Martes de la XXXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 17, 7-10

El evangelio de este día contiene la parábola de Lucas del salario del servidor.

Jesús censura a los fariseos que creían tener derechos sobre Dios. Los fariseos, es decir, los creyentes que calculan sus propios méritos y quieren hacer valer sus derechos ante Dios, en realidad no pasan de ser unos siervos inútiles, incapaces de hacer algo digno por sí mismos.

A esta actitud mercantilista de contabilidad espiritual, basada en un espíritu legalista, es decir, en la ley del premio al mérito, opone Jesús tácitamente otra actitud: la de la amistad servicial y desinteresada, basada en la confianza incondicional en Dios.

El auténtico discípulo de Cristo, quien vino a servir y no a ser servido, sabe muy bien de quién se ha fiado y en qué manos generosas está su recompensa. Es lo que decía el apóstol Pablo al final de su vida entregada al evangelio.

A Dios no le gusta la actitud comercial en aquellos que le sirven. Para Él están de más los contratos salariales y los convenios laborales. Ése no es el cristianismo que fundó Jesús: la religión del sí total. «Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

Jesús dijo también: El que quiera ser el primero entre ustedes, que se haga el último y el servidor de todos. Nuestro principal título de gloria consistirá, pues, en ser delicados servidores de Dios y de los hermanos.

Nuestra vida cristiana no se puede estructurar sobre una contabilidad de haber/deber respecto de Dios -siempre saldríamos perdiendo-, sino sobre su don y su gracia que nos preceden en toda ocasión.

Estar bautizados, ser cristianos, pertenecer a la Iglesia, cumplir nuestros deberes religiosos para con Dios y los hermanos, vivir la moral cristiana no da derechos adquiridos ni nos hace mejores que los demás. A lo sumo, «hemos hecho lo mandado».

Y es absurdo que un buen hijo piense que su padre le debe algo porque ha hecho lo mandado; es además feo que exija un pago a su obediencia. Hoy es ocasión de examinarnos sobre nuestra motivación religiosa fundamental: ¿Es el amor gratuito a Dios y a los hermanos, o bien el amor y el servicio interesados?

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