser mutua. Lógicamente cuando esto no se dio y ni se entendió que ésta es la realidad del matrimonio, la pareja tiende a buscar quién o qué lo complemente.

Peor aún es que tampoco son conscientes de que la relación que se estableció es para siempre, por lo que deben hacer todo lo posible por rescatar lo que se
pudiera estar perdiendo (clásico de nuestro mundo utilitarista el desechar)

Es importante que tanto nuestros jóvenes que están en el proceso de noviazgo, como los ya casados, busquen vivir estas dos realidades: la complementariedad y la fidelidad a la alianza realizada. Si esto se da, los esposos se darán cuenta que la vida matrimonial es una verdadera invitación a la felicidad plena en el amor de Dios.

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