Lc 10, 1-12
Cuando levantamos los ojos y vemos un mundo consumido por el egoísmo, un mundo que se destruye a sí mismo con guerras, injusticia y vicios, en fin cuando vemos que aun el mensaje del evangelio no penetra nuestros corazones y las estructuras del mundo, podemos comprender que efectivamente la mies es mucha y los obreros pocos.
El evangelio nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva del Evangelio y a anunciar la paz.
La invitación a vivir en paz es parte del mensaje del Señor. La paz a la que nos invita Jesús se apoya en el amor a los hermanos.
Todo cristiano, cada uno de nosotros, somos enviados por Jesús para anunciar el Evangelio, para difundir su paz.
Cuando hablamos de paz solemos pensar casi siempre en la paz social, en los grandes problemas que tiene nuestra sociedad y nos olvidamos de otros espacios en los que también hemos de preocuparnos de que haya paz verdadera.
En primer lugar, para poder sembrar paz, es necesario vivir en paz con nosotros mismos, alcanzar la paz interior. La persona egoísta, indiferente, no trabaja por la paz.
Hay que, en segundo lugar, llevar paz a la familia y con los amigos.
La paz en nuestras familias es necesaria porque en las familias muchas veces se da el olvido, el egoísmo y hasta la violencia. La paz en nuestras familias nos lleva a pensar, que el encuentro de quienes viven en familia, necesita, a veces de calma, de tranquilidad para vivir con más plenitud la generosidad del afecto, la comprensión mutua y el apoyo mutuo de todos sus miembros.
Es necesario, dentro de la familia, el encuentro de padres e hijos para ayudar a la formación de la personalidad, de la educación y de la conciencia de los hijos, y si no hay paz, difícilmente se darán estos encuentros.
Hemos de esforzarnos para que haya un buen entendimiento, respeto y disposición de ayuda entre los amigos y entre todas las personas con las que convivimos diariamente.
Pidamos al Señor que siempre confiemos en Él, que nuestra gloria sea la cruz de Cristo y que nos llenemos de la paz que El Señor nos da hoy y siempre.